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Tengo hambre

    Tengo un TCA. Tengo un Trastorno en la Conducta Alimentaria y me está devorando la vida, paradójicamente. En realidad, me la estoy fastidiando yo misma, porque al final sé que soy la única que puede dejar de odiar mi cuerpo de una vez; la que tiene que romper el bucle infinito de compararme y sentirme inferior. El resto, son circunstancias y consecuencias que no he podido controlar. Porque la vida y estas cosas es así; gestionamos lo que viene, pero no decidimos el qué. Yo, que siempre lo he querido tener todo bajo control y medido, pensado y planeado… No he visto venir el daño que me he estado y me sigo haciendo.

    Este trastorno se define como una alteración grave en tu relación con la comida, y se relaciona con factores de autopercepción corporal y de distorsión de la propia imagen. Cuestiones de salud mental que comienzan siendo invisibles e “irrelevantes”, y que normalizamos por culpa de una sociedad etiquetada y ajustada a un modelo. Que ataca casi siempre en épocas y etapas de inestabilidad; su favorita es la adolescencia.

    Entre los trastornos más comunes, están la anorexia y la bulimia. Que no os den reparo o miedo estos nombres, porque quizás, lo más probable, es que vivas cerca de alguno. La última, la bulimia, es mi archienemiga actual. Y me gustaría mucho contaros cómo y qué sucede. No por obrar milagros, sino porque siento desde mí que puedo ayudar un mínimo de esta forma. Y eso me empuja más que cualquier protagonismo del que me acusen y de cualquier llamada de atención que me echen en cara.

    Con 16 años decidí por primera vez que era buena idea hacerme vomitar el almuerzo en el instituto. Paquete de rosquilletas de pipas y un zumo. Tenía examen de latín. Me acuerdo a la perfección. Me dijeron que ese pantalón nuevo no quedaba bien con mis piernas, que quedaba mejor con personas más altas. No se lo dije a nadie, ni siquiera a mi mejor amiga de entonces. Llegué a casa con la normalidad aparente de siempre y desde entonces sigue siendo así. La normalidad aparente de todos los días; la que nos pesa, la que nos cansa y la que nos hace sentirnos obligados a todo y a nada. Presión en el pecho gratuita. “Es que eres muy fuerte, Carmen”. Sí, pero también finjo, escondo y tapo de maravilla.

    Hasta hoy, poco a poco, he ido reconociendo etapas a lo largo de mi vida de peor relación con la comida. Dándome cuenta de que dejar de comer es una opción que he tomado de manera muy fácil cada vez que tenía problemas. Como si el TCA hubiera estado siempre en la sombra esperando a que no lo viera para aparecer por la esquina. Tengo tan normalizado e interiorizado el sentirme bien al vomitar, que no pienso en el horror que supone. Comer, sentirme culpable por haber comido y purgarme (así se llama al acto de hacerse vomitar) es la clara señal, para mí, de cuándo debes pedir ayuda y acudir a los profesionales pertinentes.

    Solo para intentar que sepáis cómo se siente, os voy a hacer unas preguntas: ¿Sabéis lo que es llorar delante del espejo al salir de la ducha? ¿Al salir de entrenar porque quieres ver ya resultados? ¿Al estar delante de un plato de macarrones que te encantan, porque no tienes ganas de comer y si te fuerzas los vas a vomitar? ¿Al ser incapaz de mirarte en un probador y ver lo bien que te queda el vestido? ¿Al estar de frente con la taza del váter otra vez y saber que está(s) mal? ¿Al mirarte las piernas o los brazos de refilón y por eso no querer comer nada durante el día? ¿Al sentirte culpable por haber comido “de más” en un cumpleaños o comida familiar? ¿Al comer a la fuerza delante de personas porque no vean o se den cuenta? ¿Al llegar a casa después de dejar pasar la oportunidad con chico porque no quieres que vea, toque y sienta tu cuerpo? ¿Al darte cuenta de que comienzas a tener rechazo al contacto físico de cualquier forma? …

    Podría seguir, pero tengo que cortar en algún punto. No es fácil en absoluto, y ahora solo de pensar que llegan las comidas navideñas con amigos, familia, conocidos, compañeros… No quieres fallarles. Pero escúchame, si estás igual que yo, si de alguna forma estás sufriendo un TCA, no tienes la culpa y no estás solo o sola. No es una vergüenza, ni debes cuestionarte por ello. Y mucho menos sentir que vales menos o que estás estropeado.

    Yo me siento mala profesora preguntándome cada día por la mañana cómo me atrevo a ponerme enfrente de la pizarra y dar ejemplo. Y eso no es así, es tu propio yo impostor, porque hasta los alumnos te agradecen hasta el mínimo detalle cuando lo compartes con ellos. Te demuestran que ellos también pueden llegar a comprender y ser comprendidos. Me he sentido la peor amiga del mundo por dejar de cocinar cosas que siempre aporto porque no tengo ganas de ver comida. Y eso tampoco es así, porque el cariño y la atención que te dan tus amigos cuando lo entienden es tan increíble, que no merece la pena sentir miedo, creedme.

    No sufras si tienes que acudir al psicólogo por ello, la mía es increíble y necesito su trabajo para mi día a día. Si tienes que conocer a un psiquiatra y que te recete aquello que te irá bien, la mía me trata con tanta empatía que me siento capaz. O si tienes que estar guiado nutricionalmente; las dos nutricionistas que he conocido y que me han ayudado son increíbles, sin prejuicios, solo te ayudan…

    Todas ellas, existen para ayudar y para acompañar en aquellos procesos que no sabemos gestionar por nosotros mismos. El acoso que hemos podido recibir y el que nos hemos hecho no puede definir las personas que queremos ser. Por eso, si lees esto y así lo sientes, el TCA no va a ganar. Tener miedo a recurrir a profesionales, solo ayuda a perpetuar el estigma y el tabú que existe sobre la salud mental. Y eso, sí que no ayuda a nadie. Ni a ti mismo, que puedes estar necesitándolo.

    Tengo hambre, pero no puedo comer. Tengo hambre y no sé comer. Tengo hambre y mi cuerpo rechaza la comida. Tengo hambre y cuando como, me siento culpable por ello. Tengo hambre, pero luego vomito. Tengo hambre, pero no lo voy a hacer porque me siento gorda. Tengo hambre, pero prefiero ir a entrenar dos horas. Tengo hambre, pero no paro de pensar en lo que veo en el espejo. Tengo hambre y sufro cuando me ven comer. Tengo hambre… Y ¿sabéis? Voy a trabajar para cambiar todo eso. Porque no podemos permitir hacernos ese daño, porque hay que estudiar el querernos de verdad, y porque al final tenemos que buscar la forma de ser felices siendo nosotros mismos.

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