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Carta a mi abuelo parañero

    Destino: Un lugar del infinito cielo. Destinatario: D. Manuel Bachero Grangel alias Nelo Colás. Falleció un frío mes de febrero a mediados de los noventa. Le despedimos con un ramillete de flores silvestres y un rosario entre las manos. Enrollado en su cuello, el viejo y gastado reclamo de latón. Al tapar el nicho, una titada nos descubrió a un zorzal sobrevolando el cementerio, fue su postrera y mejor reclamada. Con cariño de su nieto.

    Querido abuelo: Espero que al recibo de ésta, estés injertando algarrobos macho y hembra, casudas y rojas, para que la polinización celestial dé buenas cosechas de este fruto tan nuestro, que por aquí abajo está a punto de pasar a mejor vida, entre otras cuestiones por la desidia de casi todos. En pocos años no quedarán ni canto, ni algarrobas si alguien no lo remedia.

    Verás abuelo, he seguido a pies juntillas tus sabios consejos y creo haber cumplido hasta hoy, la promesa que te hice de no abandonar las fincas de secano, algarrobos, almendros, viñas y muy especialmente, el olivar. He regado el plantel de perejil. También he cumplido la sagrada costumbre de invocarte cada doce de octubre, donde tu bien sabes, en nuestro sagrado parany. Una oración por tu alma, y el recuerdo de tantas horas gratas en este santuario, que tú heredaste, continuaste con empeño y me legó mi madre, -tu hija- para el futuro, con mis hijos y nietos. La olivera que plantaste cuando nací, la morruda o reguera ya no es aquel plantón joven, sino un buen árbol con el tronco retorcido, ya no está para cazar y acotada, da buena cosecha de esa oliva gorda y morada, que junto a las grosales y fargas, tan buen aceite nos procura cada invierno.

    Los algarrobos siguen bien, con la pelea con el gusano que corroe las ramas y que es tan difícil de matar. El ciruelo que injertaste del almendro agrio, está lleno de sabrosas ciruelas, y las higueras que cuidabas: napolitanas, saladas, verdales, blancas, etc. siguen ofreciendo sus frutos melosos y envejeciendo como todos nosotros. Ya he puesto algunas a secar al cañizo. Sí, les echo abono, el estiércol de las cuadras y en luna vieja, tranquilo. El té de roca sigue en la pedriza, sobreviviendo al manto espeso de las aliagas. El campo ya no es lo que era, llueve menos y cuesta muy caro mantenerlo todo, pues no somos del oficio como tú, y los sabios de tu generación van desapareciendo, los modernos siguen por otros andurriales.

    Te mando esta carta porque estoy apesadumbrado, no podré mantener por mucho tiempo, la promesa de conservar el arbolado del parany. Ya llevamos muchos años de sufrimientos y parece que todo esto, terminará muy mal. Una plaga moderna de gentes iluminadas y maliciosas, nos han difamado y tachado como criminales y ahora, por hacer lo que hemos hecho desde siempre, somos unos delincuentes perseguidos por la ley. Lo que son las cosas. He recordado durante este calvario interminable, tus desvelos por mantener las viñas, aquellos riegos durante el tórrido verano con el carro y la burra, para que no murieran de sed los plantones, rellenando bidones desde la Fuente Nueva, aún me parece escuchar el sonoro traqueteo. Tu visión del entorno, que si había frutos variados, habría animalitos de todas clases. He recordado tu serio respeto por los pajaritos, que eran beneficiosos y te ayudaban a limpiar las plagas de insectos. También tu férrea negativa a incorporar la técnica electrónica a la caza de siempre, decías que eso sería nuestra perdición. Que cualquier mentecato, sería cazador sin valorar lo cazado. Y acertaste de pleno, abuelo. He recordado tu limpia filosofía de tomar de la naturaleza, solo lo justo y necesario que podías utilizar. Mañana más.

