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Per Vicent Albaro
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Puertas al campo

    Anda en estos últimos tiempos el Ager-agris revuelto. Una oleada de robos sacude los campos, soliviantando los ánimos de los sufridos agricultores, que ya solo les quedan dos telediarios para transmutarse de sufridos ascetas, a vengadores estilo Charles Bronson, en defensa del pan suyo de cada día. Y es que la situación se ha vuelto insostenible. Los robos de quintales de cobre provenientes de las instalaciones de pozos, sus contadores y demás elementos de conducción, rebasan ya el colmo. De las furgonetas piratas, que llenan los vehículos de la preciada clemenules con el sello clandestino del hurto y camino del mercado negro, han pasado a desmantelar las infraestructuras. Ya no solo mangan el fruto, sino que amenazan con liquidar el sistema de trabajo al uso, necesario para mantener con vida la arboleda y su producción. Esto es el colmo para un sector, dejado de la mano por los dioses políticos que en su vida han pisado un huerto y que visto lo visto, les importa un pimiento o un alcachofa de Benicarló lo que les pueda pasar.

    Otro pimiento le ha importado al Sr. Ricardo Peralta, subdelegado del gobierno en el cap i casal, que ha manifestado que la policía es para las ciudades y no para el campo. Capitalino que es el hombre. Es el eterno divorcio de estos tiempos convulsos. Calentito y confortable en el ático de la ciudad, el supermercado en la esquina donde hay de todo, comodidades a tutti plein, mientras el campo se identifica con ese lugar inhóspito donde hay molestas moscas y hormigas, se suda, hace frío, salen callos en las manos y sus rudos labriegos, ejercen el papel de parias de esta estúpida sociedad. O también, ese lugar donde recrearse bobaliconamente, frente al televisor, en el paseo vespertino, hacer footing, y extasiarse frívolamente del verdor, pero siempre como meros espectadores de una imagen virtual, de espaldas a la hiriente realidad de quienes tienen en ese espacio, su áspero modo de ganarse la vida. Y ya solo faltaba el moro de Marruecos, merced a las prebendas de la incompetente Unión Europea, para vender sus cítricos a bajos precios y acabar de hundir la agricultura mediterránea, o sea la nuestra.

    Me decía un viejo amigo agricultor, que la sociedad actual tiene demasiados aires burgueses. Que la escasa rentabilidad del campo propició la huida masiva a las ciudades en el pasado, abandonando la heredad y el oficio. Hoy, que ya no caben en las ciudades, que los bloques de pisos llenos o vacíos se semejan a grandes colmenares fríos, anónimos y grises, la vuelta es casi imposible. Las fincas están perdidas o invadidas de un anárquico pinar sin valor crematístico alguno, pero lo más grave, es que se ha perdido el oficio y los grandes conocimientos que no han podido transmitirse por falta de alumnos aplicados, alistados todos a la deserción del campo y acomodados a la supuesta confortabilidad de la ciudad. Hasta aquí mi amigo. Yo añadiría además de su claro retrato, que tampoco hay ganas de adquirir esos conocimientos.

    Volviendo a los robos que están alterando la paz social de muchos municipios, la cuestión no es más importante que el saqueo de una vivienda urbana, o un chalet de urbanización, pero una cosa tienen en común: el preocupante incremento de la delincuencia. Ello ha provocado el estado de indefensión del ciudadano que aboca al desencanto y desconfianza en las instituciones, pensando que las leyes están hechas para favorecer al criminal y no a las víctimas. Y esa sensación hoy en día es general, por más que los subdelegados gubernamentales, se empeñen en maquillar las estadísticas para anunciarnos a bombo y platillo, que el ratio de los delitos anda a la baja. Y un jamón. Como los que le han robado hace escasos días a un masovero de la pedanía de Araia.

    El personal vive con la congoja del asalto tipo far west. Abandona las viviendas aisladas para refugiarse en la agrupación urbana donde haya vecindad y posible defensa, o al menos auxilio a mano. Volvemos a la edad media, donde ante los asaltos del pillaje, los villanos debían refugiarse en los seguros muros del castillo o alcazaba. Las fuerzas del orden van saturadas y con escasos medios para prevenir y/o actuar, hartas de coger manguis, y soltarlos en el juzgado antes que ellos, acaben de cumplimentar la diligencia. Los juzgados saturados de casos pendientes que se amontonan por archivos y pasillos. Y algunos jueces compasivos y misericordiosos, muy colegas ellos, intentando reinsertar a quien tiene por oficio y beneficio vivir del expolio del prójimo. Y como siempre, la culpable es esta malvada sociedad que no les comprende, ni les echa el ánimo.

    Ahora ante la oleada de rapiña, los agricultores quieren poner impedimentos en los caminos rurales, es tal la desesperación del personal que pretenden poner puertas al campo, cosa harto imposible por muy loable que sea la idea. Las patrullas ciudadanas nocturnas evidencian el fracaso de una sociedad permisiva y desnortada. No estábamos preparados para recibir comandos militares del este, transformados en bandas guerrilleras de asalto bien organizadas. Colando por las fronteras armas, munición y lo peorcito de sus pueblos, son las palabras de un responsable de la policía de fronteras en la Junquera . Pero como aquí todo es jauja, somos muy coleguitas y tenemos la filosofía power flower, pues eso, dejemos que nos roben los ahorros de toda una vida, nos violen a la parienta, el cobre de los pozos, las clemenules, los electrodomésticos y hasta los jamones de la masía. Y chitón, no sea que te partan la boca y el ojo a la virulé o una raja en el costillar, como defiendas tus derechos y posesiones.

    Al menos en la edad media, el señor feudal te acribillaba a impuestos y tenía derecho de pernada, pero al menos te defendía con sus mesnadas de la canalla bandoleril y asesina. Hoy, ni esas. Oiga, ni pagando. Que Dios nos pille confesados.

     

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