elperiodic.com
SELECCIONA IDIOMA
Castellano
Per José Luis Ramos
Recuerdos - RSS

Cosas que aprendí en la “mili”

    Recuerdo que en mi juventud se decía “la mili te hará un hombre”. Vaya por delante que soy consciente que en todas las profesiones hay buenos y malos profesionales. Tampoco  todos los reclutas pueden haber tenido la misma experiencia de la mili. También soy consciente que la profesionalidad del ejército español hoy, no será la misma que la del año 1972, que fui a la mili. Contaré algunas cosas, que me enseñó la mili.

    Aprendí lo que es tener poca gracia y falta de respeto por las personas.   En el campamento, por la noche no daban cena. A las  6 de la tarde nos daban libre y todos los reclutas íbamos a cenar a los bares de fuera del campamento. Un compañero era atleta, y  en las duchas se pudo apreciar que tenía el pene pequeño. Pues a las 8 de la tarde, al regresar el centenar de soldados a la compañía, sin saber quién había bebido más, la diversión preferida, era cantar todos a la vez “el atleta no tiene pelila, el atleta no tiene pelila, ni nunca la tendrá”. Cuando más agobiado se veía al chico, por escuchar los cantos,  más graciosa se sentía la tropa, y mayores eran las risas de los mandos.

    Presencié la falta de profesionalidad del capitán médico. Estando de maniobras en Albacete, al final de la cena, avisaron al pabellón de oficiales que un soldado sufría una crisis nerviosa. El Dr. salió del pabellón se fue directamente hacia el soldado, con gestos como si fuera John Wayne, y sin mediar palabra, le soltó dos hostias, se dio media vuelta, y dijo: “este ya está curado”, y regresó a seguir de copas. Unas semanas después, ya en el cuartel, me encontraba resfriado, así que fui a la visita médica. Era el mismo médico. Mientras esperaba que me tocara el turno, vi como a dos soldados que les había visitado, a uno le recetó subir sacos de carbón al cuello a una segunda planta, al otro,  que picara una zanja y luego la tapara. Salí corriendo y no volví al médico durante la mili.

    Hacer abuso de poder para humillar personas.  Como asignar la imaginaria, de 2 a 4 de la madrugada, a un importante letrado, el primer día que llegó al campamento. Luego dotarlo de rollo de papel de váter, botijo y otras cosas ridículas, y, los veteranos, estar todo el rato llamándolo para que les diera papel del váter, u otra excusa, para reírse de él y sentirse más hombres, por humillar a una persona culta. Hoy es un magistrado de gran prestigio. Un sargento chusquero, mandaba limpiar la compañía, cuando se daba por terminada la limpieza, recorría la compañía metiendo el dedo y los distintos agüeros que encontraba, cañerías váter etc., con la suciedad que sacaba iba haciendo rayas en la cara del cabo y repitiendo “membrillo, que eres un membrillo”. Vi muchas veces, aplicar arrestos a soldados, supuestamente por no estar atento o moverse, que ninguno de los presentes habíamos visto.

    Humillaban a los que no iban a misa. En el campamento, los domingos por la mañana te formaban, te decían que era hora de misa, pero que estábamos en un país libres, por lo que no era obligatorio ir. A los que no querían ir a misa, les obligaban a limpiar váteres y soportar burlas y humillaciones toda la mañana.

    Las manifestaciones de analfabetismo cultural de los “chusqueros”, eran constantes. Contaré tres. La primera teórica que recibí en el campamento, nos mostraron el fusil, y señalando el cañón, las primeras palabras, fueron “eto ee un fusí. Eto un bujero, y por ete bujero salen la balas”. Luego en el cuartel, un día, otro chusquero nos explicó que el ejército existía para rebajar las cifras de parados. Más curioso fue el sargento que dando clases de tiro dijo que “las bombas caían por su propio peso, y no por esas historias de la gravedad y no sé qué hostias”.

    Vi hacer registro de taquilla, imprevistos violando la intimidad. Posteriormente, a los soldados que les encontraban libros, mal vistos por los franquistas, aunque no estuvieran prohibidos, se les insultaba y arrestaba sin venir a cuento.

    De servicio de un pabellón de oficiales, en unas maniobras, vi cómo el único que tenía derecho a decir cosas graciosas, siempre era el oficial de mayor graduación entre los presentes. Cuando llegaba otro, de mayor graduación, el anterior de mayor grado se convertía en mudo, y ya solo sabía reírle las gracias al nuevo oficial de mayor grado. Vi cómo se detestaba y envidiaba a aquellos que menos trabajo tenían en las maniobras. El más envidiado y criticado por todos, era el Capitán Capellán, porque iba por libre, y  como hacía mucho frio pasaba el día en el pabellón de oficiales. En fin, pude apreciar que el miedo que se tenía a los superiores era mayor que el respeto.

    Escuché hacer apología de la vagancia. Un sargento de mi compañía, era un chusquero, que cuando llegaba por la mañana a la sección a dar teorica, un par de veces al mes, para hacerse el gracioso, decía “yo sí que nací listo, cuando dejé la escuela, en edad de trabajar, me metí en un convento, me echaron por golfo, y de rebote me metí, en el ejército. A mí no hay quién me haga trabajar”.

    Elperiodic.com ofereix aquest espai perquè els columnistes puguen exercir eficaçment el seu dret a la llibertat d'expressió. En ell es publicaran articles, opinions o crítiques dels quals són responsables els mateixos autors en tant dirigeixen la seua pròpia línia editorial. Des d'Elperiodic.com no podem garantir la veracitat de la informació proporcionada pels autors i no ens fem responsables de les possibles conseqüències derivades de la seua publicació, sent exclusivament responsabilitat dels propis columnistes.
    Pujar