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El lenguaje político

    Sabido es que nuestros políticos nos tienen acostumbrados a las filigranas, a desdecirse, a pactos de sillones y a tener poca fidelidad a su palabra. Algunos políticos, no todos. De la política necesitamos mientras que de la antipolítica y de quienes defenestran la noble actividad que ya ejercían en Roma debemos huir.

    Y sí, aunque estamos acostumbrados a las malas noticias y a la corrupción hay gente buena, mucha. Por ello, por la existencia de gente honrada, es por lo que los políticos se ven obligados a recurrir al siempre manoseado lenguaje político. Para disimular, difuminar o relajar sus maniqueísmos. Así, hemos llegado a escuchar expresiones tan peligrosas como vacías. La indemnización en diferido o los presos políticos son buena cuenta de ello. Literatura al fin y al cabo puesto que lo que de verdad importa a la hora de regirnos como sociedad es la ley. Sin norma no hay sociedad ni democracia. Y, por suerte, nuestra ley no permite presos políticos, políticos presos sí, que es otra cuestión. Tampoco permite que corrupciones que no lo son se queden en el aire. Cuestión diferente es la politización y lentitud de la justicia.

    Juegan con el lenguaje y el papel, que es muy sufrido. Miren si aguanta el papel que en Madrid, los de Rivera habían firmado con el PP echar a cualquier político que falsease su currículum, y a día de hoy, Ciudadanos y PP siguen siendo uña y carne en aquella región.

    Lean entre líneas, usen diccionario y, sobre todo, tiren de hemeroteca. El papel y el lenguaje son muy sufridos, sí, pero más combativa y tozuda debería ser nuestra exigencia como ciudadanos para con nuestros representantes. Digamos no a las manipulaciones dialécticas. Ni 'querellas criminales' (una redundancia puesto que todas las querellas son criminales), ni indemnizaciones en diferido, ni presos políticos ni unas regiones que roban a otras. Digamos basta. Que no nos traten como a pardillos.

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