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Miedo, tengo miedo

    “Miedo, tengo miedo, miedo de quererte y miedo de perderte” Así reza la copla del maestro Solano interpretada magistralmente por Marifé de Triana, Juanita Reina, Rocío Jurado y hasta por Isabel Pantoja.

    Aunque en realidad esta letra habla del mal de amores, observo un paralelismo casi trágico a la realidad que estamos viviendo y sufriendo, desde que este loco año bisiesto de 2020, inició su andadura.  Hay mucho miedo en esta sociedad que habita y cohabita nuestros lares, próximos y lejanos. La plaga del Covid19 de tintes oscuros en su origen, pero de resultados catastróficos en lo social, económico y moral, ha venido para quedarse. Para quedarse y para advertirnos que nuestras seguridades son papel mojado, ya lo eran antaño, la gente seguía palmando y no nos dábamos por enterados.

    A la muerte, esa que llevamos pegada todos los días desde el nacimiento, se la había arrinconado culturalmente, para no verla e ignorarla. En nuestro solar, desde que se inventaron los tanatorios, los niños ya no ven al abuelo en el ataúd al rellano de casa. A algunos se les priva de esa última mirada con el socorrido. “Quiero que lo recuerden como en vida”. Eso está bien, pero el rostro nacarado, yerto y frío de la muerte, por desagradable y doloroso que parezca, nos recuerda que por ahí pasaremos todos. Ese aldabonazo dramático, ese baño de cruda realidad quizás no sea bueno abusar de él, pero ignorarlo es estúpido y peligroso. Porque nos vuelve débiles ante una situación real, que ha existido siempre y que nos marca la meta final de nuestra trayectoria humana.

    Con esta pandemia que nos arrasa como plaga bíblica, también los gobernantes nos han ahorrado las secuencias de bolsas funerarias amontonadas en morgues, o filas de ataúdes ordenadas como no se veían desde la última guerra. Hay que evitar imágenes desagradables para que no cunda el pánico, para que la gente no tenga miedo. Ya salió la palabra miedo. Y mientras, como si todo fuera una pesadilla irreal ajena a todos, han continuado los laylo laylos, las festukis…y al final, los contagios. Y como ocurre siempre, hasta que el drama no le toca a uno de cerca, parece no enterarse de qué va el tema. Y cuando le llega, a veces ya es demasiado tarde. Así que el miedo al Covid ya es general, y ese miedo ha desencadenado otros miedos, como en una loca carrera al absurdo, que de no remediarse pronto acabará en otra plaga paralela de locura colectiva.

    Nos han quitado la seguridad del gran bienestar sanitario que disfrutábamos. Éramos ricos e ignorantes de serlo. Ponerse malo hoy es un drama. De cualquier cosa, hasta de un dolor de muelas. Hospitales saturados, UCIS en alerta máxima, profesionales agotados, prescripciones telefónicas, enfermedades crónicas desatendidas, intervenciones quirúrgicas retrasadas…Si al canguele del paciente, sumamos la  histeria sanitaria, el coctel es explosivo. Y las muertes siguen, cada minuto, cada hora y cada día. Cada jornada se cae un avión comercial de pasajeros, y al menos ahora, ya hay conciencia de ello. Así que el miedo, revestido de mascarilla y toque de queda, está inmerso en el pan nuestro de cada día, sin visos de un final próximo.

    “El miedo es tu carcelero y el corazón se te muere…” Sigue cantando la copla. Hay gente que ha tomado muy mal el confinamiento. Porque el aislamiento ha provocado oleadas de soledad e individualismo forzado. Somos en realidad nuestros propios carceleros, y el no poder hacer la rutina cotidiana nos entristece y provoca estados de frustración y amargura. Se penaliza a quienes se saltan a la torera las normas y ponen en riesgo a los débiles y ancianos, la falta de libertad genera rebeldía por una ignorante incomprensión del drama viviente. “Quien no lleva bragas, las costuras le hacen llagas” decían nuestras viejas con su sabiduría empírica. Esas generaciones de la abundancia y de la tontería paterna de: “A mi niño que no le falte de ná”, está pasando factura a muchos niñatos mimados ante esta situación inédita de disciplina y urbanidad impuestas a machamartillo, por cierto “Disciplina y Urbanidad” era una asignatura en la escuela durante el franquismo.

