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Per Vicent Albaro
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Alcora y Sevilla: pasión por la Semana Santa

    Estoy en mi pueblo. Oigo los tambores resonar en lejano rumor de tormenta, mientras un mirlo gorjea su música encelada de primavera. Los árboles se pintan de brotes verdes, de ese verde amarillento y tierno en la pubertad clorofílica, a la vez que las almendras son corazones diminutos de terciopelo blanco. Se agrupan tímidos, entre el verde esmeralda de un follaje recién estrenado con nido de verdecillos.

    Pienso en Sevilla, en los naranjos de las alamedas y del parque de María Luisa o de la Plaza Nueva, exultantes de azahar que embriaga los sentidos. Entremezclado con el incienso de vendedores callejeros, que se difumina por chimeneas de barro de la Cartuja. Aromas arrebatadores que se desparraman en mixtura, por esas calles de casas acicaladas de blanco y albero; con sus patios de naranjos y azulejería arabesca por donde se cuela la luz del sol y un cielo añil, que alberga precursor, los chillidos de miles de vencejos.

    En mi pueblo, ya revuelan golondrinas. Con las últimas lluvias han florecido el tomillo y el romero. Hasta los lirios morados han ganado porte y altura, en recuerdo de modestas peanas. Los espárragos adornan las mesas sibaritas en esponjosas tortillas. En Triana, cerca del monumento al torero Juan Belmonte, un olor intenso a fritanga de pescaíto lo inundará todo, removiendo tu culebrilla estomacal para hacer parada y fonda, con una manzanilla fría alegrándote el gaznate a la vera del gran río. A estas horas los hermanos de la Virgen de la Esperanza de Triana, estarán realizando el besamanos. En el centro de la ciudad por donde pasará la carrera oficial, se instalan las ampulosas tronas y catafalcos para ver la Madrugá del Viernes Santo. El Pregón oficial ya editado, se venderá en librerías embriagándolo todo de un sentimiento apasionado e identitario de capirotes y mantillas.

    En Sevilla, los Cristos se han bajado de sus altares para pasear las calles que es donde deberían estar siempre, pues allí está el drama cotidiano, el real y tangible, el más humano. El Cristo del Amor, el de los Gitanos, de la Buena Muerte, el Cachorro, el Jesús del Gran Poder, etc… Obras maestras del barroco, nacidas del cincel de los más afamados maestros, recostados en la llagada cerviz de sufridos costaleros. Andarán despacio, pasito a pasito, por las calles repletas de un gentío expectante, devorando con los ojos del alma y casi absortos, cada imagen del drama sacro en una simbiosis entre fe y sentimiento. Mientras cornetas plañideras y el ronco tañer de los tambores, quebrarán ese gran mar de silencios.
    El Jesús Nazareno de Alcora, se asemeja al Gran Poder sevillano. Camina encorvado con la cruz a cuestas y vestido de túnica morada, los dos con andares temblorosos hacia su destino. El mismo arte de los costaleros que en mi pueblo lo danzan, mientras los sevillanos que son de largo recorrido, estacionan y reponen fuerzas con el amargo frescor de las cañas, y el dulce sabor de las torrijas.

    En mi pueblo, el Cristo del Calvario y mis requiebros de juventud, bajarán de la mano de su ermitorio a la iglesia. Le cantarán una saeta como las quejumbrosas sevillanas de la calle Sierpes. Pero ésta, lleva impresa aromas de plantas montaraces, que por entre cipreses se le han pegado al manto aterciopelado negro. Son pétalos imaginarios de intenso dolor y desconsuelo, pero también pacíficos y esperanzados. Cristo del Calvario, de pies descarnados por besos de fe, en fiel plegaria secular de un pueblo desamparado. Peregrinos de Alcora y muy lejanos, que acuden silenciosos, anónimos al regazo de su Cristo del Calvario; atraídos por el embrujo de un beso amoroso, angustiado y solitario.

