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Querido rencor

    No sé si ha sido un placer, pero ha llegado el momento de decir adiós. Llegaste a mí en 2020 y me inundaste entera. Te quedaste una larga temporada hasta que tuve el valor suficiente para echarte. Viniste cuando me rompieron, cuando me hundieron y cuando me desintegré en mil pedazos. Pensaste que era buena idea que tu amiga la pena también ocupara mi mente y mi corazón, y ambos decidisteis encerrarme en la peor jaula que he conocido hasta la fecha.

    Probablemente no sabías que me sumirías en una profunda oscuridad, con ese frío clavado en cada parte de mi alma y con esa sensación de vacío profundo que no conseguí quitarme en meses. Ni serías consciente de la vulnerabilidad a la que estuve expuesta tanto tiempo, ni del cansancio vital todos los días; volvía a casa y solo quería apagar las luces de fuera y dormir, aunque fueran las seis de la tarde. Era entonces cuando caían las lágrimas sin esfuerzo alguno, mirando a un punto muerto y dejando que saliera el dolor. Ya está.

    Entonces mamá venía a decir que si queríamos cenar y, obviamente, no queríamos. Era luego, a las cuatro y media de la mañana cuando comíamos un bol de cereales si eso. A veces, ni dormíamos, simplemente las horas pasaban y pasaban. Tuviste el gran honor de cogerme de la mano y llevarme a la depresión. En esa misma mano ponía mis pastillas antidepre todas las mañanas, me sentía un contenedor de basura andante.

    Fue muy pesado llevarte cada día, pensé que en 2021 desaparecerías de mí, pero solo buscaste otras formas de convivir conmigo pese a mi negativa insistente de sentirte. Me hiciste confiar en personas que no debieron ver nunca ciertas partes de mi historia, y me llevaste a sitios, a personas, que no quiero volver a ver. Me hiciste sentir la peor persona, no quería juntarme con la gente, con mis amigos, por ello. Me querías anular y silenciar. Lo que no sabes, es que gracias a ti supe comprender.

    Comprender quienes sí y quienes no cuentan en mi vida, y también entender que eres pasajero. Me guiaste sin quererlo a aprender de mis errores y saber rectificarlos. Supe asumir que yo tengo el control. No tú. Alimentaste los castillos de mi ego, cualquier afectividad te bastaba para reafirmarte en tu trono. Y eso no podía consentirlo, porque en mi reino interior no hay sitio para más monarcas. Y menos para alguien así, como tú.

    A escondidas de ti me fui dando cuenta que debía reconstruir partes de mí que estaban muertas, aunque algunas de las ruinas y las cenizas -estaremos de acuerdo- hice bien en dejarlas donde corresponde. Sé que formas parte de la vida, pero no tienes por qué estar siempre presente. Si hay preguntas sin respuesta, así deben quedarse.

    Por eso, porque el año pasado me centré en construir de nuevo todos esos pedazos, y con éxito diría yo, creo que lo mejor para nosotros es que en este nuevo año descanses. En 2022 me gustaría inaugurar mis nuevas galerías, los cuadros que ahora cuelgan de las cicatrices merecen ser vistos. Las páginas y los versos que he escrito quiero que se lean. Y merezco recuperar mi derecho a brillar. Esa luz que todo el mundo me ha dicho siempre que tengo, pues la quiero. Porque ahora me la creo.

    ¿Te puedes creer que muchos adultos piensan que no nos afectáis y que no deberíais suponer un problema en nuestra “juventud”? Es gracioso, porque a pesar de todo os hacemos frente. Está claro que aun no llevamos esas cargas de la vida más adulta, pero vaya si os sentimos, vaya si nos paralizamos cuando habláis. Y todo ello mientras intentamos conseguir nuestro hueco en este mundo. A nadie le deseo ir con tratamiento por depresión a una entrevista de trabajo, no demostrar todo lo que puedes aportar y sentir la frustración de saber que no podías ser tú al completo.

    Me divorcio de ti por el momento, y en esta separación de bienes sales perdiendo. Porque no se puede seguir viviendo y desencadenando recuerdos que deben quedarse en la estantería de una vez por todas. Cerrar los cajones y continuar, que demasiada vida hay por vivir todavía. Merecemos beber cada momento, y merecemos llenarnos de esos propósitos que a lo mejor no terminamos de cumplir, pero que están dispuestos a darnos las ganas suficientes. Merecemos buscar esos logros, ganar esas batallas y conquistar esas metas sin que nada del pasado se interponga.

    Querido rencor, ya está bien. Ya no es lo mismo, todo ha cambiado. He cambiado yo y has cambiado tú, y quiero tener un año en el que se vean los resultados de mi entrenamiento. Aunque nunca pare de aprender y mejorar, pero eso tiene que ser sin que estés en mi casa. No me gustas ya, y no encuentro en ti nada que me pueda satisfacer, hace ya tiempo que eso es así. Siento si te he fallado, pero fallarte era ganar en mí. Y eso es lo que cuenta. Por eso, querido rencor, adiós.

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