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Antonio, el último alfarero

    La libertad del ser humano es tan grande, que te permite construir tu mundo, con sus límites imaginarios o reales. Si los caminos de la infancia han sido sanos y bienaventurados, el lugar de nacimiento marcará a fuego un recuerdo indeleble, con su luz, su sol y su paisaje, creando unos lugares íntimos y sagrados que te acompañarán de por vida. Cada persona tiene los suyos y a cada cual más sugerente. Permítame amigo lector que le dibuje uno mío, a tenor de un reconocimiento que se le hará en breve, a un hombre llamado: Antonio Nomdedéu Medina, el último alfarero.

    Antonio sabe de mi amistad de muchos años, pero ello no es óbice para que el mérito de su labor, encuentre eco en esta página en la que tan a gusto me encuentro. Como reza el titular, es el último alfarero profesional de un total de siete alfarerías, otras tantas ladrillerías y tejerías, así como la real fábrica de loza que tanto nombre procuró a la población y que en la historia han sido. Cuando comenzó la etapa industrial azulejera en los años sesenta del siglo XX, fueron mermando las últimas y quedando tan sólo la de Antonio, junto a su hermano Pedro y ocasionalmente el otro hermano Vicente, ambos fallecidos. Actividad que continuó hasta su jubilación en otoño del 2002, cerrando definitivamente el taller ubicado en la calle Molino Nuevo, cerca del Cuartel de la Guardia Civil, del colegio de los Hermanos de la Salle, de la fábrica de gaseosas Bachero, la azulejera de Jaime Cañasa, la fundidora, la antigua azulejera Alcorense, la serrería de Maximiano, el matadero y la azulejera de sus parientes, los Alemanets. Más pedigrí alcoreño, imposible.

    Estamos en el paisaje de una Alcora sin vehículos a motor, donde los carros agrícolas hacen cola en el abrevadero de la Salle, cuyas aguas sobrante se canalizan hasta el cuartel de los civiles. Donde los trabajadores de las fábricas salen a hora punta en grandes grupos a pie, con el saquito del almuerzo en la mano y un olor mezclado de arcilla y fuel oil. Un paisaje donde los domingos se pasea con los mejores trajes, desde la plaza España hasta el Cuartel, cuadrillas de chicos y chicas, parejas de novios y matrimonios. Cuando el vermut matinal de los domingos es sagrado y cuatro cines se llenan hasta los topes en dos sesiones dominicales. El Rex, el Avenida, el Astoria, y la Salle, o els de Vicente (incluido el de verano), el de Leonsio y el dels Hermanos, para la inquieta chiquillería. Es también, el paisaje de las noches de verano al fresco y escuchar las historias de los más viejos. La tia Carmen la Campanes y Agustino, Lolita del Molí y Pepe Polvorilla, Teresa la Serrana y Nelo Colás, Arabela, Pura la Pelá y Táfol, Paco Cansalá, Angeletes y Neleta la Roja, Nelet de Marco y Manolita, Popeye y Pilareta, Maruja la Balbina y Pepe l’Hort, María la Chicotasa y Sento l’Artanero, Julia la Barrota y Nelo; Leonsio, Julieta y Teresa, Doloretes, etc.)

    Pero no todos están en la fresca, después de las fiestas de agosto los que salen ante la gran puerta enrejada del colegio la Salle, perciben un humo que viene del arrabal norte con olor a plantas montaraces. Los alfareros están cociendo la obra, y el viento arrastra el humo hasta el barrio del Peiró, donde los viejos identificarán por el olor, el tipo de combustible y según la densidad y altura de la humareda, el tiempo que hará los próximos días, cosas de viejos. La cocción durará toda la noche y parte del día siguiente en un largo proceso de explicar. Los alfareros están de guardia y en vela, se juegan su pan en todo el largo proceso de: corte y almacenado de combustible (malea), extracción y transporte de arcilla, escampado en la era, desterronado, molienda, lavado, amasado, modelado, secado, esmaltado y cocido. Sacado del horno moruno en complicada y estudiada geometría, almacenaje y venta ambulante por mercados y alfar. Todo artesanal. Esa es su historia desde que el hombre descubrió las virtudes del barro. Jarras, lebrillos, cántaros, botijos, macetas, variados utensilios como comederos y bebederos, nidales para animales de corral, todo un ajuar cerámico a disposición del usuario, que visitaba sus modestas y tradicionales instalaciones, filmadas y fotografiadas hasta el hastío. (No variaron en los años y era como entrar en un museo viviente de otro tiempo).

    Todo esto se fue al traste con la llegada del cómodo plástico y una vez más, el tonto esnobismo de los lugareños entre los que me incluyo, que no ha sabido hacer del botijo (BASO), -no se le llama así en ningún otro sitio-, su monumento nacional, pues el BASO y la MARRAIXA, han tapado la sed a cientos de generaciones de este pueblo, nacido del barro, dependiente del barro y al que jamás agradecerá las bondades económicas recibidas de él.

    El valor de Antonio Nomdedéu Medina, el último alfarero; ha sido el haber resistido en el oficio contra viento y marea, milagrosamente a tiempo de que se entendiera el valor de su ingente obra. Por estos andurriales, somos muy duchos en arrasar lo viejo por lo moderno, ejemplos múltiples. Su enconada resistencia en el oficio, ha permitido poner en valor el rico patrimonio: laboral, social, familiar, cultural, etnológico, identitario, costumbrista, etc. porque este gremio lo tiene todo en su haber. Ha sido la cuna del laboreo del pueblo, su principal actividad y el motivo para que se instalara la inmortal Real Fábrica del Conde de Aranda. Las coplas tan viejas como sabias y ricas en conocimiento, ya cantan aquello de: “A la mar me’n aniré a enramar-me de pexines, i a l’Alcora aniré a comprar olles fines”. Sus modestas obras se guardan en alacenas, como decoración y recuerdo, o son todavía al día de hoy, transportadas por caballerías en romerías por esos montes, que les vieron cortar maleza y rastrillar arcillas. Todo un guarismo auténtico, paradójico e inenarrable.

    Uno de los mejores recuerdos, que no hay muchos por cierto, de mi época de edil munícipe fue gestionar para que todo este patrimonio quedara conservado en nuestro querido Museo de la Cerámica. El entusiasmo sin freno de Eladio Grangel, su director; Tere Artero la técnico adjunta y otros como Francesc Chiva, junto a mi voluntad férrea de potenciar lo genuino, lograron el milagro de su puesta en valor, y una publicación extraordinaria: “La cerámica olvidada -Los Nomdedéu. Alfareros en l’Alcora durante 300 años.

    El premio “Valors” que el Grupo Escout da este año a la figura de Antonio Nomdedéu Medina, sin menosprecio de los anteriores premiados todos merecidos; es a mi modesto entender, ejemplar. Pues no premian solo a una persona, sino a una familia, a un gremio, al trabajo, a la tradición más pura y al pueblo en general. Porque Antonio, por persona, oficio y saber estar, junto a su difunto hermano Pedro; son un símbolo, un monumento, una epopeya histórica a la que hay mucho que agradecer, y de la que hay mucho más que aprender. Mi entusiasta enhorabuena. Los monumentos no son tan solo una escultura con una placa lapidaria alusiva. Hay monumentos vivos, cercanos y accesibles, quizás por ello más difíciles de reconocer y valorar. Y también existen otros, enterrados y olvidados, a la espera de un benévolo y arqueológico rescate.

      

        

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