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Per Vicent Albaro
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El hombre del barro

    Vivió con absoluta discreción y hubiera deseado aún más anonimato, si su posición social se lo hubiera permitido. Pero el triunfo en la vida tiene sus esclavitudes y hay que pagarlas muy caras, a veces a precio de renuncias a la propia vida privada. Bien lo saben aquellos que caminan por el sendero del éxito, siempre expuestos a los halagos del gentío, con intereses de distinto calibre, según se mida en el contador de la ambición personal. Siempre le escuché a mi padre que era un gran trabajador, más que eso, un incansable trabajador. Esta frase aparentemente hecha, tuvo auténtico y real significado, cuando ya entrado en años, comprobé en mi piel el descarnado dolor del cilicio de la responsabilidad empresarial. Máxime en este gremio del barro, donde no todo es oro lo que reluce, y para ponerse corbata en contadas ocasiones, antes se han manchado las manos de polvo y grasa, argamasado con el sudor frío de la congoja y la mirada cansina y ojerosa de interminables noches sin dormir, mirando de reojo al abismo del fracaso y la ruina.

    Eran años de hierro decía el poeta. Trabajos de sol a sol en el taller familiar cuando España se calzaba con alpargatas y calentaba al calor del brasero en la mesa camilla. Los azulejos se cargaban en vetustos camiones a granel con paja de arroz e incipientes envases de madera. Por toda gama de catálogo monocolores básicos y el sufrido blanco de España, con brillo esmaltado para cualquier lugar que requiriera higiene sanitaria. Porque, ¿qué es un azulejo más que un revestimiento pulcro, limpio y sanitario en su origen, revestido hoy de oropel de moda y gustos estrambóticos? La tiranía de los mercados conlleva evoluciones no siempre acertadas, pero esa es otra historia. Aquel modesto 15x15 blanco y monocolores en rosa, azul, celeste, verde, crema, etc. trajo el pan y el progreso al pueblo. Un pueblo que se desperezaba dolorido de años de malas cosechas agrícolas y litigios con los caciques, un pueblo que tuvo su pantano en los años en que Franco los inauguraba con el NODO de testigo, en obligado preámbulo de la película dominical. El azulejo despertó al pueblo y lo sacó de la miseria y de la hambruna. En esa Odisea hacia la aventura, plagada de incertidumbres estuvo nuestro hombre, sin otros avales que su férrea voluntad, una tenacidad a prueba de bombas, sus ganas de trabajar, disciplina cartujana, sabiduría empírica, ejemplo paterno, olfato comercial y sentido común, fuera de lo común. Lo que se ha dado en llamar un hombre hecho a sí mismo.

    Consiguió con los años hacerse un hueco en el difícil y traicionero campo cerámico. Es más, logró ser un referente del bien hacer. La calidad por bandera y la innovación como himno de lucha. Emblemas nobles y de gran valor, en esta guerra de sucios mercenarios, donde no existe el campo del honor, ni los duelos entre caballeros andantes en justa lid. Aquí prima la emboscada, el saqueo, la traición en plena batalla, los sicarios pagados con moneda de sangre y la flecha cobarde desde la lejanía, tensada por un certero arquero casi siempre invisible. Una lucha titánica desconocida por la gran mayoría, un peso terrible por la enorme responsabilidad, sobre los hombros de un hombre sencillo, avezado al trabajo diario y a las dificultades. Solo un ser humano templado y forjado en la lucha existencial, consciente de la trascendencia espiritual, puede asumirlo y superarlo con mediano éxito. Y a pesar de todo y de todos, próximo y asequible, cotidiano y cercano, haciendo del paisanaje su hábito normal. No se exilió como la mayoría de sus colegas, siguió con la acostumbrada y monótona cotidianeidad, que es lo extraordinario de este caso.

    Su mecenazgo lo ha abarcado todo. Y todo es todo. La mayoría de las veces invisible y sin publicidad. Como ruborizado por ayudar a los demás, como siguiendo un mandato evangélico que pide hacerlo en secreto, pues es cuando de veras tiene mérito y ya lo sabe, Quien todo lo ve, hasta en lo escondido. Es imposible enumerar y no lo haré por imperativo personal de no nombrar a nadie, ni siquiera a él. Pero ha sacado a muchos de apuros y ha estado ahí, como un fiel centinela de cuanto ha acontecido en nuestras vidas. Mi experiencia en ese campo no es mucha, siempre le he seguido en la distancia, como aquellos discípulos del Maestro de Nazaret que escuchaban sus palabras, pero no eran de los doce elegidos por él. Pero lo sé a ciencia cierta, lo sabe quien tiene ojos para ver y oídos para escuchar. Cada uno ama a su pueblo de distinta manera, no hay un manual de instrucciones y los caminos son múltiples. Todos respetables cuando se habla del bien común. Desde los callados e intimistas hasta los estridentes y vocingleros.

    Van cayendo los símbolos que conocimos y respetamos. A mi no me duelen prendas de reconocer el valor del ser humano, tenga o no tenga posibles. Puestos a elegir no sabría hacerlo, son todos iguales y han interpretado el papel de sus vidas. Han tocado su instrumento en la orquesta mundana con su pequeña o gran partitura. Generalmente a los considerados prohombres, les acompaña un silencio proverbial por aquello de que gozaron en vida, lo que otros no pudieron. ¿Quién goza del supremo don para discernir esto? ¿Quién tiene poder para penetrar en el interior del alma humana y escudriñar sus secretos más escondidos? El sufrimiento es igual para todos, como la enfermedad, el dolor y la muerte. Desnudos venimos a este mundo y desnudos nos marcharemos por más ínfulas y moños que tengamos o nos pongamos. Es en el camino donde está la verdad, y como dice el poeta Don Antonio Machado: “…pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar. Nunca perseguí la gloria, ni dejar en la memoria, de los hombres mi canción…” De canciones llenamos los cielos de nuestro pueblo, y de inspirados poemas las noches de verano.

    Adiós hombre del barro, Máximo exponente del laborar alcorano, siempre Apariciste en el lugar y momento oportuno. No has sido uno más, tu pasar no ha sido en vano. Cercano a ese Dios de amor, al que seguimos y añoramos, échanos esa mano cálida y tierna que tanto necesitamos. Cuando las músicas adornen la noche entre galanes y jazmines, cuando por los cipreses eleven oraciones sublimes, miraré el cielo estrellado y contaré las de siempre, que esas ya me las conozco. Seguro que habrá una más, otra que Miralles y encontrares.

    VICENT ALBARO – 16 de Julio de 2013 - Festividad de la Virgen del Carmen.

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