    En Sevilla, otro Cristo en mirada alzada de agonía, cruzará el Guadalquivir camino del encuentro con su madre María. El Cachorro crucificado y mi Cristo del Calvario, son la misma gran cosa, inmensa e infinita, insondable y eterna. Y cuando estos dos Cristos se cruzan, me acuerdo del gran poeta y pregonero, don Conrado Font Llopis que en gloria esté. Narrando el milagro del Cachorro con aquel paralítico atado a su silla de ruedas, que se le aclamaba y no obtuvo respuesta, mientras pasaba lento ante sus ojos lacrimosos. Para salir más tarde corriendo calle Sierpes abajo, enloquecido hacia la Virgen gritando aquel exabrupto: ¡Quiyo, no m’has curao, se lo voy a desir a tu Mare!. ¡Y la Madre, cómo no va a escuchar a su Hijo una Madre!. La Dolorosa acompaña el sufrimiento filial siempre, desde el nacimiento a la muerte. Siempre juntos en tierna confidencia. Cuando el saludo del ángel y hasta los pies de la sangrienta cruz de la infamia.

    En Sevilla las vírgenes son hermosas, jóvenes, enjoyadas, mejillas sonrosadas con lágrimas cristalinas. Las protege un manto gigantesco, un prodigio artesanal de filamentos bordados. Van iluminadas por velones de cera esculpida, anclados en candelabros de plata repujada. Miles de flores arracimadas, tapizan los tronos paliados que se cimbrean entre la multitud apiñada. La Virgen de la O, la de la Estrella, la Macarena, la de Triana…todas las Vírgenes puedes encontrarlas en Sevilla, porque como decía don Ramón Cúe, s.j., Sevilla es la tierra de María Santísima. En mi pueblo las mujeres siempre han acompañado a la Virgen Dolorosa. Primero las Mayoralas, después las cofrades. Nuestras mujeres que no pudieron acceder a la Hermandad del Cristo. Creo que fue la misma Virgen, la que hizo que fueran suyas aquellas jóvenes, hoy ya madres. Pues el mejor camino para llegar a Cristo es la mano de su Madre. En mi pueblo, la Virgen no es como las sevillanas, es más austera y espartana, más enlutada. Quizás más cercana la realidad de los hechos acontecidos en los albores de la cristiandad.

    Como fuere, cada Semana Santa es igual y a la vez distinta. Tierna, austera, barroca pero siempre sentida y profunda. Litúrgica, espiritual, penitencial, patrimonial, cultural y artística. Entre lo religioso y artístico, esta suprema manifestación proporciona a los creyentes, un motivo para la reflexión. A los demás, la posibilidad única de contemplar un museo callejero de arte, escoltado por penitentes con capirote; muchos a la búsqueda de algún sentido a esta azarosa vida. Y por entre unos y otros, campea el respeto y el silencio. Un silencio enlutado y espeso, doliente y sombrío que aflora una honda emoción popular. Todo transcurre en esa penumbra que amansa las almas, mientras por encima de las cabezas se desliza la imagen de una trágica paz. Es silencio, recogimiento, conciencia íntima y amarga del Gran Sacrificio. Cada Semana Santa quedo desarmado, desmochado de pasiones mundanas, con ansia de fundirme en un sincero y grandioso abrazo. Por tanto Amor desparramado, y que casi todos ignoramos, mientras por las calles camina Él, entre multitudes pero solitario. Él, que por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato. Pero que resucitará al tercer día, según las escrituras. Buena Semana Santa.

     

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    comentaris 4 comentaris
    Vicent Albaro
    Vicent Albaro
    10/04/2012 11:04
    COINCIDENCIA

    Antes que nada, gracias por dejarme entrar en tu casa Dulce Bellum Inexpertis. A lo que refiere tu última entrega, le envié el artículo a un amigo que ha sido durante cuatro años mayordomo de la Hermandad Sacramental, Pontificia y nosécuantascosasmás de la Esperanza de Triana y del Cristo de las Tres Caídas. me contestó que me había dejado cosas. Obviamente si el Pregonero de la Semana Santa Sevillana, está dos horas dándole al pico, y aún lo critican porque se ha dejado a alguien, que no va a ser un modesto artículo de folio y medio. Pero al final dejó la frase del titular: Dos pueblos unidos por la misma Fe. Pues eso, tiene usted razón Dulce y mi amigo Paco, también.

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