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Primarias socialistas

    Vuelven las primarias al Partido Socialista. O, lo que es lo mismo, vuelve el lío, el navajeo y las luchas cainitas al PSOE. Lo estamos viendo en Madrid y puede suceder en Valencia y en muchos municipios. En el PP se frotan las manos.

    Porque el proceso de elección de los candidatos a alcaldes o presidentes de comunidades autonómicas o del gobierno de la nación es, en el plano teórico, un buen ejercicio de democracia interna; las bases eligen a su candidato ideal y, después, los electores dan su última palabra. Perfecto. Plausible. Chapó.

    Pero en la práctica es muy distinto. Así, los efectos positivos que tienen las primarias son contrarrestados por el desgaste que supone el propio proceso, en el que inevitablemente se producen encontronazos entre los candidatos y sus equipos, lanzando a la militancia y a los ciudadanos en general una sensación de guerra interna que, lejos de ilusionar, produce el efecto contrario.

    Lo estamos viendo estos días en Madrid, con el secretario general del PSM, Tomás Gómez, y la candidata oficial de Zapatero, su ministra de Sanidad, Trinidad Jiménez. Pero esto, de lo que hablaré después, no es nuevo. Hagamos memoria.

    Corría el año 1998 y Felipe González abandonaba la secretaría general en el XXXIV Congreso Federal, que recibió Joaquín Almunia. Éste, que contaba con el apoyo de casi todos los barones del partido y representaba una línea continuista con el felipismo, optó por convocar primarias para elegir al candidato a la presidencia del gobierno.

    Josep Borrell, el candidato que supo ganarse el favor de las bases en contra del aparato –David contra Goliat-, venció contra pronóstico con un 55% de los votos, iniciándose un corto periodo de bicefalia, con Almunia al mando de la representación institucional y Borrell al frente del liderazgo parlamentario. Esta anomalía duró un suspiro, porque en su propio partido se encargaron de airear unos trapos sucios, que luego quedaron en nada, que motivó la dimisión de Borrell y que Almunia lograra, así, lo que no pudo con las primarias, esto es, ser el candidato a la presidencia del gobierno en las elecciones de marzo de 2000. Sin embargo, el correctivo sufrido, con un PSOE que pasó de 141 a 125 escaños, motivaron su dimisión. Fiasco rotundo de las primarias.

    Esta experiencia pesa como una losa, diez años después, cuando alguien plantea primarias para elegir al candidato, en lugar de ser el aparato del partido de turno con el tradicional método del ‘dedazo’, públicamente criticado por los dirigentes de la izquierda, pero defendido en privado por sus aparatos, en especial los del PSOE.

    Y, viendo la guerra que se ha iniciado en Madrid, comprendemos un poco mejor a José Luis Rodríguez Zapatero, presidente del gobierno, pero también secretario general del PSOE, cuando intentó convencer a Tomás Gómez de que diera un paso atrás en sus intenciones de ser el candidato en favor de Trini Jiménez, habida cuenta de que unas encuestas internas le daban a ésta más opciones de victoria frente a la popular Esperanza Aguirre. El País publicaba este domingo otro estudio demoscópico que beneficiaba a Trinidad Jiménez y que ha encendido los ánimos de los partidarios de Tomás Gómez.

    Sin embargo, el que fuera el alcalde con mayor apoyo popular de España, en Parla, y quien optara a la secretaría general del PSM con la bendición de Zapatero y el aparato federal del partido, declinó su amable invitación y le animó a medirse con la ministra en primarias.

    Así es como un político como Zapatero, que ganó contra pronóstico al candidato del aparato, José Bono por 9 votos de diferencia, generando ilusión –la guerrista Matilde Fernández,y la hoy portavoz de UPyD, Rosa Díez, completaron la terna de aspirantes-, reniega del método del que tan satisfechos se sienten los socialistas, incluido Zapatero. ¿Por qué? Porque las primarias son válidas para los que no pueden llegar al poder por el método del dedazo. Y, por la misma regla de tres, son una catástrofe para los aparatos del partido, incluidos los conformados por gobernantes que alcanzaron el poder orgánico por primarias.

    Y, al final del proceso, ¿quién gana? La perversión del sistema hace que el mismo sea valorado por la ciudadanía como una lucha por el poder, en lugar de ser un método democrático y democratizador. El ejemplo más reciente lo estamos viendo, como decía anteriormente, en la batalla entre Gómez y Jiménez en Madrid.

    Allí, Tomás Gómez es el secretario general y no cuenta con el favor del aparato federal del partido. Los ministros Manuel Chaves y José Blanco y el mismísimo Zapatero le pidieron expresamente que desistiera en sus aspiraciones de liderar la candidatura del PSOE en la Comunidad de Madrid. Trinidad Jiménez es ministra de Sanidad y la candidata oficiosa de Zapatero.

    Pase lo que pase, el partido saldrá debilitado de esta contienda de acusaciones, uso irregular de censos y sms a favor y en contra de uno y otra por varias razones. La primera, la sociedad contempla el espectáculo como una guerra cainita por el poder, amplificada en parte por los medios de comunicación. Dos, el proceso puede acabar abriendo una brecha el día después entre los partidarios de uno y otro candidatos. Y tres, si vence Tomás Gómez, perderá Zapatero, porque el secretario general del PSOE, una vez convertido en aparato, ha renegado de las primarias. Y ha apoyado descaradamente a Trinidad Jiménez.

    Y, lo peor de todo para los socialistas es que, gane David o Goliat, al final vencerá Esperanza Aguirre. Y que el incendio de Madrid puede extenderse por comunidades autónomas y ciudades con un PSOE sin liderazgo claro.

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