    La represión del ocio ha motivado una crisis sin precedentes en la industria hotelera, restauradora y barera. La gente no puede reunirse ni compartir, y los bares son lugares de reunión y alterne. Y estos establecimientos forman parte del adn ibérico por cuestiones culturales. Allí se goza del buen yantar, el buen beber y la mejor compañía. Allí hay distracción, arte, música y a veces cultura. Todo eso se ha ido al garete, y las criaturas afectadas sufren lo indecible por la situación, normativas confusas y a veces contradictorias, y lo más delirante…sin ayudas estatales administrativas que palíen sus pérdidas como supresión o adecuación proporcional de impuestos etc. A éste y otros colectivos similares que viven del agrupamiento social, este caos masivo les está pasando una factura criminal. Casi de exterminio.

    Sigue la copla…” y cualquier cosa te hiere” Hoy no se puede decir casi nada, todo el mundo anda susceptibilísimo en su materia sacra. Se enfadan por cualquier cosa. La tolerancia no existe. Hablar educadamente, sin faltar en contra de lo que sea, es materia peligrosa. En cuanto a la política, criticar al que manda como se ha hecho siempre fuere quien fuere, que para eso manda y cobra, hoy supone un riesgo máximo de contraataque y demolición. No hay bemoles a criticar las gansadas gubernamentales que han sido muchas. El pensamiento único sigue su estratégica conquista de la conciencia social, con su ingeniería buenista de estar siempre en posesión de la verdad, y acuñar que quien me critica, miente, me insulta y conspira. Los periodistas salvo pocas excepciones, son unos cortesanos bien pagados, que les escuece hacer críticas de lo evidente y  contrastado; cuando no, forman parte del engranaje propagandístico gubernamental, regado con jugosos fondos públicos o prebendas. No hay libertad  para hablar con claridad, se ha impuesto la autocensura en cualquier plumilla que quiera medrar en estas aguas corrompidas que sorteamos hacia un insondable abismo.

    Los grandes partidos políticos que deberían consensuar el drama viviente que nos aplasta, siguen con la copla del maestro Solano: “Yo en tus palabras no creo, ni en las mías tu tampoco”, así que en cuestiones de interés general no hay entendimiento, sino más bien fractura y guerra de guerrillas, mientras el Titánic de la nación española ya ha chocado contra el iceberg de la economía en barrena, el paro desatado, el cierre de empresas masivo, la subida de impuestos alocada, veremos cómo se pagan las pensiones de aquí a poco, y una sensación amarga de no saber por dónde salir de este lío. Un gobierno que no se aclaran ni entre ellos mismos. Desacreditado y desaparecido del parlamento merced a la pandemia, que parece dar patente de corso para escurrir el bulto. Y encima se suben el sueldo, mientras las colas del hambre se multiplican día tras día. Incomprensible. Pero queda el consuelo de que si mandaran los otros, estaríamos ya en las barricadas. Con éstos todo es baterfly y powerflower.

    Así que el que no tiene miedo a contagiarse, lo tiene a quedarse en el paro, a perder a un familiar, a no pagar la hipoteca, al embargo de sus bienes, a cerrar su negocio, a quedarse bajo un puente si esto no se arregla y pronto…”Ya me duele el pensamiento, de este puñal que presiento que llenará de agonía…” recita la copla del “Miedo” del maestro Solano, cantada por Marifé de Triana, Juanita Reina, Rocío Jurado, Isabel Pantoja…y supongo que otras tonadilleras. El MIEDO es general. Con miedo me despido, miedo de no poder hacer nada para evitar el miedo de quienes me rodean. Porque unos lo demuestran, esos no me preocupan. Reconocerlo lo alivia con un buen sostén anímico. Los otros, son los otros los que me duelen…los que lo tienen y no lo demuestran.

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