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¿Por quién doblan las campanas?

    “Ningún hombre es una isla;
    todo hombre es un pedazo de tierra firme;
    si el mar llevara lejos un terrón,
    toda Europa quedaría disminuida...
    .../...
    La muerte de cualquier hombre me disminuye,
    porque soy parte de la Humanidad.
    Por eso no preguntes nunca,
    por quien doblan las campanas:
    están doblando por ti”.

    John Donne (1572-1631) Poeta inglés.

    Es una costumbre muy antigua en los pueblos de tradición cristiana, que cuando alguien muere, la iglesia parroquial deja sentir los lúgubres tañidos de sus campanas. Es un sonido inconfundible, en otros tiempos un referente útil, pues la comunidad era muy pequeña, casi familiar, y acercaba a todos el duelo por la pérdida de uno de sus vecinos.

    Vivimos tiempos extraños, esta sociedad del consumismo y del bienestar, quiere camuflar y dar la espalda, a realidades inherentes al ser humano desde los tiempos más remotos. Y uno, no acaba de entender, aunque resulte duro, cómo se puede vivir sin asumir con normal resignación, que la muerte es parte de esa vida que como un don, disfrutamos. Y precisamente esa fatalidad, es la que nos hace a todos los humanos iguales, pues a la hora de la parca, nadie escapa a su mortal abrazo ya sea rico o pobre, rey o villano. Y solamente desde la fe, puede mitigarse el dolor por la pérdida de una persona querida, pues esa creencia religiosa nos dice que está en la Gloria, gozando de la presencia de Dios. Nuestro Cristo del Calvario ha prometido a quien le siga: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en Mi, aunque muera, vivirá”.

    Tañen las campanas con puntual asiduidad desde el airoso campanario en el casco antiguo. Si el oleaje de ruidos no lo impide, aún se perciben los mortecinos toques que clasifican al finado entre hombre o mujer. Aludiendo a los versos del gran poeta John Donne, en quien Ernest Hemingway se inspiró en su novela sobre la guerra civil española, y adaptada al cine con Gary Cooper como protagonista, que cada toque de campana está doblando por mi, por ti y por cada uno de nosotros. Si es joven, un porvenir truncado y una familia rota por un dolor insufrible. Con la omnipresente pregunta, ¿Por qué a mi?. Si es anciano, será un descanso al final de una larga vida, una arribada a puerto, mientras que para una persona en la flor de la vida, siempre será un naufragio.

    A mi me impresionan los toques a muerto. Y me gusta preguntar, ¿Por quien doblan las campanas?. Con medio siglo de vida a las espaldas, la gente del camposanto le es a uno muy familiar, y con la pérdida de esa persona que anduvo, vivió y estuvo entre nosotros, algo tuyo se va también con él, por eso acompañamos en el sentimiento a la familia, a ellos se les va parte de su carne y de su sangre; pero a cada uno de nosotros nos arrancan una figura entrañable del paisaje humano.

    Hace años, en una de las caminatas con los Peregrinos de las Ermitas, acerté a pasar por un rincón de nuestras montañas, donde recordaba siendo joven, un cuidado y productivo olivar con almendros, melocotoneros y serbales, un jardín montaraz enclavado en la bella rusticidad de nuestra sierra de Mormirá. Ahora da lástima, una pena terrible. Casi me eché a llorar al ver aquellos esqueletos en forma de ramas, los mimados bancales eran irreconocibles y llenos de maleza, la caseta violada y la puerta desvencijada. Pregunté, y aquel hombre viejo había muerto, y con él, habían sepultado también el jardín de olivos del Mormirá.

    El otro día, las campanas de difuntos se llevaron a un gran maestro del toque del reclamo bucal, su personalísimo estilo y sus peculiares notas musicales se fueron a la tumba. O el labrador de noventa y tres años, que cuidaba un frondoso cañaveral a la vera del río y unos bancales huertanos, que eran un primor. O la mujer anciana, heredera de las recetas culinarias más exclusivas de nuestros fogones; y lo más importante, la santa paciencia para ponerlas en práctica. O aquella señora que conoció de primera mano los desastres de la guerra, aquí en el pueblo, y que nunca conseguí que pronunciara una sola palabra de odio, y ni siquiera un reproche. Podría exponer cientos de ejemplos, pero lo cruel y cierto es, que mueren a diario personas depositarias de un oficio, una virtud, un carácter, una especialidad...; y con ellas, cae un cuadro de la pared del salón de nuestra vida, imposible de recomponer. Aquellas personas que nos cruzamos en la calle, que vemos en el bar, en el carafal de fiestas, paseando por las calles y plazas, yendo a misa, sentadas a la tertulia de la fresca en verano, en el mercado...un día, desaparecen y no las ves nunca más.

    Y cuando te acercas al cementerio, lugar menos frecuentado de lo deseable; vas recorriendo los nichos con sus nombres, fechas y fotografías. Están allí, aquellos que ya no veías hace tiempo, y te vas dando cuenta de que aquel lugar es como una inmensa biblioteca de libros sin hojas, que muestra solo las tapas. Y te preguntas, si toda la experiencia y sabiduría de esas vidas, sus afanes y desvelos, su ternura..., tienen continuidad en nuestra acelerada sociedad de hoy.

    Y del fondo del alma, una voz lastimera me dice que no. Que cada finado, es una pérdida humana y patrimonial irreparable. Que con cada toque de difuntos se va algo más que una vida. Se van un olivar del Mormirá, una receta de plantas medicinales, un porvenir diáfano, la última escultura de tierra pipa, una alfarería tradicional, una huerta ecológica etc...etc...etc...

    Por eso, cuando oigo doblar las campanas paro mi actividad, y aunque no se lleve ni esté de moda, me santiguo y rezo una oración, la que me enseñó mi santa madre siendo un crío. Y aunque no sé quien ha fallecido, recuerdo los versos de Donne, y sé que algo mío también se ha muerto y que se va con él, en silencio por una senda sin retorno.

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    comentaris 5 comentaris
    pita
    pita
    24/08/2010 12:08
    comentario a por quien doblan las campanas

    Hace mucho tiempo que no hablamos, pero al leer tu árticulo de las campanas, me has hecho llorar, es tan cierto lo que dices, y tan duro, voy poco al pueblo pero teniendo tambien tus años, cuanto me entristece que mi libro se quede sin hojas, y es en el camposanto donde encuentro a la gente de mis recuerdos de niñez y juventud, gente llena de vida y de ilusiones, de fuerza y de futuro, que ya no nos acompañan y de las que bebimos infinidad de conceptos y de enseñanzas , de recetas, de sapiencia popular y de raices. No sabes cuanto me alegro encontrarte y poder leerte, ha sido por casualidad y tu tambien eres un referente de mis años en alcora, por lo tanto espero que las hojas de nuestras vidas se llenen mucho mas y pueda leerte y saludarte , un abrazao

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