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Per Vicent Albaro
Camins de l´Alcora - RSS

Cumplir años entre tantas ausencias

    Los caminos de l’Alcora nos llevan hoy por el desierto de Almería. Es una mañana luminosa donde el sol se refleja entre espejuelos, por las lomas con destellos de las pizarras. La flor del esparto irisa el paisaje, difuminándolo con una luz amarillenta y tornasolada, como formando un alfombrado aterciopelado casi etéreo. Por las ramblas siempre secas, corretea un hilillo de agua cristalina en agónicos pálpitos vitales, de una primavera henchida de lluvias feraces. Ayer, pasaba por ese fantástico lugar extasiado de tanta belleza natural y hoy, ya en casa, cumplo años en la fiesta de San Pascual, de ahí mi segundo nombre que marca mi DNI, con un guarismo puntual y fijo en el santoral del calendario. Suelo pasar amenudo por éste y otros muchos paisajes hispanos, mi oficio de arriero moderno, el afán mercantil y expendedor de cerámicas alcorinas, me traslada a lugares de una ensoñación onírica, prostituidos a veces, por la rudeza del trato y del regateo. El mundo pragmático y fenicio de la venta es así, y se da de tortas con la bella poesía paisajística del desierto almeriense. Ambos son reales y conviven, para lo bueno y para lo malo, porque la vida es así.

    Yo siempre que paso por este lugar y no puedo evitarlo, me acuerdo de los cines de mi pueblo. De las películas del oeste que hemos visto todos y que se filmaron en este lugar, el desierto de Tabernas. Un gran cartel que reza FORT APACHE – MINI HOLLYWOOD me lo está indicando a la vera de la carretera. Paro el auto y al fondo del valle, en un promontorio aparece el pueblo vaquero con sus casas de madera, ilustradas con rótulos de STORE y SALOON, el fuerte y las tiendas indias. Todo muy abigarrado y de postal de turismo, muy casposo si se quiere, pero terriblemente entrañable. A punto de cumplir los cincuenta y siete, me pongo sensible y recuerdo el paso de los años en la figura del fallecido actor Sancho Gracia, en su película 800 balas. Ya no era el espigado Curro Jiménez de mi juventud, cabalgando con hidalguía junto al Estudiante, el Algarrobo y el Gitano, no que va. Era un tipo panzudo cervecero, montando a trompicones, malinterpretando un patético número para turistas en este mismo lugar que ahora miro. Una caricatura del Spaghetti Western de otros tiempos, dándose mamporros por el polvoriento poblado, por unos miserables euros para gastárselos luego en whisky y putas. Me gustó esa película. Su arrogancia decadente, su ímpetu y rebeldía, su renacer vital junto a un nieto con ínfulas de actor de doblaje. Su difusa amistad con Clint Easwood…y desde este balcón de la carretera con quitamiedos, en mi imaginación le veo cabalgar por esta rambla polvorienta, gritando improperios y que no sale de ahí, si no es con los pies por delante y cargándose a balazos, al mismísimo séptimo de caballería de Errol Flyn. Como un viejo, mugriento e infortunado héroe español, en cualquiera de las malditas guerras que han sido. Con un par de cojones.

    Sancho Gracia se ha ido hace poco, con Pepe Sancho, Paco Valladares, Carlos Larrañaga, Fernando Guillén, Tony Leblanc, Pepe Rubio y el último, Alfredo Landa. Son muchas ausencias para gentes que como yo, despertamos a la vida con ellos. Así que cumplir años tiene ese peaje, el de ir dejando atrás familiares y amigos, pero también nuestros mojones existenciales que como en este caso de los actores, ellos no saben quien coño eres tu, pero tu los conoces de toda la vida, y son como de la familia. En el caso de Alfredo Landa, el rey de las españoladas dicho sea con todo el cariño y respeto, pues con ellas crecimos y nos divertimos, me produce una terrible congoja pues su evolución como actor ha sido maravillosa. Siempre interpretó personajes entrañables, con un toque de ingenuidad y picaresca, engrandeciéndolos con su enorme personalidad y calidad artística. No era guapo al estilo del galán al uso, pero ni falta que le hacía. La gente corriente que es la mayoría, somos un poco como el estereotipo de Alfredo Landa, la raza íbera, celta, romana, edetana, visigoda, musulmana, cristiana, cejijunta, barrigona, moreno paleta, etc. etc. todas mezcladas en un tutti fruti racial que nos hace, como diría un sonrosado centroeuropeo, peculiares; vamos que lo que nos quiere decir con bonitos eufemismos el bárbaro del norte es que somos: irreflexivos, brutos, pasionales, pícaros, broncos, zarrapastrosos, lenguaraces, irracionales, pendencieros, avispados,… y paro ya que acabo con el diccionario de sinónimos. Y con estos mimbres raciales, ¿Qué cesta queremos construir? Pues una por donde se escapa el agua, pues para coger agua no hace falta una cesta, sino un cubo o un cántaro. Pura actualidad social y política. ¿Lo pilláis?.

    Vuelvo con Alfredo Landa, y centro el tema en la novela de Don Miguel Delibes cazador y escritor, en los Santos Inocentes película, donde Landa interpreta a Paco el Bajo; bracero al servicio del señorito del cortijo extremeño, liándose a tiros con las perdices y torcaces, genial interpretación del actor que estremece toda la obra en su conjunto, al mostrar con crudeza y pulcritud una etapa negra de la historia de España. Pues bien, estando por el citado desierto de Tabernas, con el cumpleaños en ristre, me llega la foto vía Blacberry de una portada de un diario de papel, en la que otro Paco, no el Bajo, sino Vallés y de Vinaroz para más señas, se ha liado a palazos de retroexcavadora con su Parany derrumbando andamiajes y arboleda, en una acción destructiva total de la instalación, harto de tanta amargura soportada, y haciendo realidad el fatal dicho que reza: Muerto el perro se acabó la rabia, verbigracia TC. Así que Paco Vallés me recordó a Paco el Bajo. Humillados los dos, uno por el señorito y el otro por el sistema. Un sistema que hace que los de mi generación, nos sintamos extraños a muchas cosas que pasan y no entendemos. Lo que si entendemos es que si don Miguel Delibes no hubiera nacido en Valladolid, y si en el Maestrazgo castellonense, hubiera escrito una magistral obra sobre el sufrimiento, vida y requiebros de los parañeros, Paco Vallés y otros muchos, no hubieran arrasado su santuario parañero, porque a día de hoy, sería un monumento cultural valenciano, protegido y valorado en su esencia más pura.

    Mientras, cumplimos años y todo cambia a nuestro alrededor, observo la pantalla del móvil con tristeza en la que una máquina amarilla, destroza a palazos los embarrados de un parañ, mientras alguien detrás de mí con acento yankee pregunta por Julián Torralba, el especialista. Es un tipo alto, envejecido, espigado y enjuto, con un purito Reig en la boca y sombrero de Cow Boy, lo miro a contraluz contra los espartales y por un momento diría que es…rediez…Clint Easwood. Y con mi parco inglés le digo: Lo siento míster, Julián ha muerto, ha llegado usted tarde para ayudar a su amigo. Y a Paco Vallés le digo, lo mismo Paco, no hay pelotas para defender lo tuyo, y si hay alguien, seguro que llegará tarde. Siempre se llega tarde, o al funeral o al camposanto. Cosas de vivos y de muertos, mientras algunos aún con suerte, cumplimos años.

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