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Per Vicent Albaro
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Cuando el río estaba vivo

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    Cuando el río estaba vivo- (foto 1)
    Cuando el río estaba vivo- (foto 2)

    Cuando llegan los calores todo el mundo piensa en refrescarse, aparte de una acción grata, resulta saludable y ayuda a pasar con cierta comodidad la canícula estival. Como mejor se soporta el calor es desde luego, bajo una fresca sombra o poner a remojo el cuerpo serrano. Ya el colmo de los colmos del refrigerio, es para quien posee un buen climatizador en su casita o en el cochecito de última generación. Pero para los callejeros “out door” la sombra y la agüita fresca, resultan imprescindibles.

    No hace muchos años las piscinas eran un lujo inalcanzable, a lo sumo alguna balsa de riego, y el refresco veraniego era el río. Porque un pueblo que tiene río tiene un tesoro. Nosotros tenemos, bueno mejor dicho, teníamos un río precioso. Nacía en las montañas altas de Lucena a los pies del monte Peñagolosa y acababa en la rambla de la Viuda, justo en el pantano de María Cristina, ese que pierde el agua como un colador alimentando los acuíferos de la Plana. Aunque el río como accidente geográfico existe, en cambio, ha perdido su función de utilidad y aprovechamiento social y cultural, por ello tenemos un río sucio y muerto. Ya no recibe la acción del hombre, ni las aguas corren por su lecho, seco la mayor parte del año o aguas estancadas con millones de larva de mosquitos.

    Los tiempos cambian y las rutinas humanas también. Mi pueblo perdió hace muchos lustros su faceta agrícola. La expansiva industria azulejera lo engulló todo con sus bondades económicas, produciéndose un genocidio cultural sin parangón que tuvo su epicentro más dramático en el mundo rural y todas sus vertientes. Nadie lo reivindica comparado con otros hitos históricos. ¿Y la hermandad de labradores y ganaderos? Missing.  La mayoría de huertas históricas se concentran a ambos márgenes del río, eran terrazas que escalaban desde el lecho, hasta las laderas, plantados de frutales, hortalizas, forrajes, cereales y viñas. Eran regados por pequeñas acequias de lo que se denominan “granjas”, y por la acequia madre que proviene del paredón del embalse de la Foia. Además a izquierda y derecha del cauce, fluyen o fluían, quien sabe si existen bajo la maleza, numerosas fuentes naturales que aumentaban sus aguas.  Manantiales como Tote, Viver, Pelejana, Font nova, Castell, Assut, etc. eran un aporte continuado que lograban aguas vivas y limpias.

    No es de extrañar que las pozas denominadas “Tolls”, ofrecieran espacios cristalinos para el uso de bañistas de todo pelaje. Y el cauce se mantuviera limpio porque los agricultores, se encargaban de aprovechar todos los vegetales crecidos en ese entorno natural. Cañas, tamarindos, adelfas, sargas, chopos, etc. utilizados en construcciones rústicas para las hortalizas, barracas, empalizadas, vallas, puntales, setos, cestería, cordelería, etc. todo tenía su uso y aprovechamiento lógico y racional. Con ese rico fluir de aguas nacientes no era de extrañar que la fauna fuera numerosa y variada. Piscícolas como carpas, barbos y madrillas, así como ranas, culebras, ratas de agua. Toda clase de insectos acuáticos y aéreos que necesitan del agua para su supervivencia. Aves del carrizal y acuáticas, así como numerosos fringílidos y paseriformes. Vamos, un documental de la dos al lado de casa.      

    Pero haciendo un ejercicio de síntesis, conviene acotar el río en su área local por donde transcurren los caminos y senderos del término. Lo hacemos desde el molino Garcés en la partida de Tote –camí dels Bandejats-, pasando por el mítico Anoé hasta la Roca Morena en la partida del Castell y concluyendo en el Azud. Es el recorrido más cercano a la urbe, el mejor comunicado y por ello, también el más transitado donde se ubican las faenas propias de la huerta, fuentes y lavaderos públicos. En esta zona amplia y diversa transcurría la vida de los niños de los cincuenta, sesenta y setenta al cierre de la escuela, desde junio hasta las fiestas de agosto. Lo vivido por esas generaciones en ese lugar fresco y licuado es hoy historia. La sencillez del modus vivendi con la variedad de opciones de diversión existentes, hacían del lugar, un paraíso para el ocio estival.

    Hoy en día la cosa ha cambiado de forma dramática para todos. El río es una masa boscosa impenetrable y por ello intransitable, hasta putrefacta. Las costumbres rurales se han convertido en urbanitas, menos rudas y más acomodaticias y señoritingas. La gente se va a las piscinas públicas o privadas y a la playa. El río es una mera comparsa que está ahí porque está, y solo se visita al paso por la carretera o en los días de riadas. Además la mayoría de manantiales y fuentes se han secado. Busque usted las causas en las sequías, los pozos y las famosas avionetas del cloruro de plata.

    Por si todo esto fuera poco, los excedentes del agua de riego que antes se soltaban al cauce desde la compuerta del azud, ahora lo hacen desde el Molino Nuevo por el barranco de San Vicente, así que el recorrido desde esos puntos no tiene agua por lo que el secarral es la nota dominante, y pozas como Azud, la Roca Morena, el Castell, la Grangeta, la Revolta, Playeta o Fuente Nueva, en esta época de año están secas. No hay cauce que llaman ecológico por este tramo, como tampoco lo hay en todo el río cuando el verano se acentúa y las atomizadoras exigen tributo de aguas con unas gargantas profundas e insaciables. Así que a río muerto al hoyo, y no hay quien le llore ni por un momento.

    Ya no hay verano reidor de mujeres aclarando coladas, niños gritones ni barbos, madrillas, “pisavins” ni “cluixidells”. Los últimos agricultores se apagan por las huertas colindantes, manteniendo a duras penas unas estructuras de acequias seculares que necesitan mantenimiento y cuidados. Cuando estos viejos se mueren, cuando no hay relevo generacional todo se pierde, como las huertas de la Volta que han perdido la acequia y el derecho de aguas que correteaban por el margen izquierdo hasta el molino de Gasparilla. No sé si alguno se ha dado cuenta de que los chopos del margen izquierdo se secan sin remedio, les falta el verdor de una acequia muerta por desidia y abandono.

    Así que aquello de, “cualquier tiempo pasado siempre fue mejor”, en este caso que nos ocupa, es una verdad como un templo. Para tener una ligera idea de lo que escribo, solo hay que desplazarse río arriba, por la vecina Llucena y el recorrido de la Ruta de los Molinos. Seguro se sorprenderá de esa maravilla natural, de la riqueza del entorno. Pues igual o más guay, lo teníamos en esta sufrida Alcora, que parafraseando a un insigne político socialista, no la conoce ni la madre que la parió. Id por la sombra amigos.

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