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Per Jesús Montesinos
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Educación para sobrevivir en la vida

    Mi hija va a un buen colegio (LLedo International School) que lo es porque ha asumido que la formación de los ciudadanos del futuro no puede depender de veleidades políticas. Mi hija y sus compañeros van a educarse en el llamado Bachillerato Internacional, de manera van a tener que estudiar mucho más para competir con sus compañeros de otros países, pero quedan fuera de los debates sobre política educativa española propios del siglo XIX. Estudiar y ser felices es lo prioritario. Aplicada pues una mínima tabla de competitividad estoy más que satisfecho con el conocimiento que tendrá mi hija para que enfrentarse a la cruda realidad del mercado y de la vida que se nos viene encima. ¿Cómo estamos preparando a nuestros hijos para el nuevo paradigma?

    A la vista de lo que pasa en cientos de colegios acabo pensando que como máximo la tendencia es nos lleva a fabricar como mucho los camareros de Europa. ¿Pudiendo dar una buena educación a nuestros hijos, porque nos empeñamos en mantener esquemas arcaicos que los condenan a no pasar de Erasmus? Y eso que hablamos solo del Bachiller. Si pasamos a la universidad es para llorar. Ya no son los males heredados de la LOGSE, es que hasta en matemáticas, informática o literatura hablamos de parámetros de 1999, cuando en solo tres años una red social como Facebook aglutina más conocimientos que todos los diccionarios enciclopédicos del mundo.

    Pues nuestros hijos aprenden a través de esas redes, o resuelven sus dudas por Wikipedia. ¿Qué coño es eso de un ordenador por alumno cuando la conexión a la red en cualquier colegio tarda quince minutos en encenderse? Cualquier chaval tiene un móvil que ya supera ese ordenador decretado por Zapatero. La educación española está todavía en la etapa de la electricidad (enchufes para conectar una lámpara), cuando nuestros hijos tienen que batirse el cobre con otros que conversan miles de datos con otros miles de estudiantes que innovan y aprenden de Youtube o Google. Aquí estamos todavía discutiendo la autoritas o la potestas del maestro. O la infalibilidad papal de cualquier profesor agregado. O lo de enseñanza pública o privada, como si estuviéramos releyendo a Azaña.

    Nuestra tabla de competencia en la educación es prediluviana. Lo que pasa es que no nos comparamos con nadie. No queremos compararnos. De entrada ni sabemos inglés para saber cómo está la educación en otros países. Y en esta responsabilidad se suman políticos (autonómicos, centrales y asilvestrados), padres, empresas de enseñanza y, sobre todo, enseñantes de primeros grados y los universitarios. Las universidades justifican su existencia por los sueldos que reciben sus licenciados, no por el conocimiento que aglutinan. Por eso nuestras empresas no son competitivas, porque no lo somos ni en la educación de nuestros hijos, que son el capital social de un país.

    Por eso antes de entrar a comparar el conocimiento de nuestros hijos en relación a los marcos globales en los que van a tener que vivir, habría que comparar qué saben nuestros maestros y catedráticos. Lo hay que todavía compran un atlas porque no saben entrar en Google Earth. Puestos a comparar me quedo con los maestros de la Segunda República. Al menos tenían vocación. Ahora solo tienen sindicatos y moscosos. Y lo siento por los buenos, que los hay y mucho. Por ejemplo: a mi me encantó cuando la profesora de mi hija de ocho años, la del Bachillerato Internacional, dijo que todos los días tenían que estudiar fijo media hora en compañía de los padres.

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