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Tormentas

    Un día frío, un té vainilla, una ducha caliente y de fondo John Mayer con su guitarra son suficientes para comenzar este cuadro para el que aun no tengo un título. De normal lo tengo claro desde el principio porque la dirección de la idea la dibujo sin problemas; pocas veces lo he rectificado al terminar. Pero hoy quiero esperar hasta el final, quiero ver qué me han dejado las letras tras vaciar la nube que llevo en la cabeza. Las más de las veces ellas te acaban sorprendiendo.

    Sí, digo vaciar porque, aunque lo que mejor escribo es crítica y crónica de sociedad, hoy me apetece mostraros otro de mis colores. Quienes encontramos en la lectura paz y en la escritura la forma de sentirla, sabemos que es muy necesario sacar lo de dentro, lo que ronda sin descanso, lo que no duerme. Por eso hay que vaciarse, y yo hoy quiero hacerlo desde una de las posiciones que más me gustan, que más equilibrio me fuerzan a tener: las emociones.

    A poco que me conozcáis, sabréis ver que soy una mezcla de lógica y sentimentalidad. Me gusta frenar en seco con cuidado, pero también desbordar de ilusión. Una vez, una de las personas que más respeto en este mundo me dijo que para lo seria que voy, se me sale el alma por los ojos al caminar. Bueno, pues eso, que no me guardo nada para mí. Eso me lo repite mucho mi mejor amiga. Eso hace que muestre mis cartas a la primera, hace que pierda todo el interés.

    Tenemos un mar de emociones dentro de nosotros, en nuestro interior, y por él navega desde hace meses -y en estos días se ha intensificado- la idea de que se ha confundido dar una opinión o consejo con juzgar sin conocimiento. Lo entiendo, la línea es muy fina y podemos pasarla incluso sin darnos cuenta. Yo la he cruzado muchas veces, sin querer y queriendo. Lo admito, soy culpable. He jugado a creer de las personas cosas que me podría haber parado a pensar, a sentir. Hasta que no me he juzgado a mí misma con la misma crueldad, no he comprendido lo innecesario que es hacerlo.

    ¿Por qué nos esforzamos tanto en criticar lo que desconocemos? Entiendo que se haga, de verdad que sí, pero es que al final te aporta tan poco a nivel personal, y te hace tan pobre de espíritu. Es decir, desconocemos el por qué de las cosas, y aún así afirmamos con total rotundidad como si por un momento se nos hubiera revelado la verdadera respuesta. Y no es así, no lo es. No sabemos ni un cuarto de lo que existe en la vida de esa persona.

    Seamos pacientes, comprendamos y apliquemos empatía. Si lo hacéis antes de soltar un prejuicio, lo que venga a continuación cambiará. Demostrado. Dejemos que cada cual haga lo que pueda y quiera sin necesidad de criticarlo; si no hace daño a nadie permitamos que siga su aprendizaje personal con sus aciertos y errores. Asumamos que las cosas sigan un curso, el ritmo que toca. Aunque no sea el que queremos o el que nos gustaría. Avancemos como personas o estaremos siempre pendientes de los errores. Y claro, si eso es así mejor hacerlo de los errores de los demás y no de los míos.

    Como sociedad hemos perdido demasiado dejando a los juicios acampar a sus anchas sin tener en cuenta el mundo de las otras personas. Aunque odiemos, juzgar de esa manera es faltar a la dignidad; aunque se esté equivocando o debido a la situación no esté actuando como toca, es atacar. Si dando nuestra opinión faltamos al respeto y no conocemos, no sirve. Sé que está muy extendido, pero es cierto que las batallas internas no se ven. No se muestran del todo. No se enseñan, y menos a esas personas que nos han puesto ahí.

    Pero desconocerlas no significa que no sepamos que hay, que existen y que se libran a corazón abierto desde dentro. Nos persiguen a lo largo del día, durante la noche, están. No entienden de días malos o buenos, solo existen. Y llegar a quererlas es un proceso costoso y doloroso, porque es entonces cuando podemos ponerles paz, cerrarlas.

    La opinión que tengamos que darle a alguien que tenga cuidado de no caer en la crítica y que surja del amor. De ese amor que es sincero y que sentimos porque lo hemos sabido hacer crecer distanciándose de comentar la vida de los demás. De ese amor del bueno, del que no nos cansamos de compartir porque sabemos que es sano.

    El día que veamos a alguien que no puede seguir solo, acordémonos de cuando tuvimos que pedir ayuda. Como escribe Sara Mesa a través de su personaje Nat: “piensa en el intercambio primigenio como relación social básica”. Dando se recibe al final. Antes de ponernos a criticar, asumamos que a lo mejor no somos quiénes para hacerlo. Pensemos en las veces que nos hemos equivocado, caído y demostrado a nosotros mismos lo capaces que en realidad somos. Pues hay personas que probablemente estén ahí ahora, y no necesitan de críticas y prejuicios.

    Seamos responsables, adultos, hagamos que algo de esta sociedad medio rota funcione. Pongamos en marcha los valores de nuevo. Asumamos culpas y errores, no salgamos corriendo como si huir fuera buena respuesta. Seamos como mis alumnos de la ESO: “si no lo sabemos, vamos a preguntar”. Es cierto que se refieren al contenido del examen de la semana que viene, pero creo que es idóneo para despejar esta nube, para calmar la marea, para expresar y pediros que no juzguemos las tormentas que no sufrimos.

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