    Por tu formación humilde y habiendo vivido en primera persona los desastres de una guerra entre hermanos, -recuerdo tus historias en el frente de Madrid-, tu visión de la vida era gigantesca y muy ilustrativa. Aprendimos estando a tu lado, sólo que lo supimos tarde, cuando ya no estabas entre nosotros. Pero temo que a día de hoy, no se si podré cumplir mi promesa. Mis hijos, tus biznietos y el futuro, no quieren saber nada de este ancestral rito, les gusta la caza pero con arma de fuego, ahí no hay problemas por ahora. No se lo reprocho, nuestro mundo es irrespirable, estos gurús del ecologismo dictatorial, nos lo han hecho insoportable. Ya llevamos años sin tocar el reclamo, aunque somos fieles a la cita porque no sabemos estar en otro sitio, como no sea bajo los árboles de toda la vida. Pero me estoy quedando solo, la gente huye aterrada, despavorida, acobardada, rendida, amargada, desengañada…y no es para menos. Siempre me dijiste que el arte de caza en Parany era para virtuosos y artistas, para sufridores sin medida ni razón. El hombre solo, ante el gran poder de la naturaleza. Eso ya es historia. Es que tú no conocías a los burócratas, a los políticos cobardes, a los corruptos ni a esta nueva sociedad ñoña e hipócrita, que estima más a un animal que a un niño. Una sociedad que se gira de espaldas, cuando matan a la criatura en el vientre de su madre. Lo que no hacen las sociedades “salvajes”, lo hacen las “cultas”. Todo ha cambiado tanto, que ni yo me reconozco. Es como luchar contra una galerna en alta mar, dentro de un bote salvavidas.

    Los que nos defienden, pocos pero valerosos y aguerridos, nos dicen ahora que podemos tener una salida con el sistema francés, es más o menos como lo nuestro, pocos tordos y bien cuidados. Caza sin muerte llama. Y me acordé de la relación entre el viejo cazador francés y tu, que sin conoceros y a mil kilómetros de distancia, teníais los dos la misma fórmula de liga ajonjera. También me acordé de cómo se burlaban algunos cuando cogíamos pocos tordos, cuando decían con sorna aquello de: “Estos no se tiben, cacen en timons i no n’agarren cap”. Yo me cabreaba. Y tú me decías sereno, que teníamos bastantes, ya llegaría otra jornada. Pues ya lo ves, abuelo, nos vemos abocados a tu teoría sin tu saberlo, pocos y bien disfrutados. Respetando un campo que se nos va muriendo. Ya sabes que te pido muchas cosas, cuando rezo a los antepasados. Mi ruego ahora, es que me ayudes a mantener las promesas que te hice en vida. Haced fuerza todos los que ahí estáis, para que todo salga bien. Es la última oportunidad para conservar las fincas, los árboles, las casetas, las artes, nuestra cultura de siglos, un pedazo grande de nuestro pueblo, la reunión familiar y la armonía social. Parece ser el único camino posible, en este mundo de locos, para conservar este arte milenario. Sacrificado, puro y sencillo como tú pregonabas.

    Necesitamos esta oportunidad como la lluvia que sazona nuestros campos, somos muchos los que hemos de mantener la promesa hecha. En otros pueblos y otras gentes, seguro que también juraron devoción a sus antepasados, y desearán fervientemente cumplirlas. Que mis hijos puedan volver a reencontrarse con el maltrecho acervo familiar, que se lo pueda pasar al nieto de pocos meses. ¿Abuelo, es esto mucho pedir? Los zarrapastrosos ya se fueron hace tiempo, quedamos los puros, los locos, los valientes o inconscientes, los irreductibles, los amantes del verdadero Parany. Esos que con la quimioterapia a cuestas, se suben al embarrado y caen desmayados desde la altura, fracturándose dos vértebras, y esperan en una cama de hospital, recuperarse para volver al mismo lugar. Esos que con cáncer terminal y pocos meses de vida, arreglan los árboles como si fueran a vivir más años. Hay tantos testimonios entrañables que sorprenden, acongojan y abruman. El mundo del Parany es así, rico y singular, insondable como el alma humana, profundo y para muchos incomprensible. Ese Parany que es labor de todo el año, con sus aparejos, filosofía, arte y coro de frondosos árboles esculpidos con primor.

    No nos dejéis solos, os necesitamos más que nunca, y no es solo una súplica. Es el ansia de la devoción humana por cumplir nuestra palabra, de quienes os la dimos hace lustros, por sentirnos atados a las costumbres con un pellizco de infantil y terca ensoñación. Gentes nobles y hacendosas, respetuosas de nuestra cultura y tradición, amantes del campo en su grandeza integral y de lo más sagrado que tiene el hombre: Su orgullo de genealogía, depositarios y transmisores del saber de siglos. Los delincuentes, son otra cosa, muy lejana al verdadero espíritu del “paranyer”, que milagrosamente aún no ha desaparecido. Dios sabrá separar la cizaña del trigo en esta larga travesía de un desierto de sufrimientos.

    Gracias abuelo, con tu fuerza espiritual y la de muchos otros abuelos, padres, familiares, vecinos y amigos, que haréis lo imposible para que los mortales, podamos cumplir nuestra palabra dada. La palabra en forma de promesa de conservar un ARTE convertido en estilo de vida y adecuado a la realidad social actual. Adiós y un fuerte abrazo. Tu nieto que te quiere y tanto te añora.

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