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Per José Luis Ramos
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I.- Los choques culturales de la inmigración

  • (Los trenes de emigrantes españoles)

En recuerdo y homenaje, a los dos millones de españoles, que emigraron al extranjero en los años 60, publicaré varios artículos. Las divisas que remitían a España, todos los meses, contribuyeron al milagro económico español de los 60. Gracias a esas divisas, muchas personas pudieron acceder a casa propia, vacaciones pagadas, coche y electrodomésticos en casa, por primera vez.

Estas notas van destinadas a todas aquellas personas, que no han conocido, o que no quieren recordar, que en la década de los cincuenta y sesenta, en España fueron muy populares los trenes destinados a trasladar inmigrantes. Los andaluces tenían “el catalán” que en Catalunya llamaban “el sevillano”. Galicia tenían “el gallego”, y Extremadura “el botejara o extremeño. También desde Madrid salían trenes para transportar inmigrantes a distintos puntos de la península. Pero en este artículo, solo halaré de los que desde Madrid salían a distintos puntos de Europa.

El verano de 1969, viajé en uno de esos trenes, con destino a Alemania. Por lo que puedo ratificar a quienes nos hablan de trenes sucios de asientos de madera, maletas de cartón y fardos atados con cuerdas, con olor a fiambre y tortillas de patatas, repletos de personas. En ellos se compartía la comida que se traía preparada de casa, se alimentaban ilusiones y se forjaban grandes sueños. Trenes en los que se podía percibir la tristeza por la soledad que empezaban a sentir los viajeros, a pesar de estar rodeados de personas, porque sentían el dolor de distanciarse de los suyos. Se percibía la preocupación de quien viaja hacia lo desconocido, y queda desconectado de amigos y familiares que estiman. Eran tiempos que los trabajadores no tenían teléfono en casa, y la comunicación por correo, que no había otra, tardaba semanas. Y, que, en esas fechas, muchas de las personas que emigraban, no sabían escribir, otros tenían dificultades para redactar una carta. Se viajaba empujado por necesidad y en la mayoría de casos era la primera vez que se separaban de los suyos. Eran pocas las familias completas, la mayoría eran hombres recién casados o con hijos pequeños. La angustia y tristeza que siente quien ha tenido que dejar por necesidad, a la mujer que ama y con la que se acaba de casar, o a hijos recién nacidos, hay que verla o padecerla para comprender su alcance.

Eran trenes lentos. Además, tenían que parase en la mayoría de las estaciones, para dejar pasar al que venía de cara. Eran tiempos de una sola vía, y la comunicación no tenía la seguridad que tiene ahora. Eran tan largas las paradas, que la gente aprovechaba para bajar en las estaciones a coger aire, y hacer sus necesidades. Siempre con las ventanas abiertas para soportar el agobiante el calor, en verano, y olor de tantas personas, maletas y fardos en tan poco espacio.  Había que tener suerte para que el humo de las máquinas de carbón, no inundara tu vagón. Eran trenes donde solo se podía dormir sentado y con suerte no tenías que soportar ningún cuerpo tumbado sobre el tuyo.

Con solo 18 años, la primavera de 1969, por razones que no vienen al caso, pero, sobre todo, para salir de la monotonía diaria que vivía en mi ciudad, mi amigo Rafa y yo, decidimos preguntar en el servicio de inmigración de Castellón donde se podía emigrar. Nos ofrecieron Alemania. Yo era menor de edad, por lo que necesitaba el consentimiento expreso de mi padre. Cogí el formulario, y firmé por mi padre. Un día nos reunieron a un grupo de trabajadores, aparecieron los alemanes y eligieron a 9. Entre ellos, a Rafa y a mí.

Para que los jóvenes puedan entender el aislamiento familiar y social de quienes emigraban en aquellas fechas, detallaré el viaje y algunos hechos. Que nadie olvide, qué en aquellas fechas las familias de los emigrantes no tenían teléfono en casa. Para salir nos citaron a la cuatro de la tarde a la estación de Renfe de Castellón. Allí nos encontramos con otros trabajadores que emigraban a otros lugares. A la seis de la tarde, ya estábamos en la estación de Valencia. Nos informaron que no salíamos hasta las 11 de la noche a Madrid. Enseguida algunas personas empezaron a decir, vamos al “Barrio Chino que está cerca”. Allí nos fuimos todos a mirar como los tontos, que salen del pueblo por primera vez. El día siguiente a la ocho de la mañana llegamos a Madrid. Durante el día nos tuvieron ocupados en gestiones, en la Cámara de Comercio alemana, y un Ministerio  español.  Sobre las 7 de la tarde, un tren con un numero de vagones incontable, de aquellos conocidos como “El Borreguero” salía hacia Irún cargado de trabajadores de distintos puntos de España. De madrugada entrabamos en Francia.  Ya por la noche, en el centro de Francia, empezaron a distribuir vagones. A los que íbamos a Alemania, nos encararon directamente a Frankfurt. Llegamos a las 8 de la mañana. Desde allí distribuyeron a las distintas partes de Alemania. Nosotros como íbamos, a una fábrica de construcción de tornos de Langen, una ciudad, situada a 11 kilómetros al sur de Frankfurt, dos horas después estábamos en la fábrica. Total, unas 68 horas de viaje, con las incomodidades propias de los trenes de aquella época. Ahora puedo salir de mi casa, 3 horas después estar en Frankfurt y, durante el viaje, ver y hablar con la familia y amigos, cuantas veces quiera.

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