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Per Ángel Padilla
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Consideraciones sobre «La Bella Revolución» VIII

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    Consideraciones sobre «La Bella Revolución» VIII- (foto 1)

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    LAS LUCHAS SOCIALES Y SU FUTURO

    La diferencia radical entre las luchas sociales como el feminismo y la antirracista frente al animalismo, es que éste ha de ser asocial. Nada en lo social puede reportar a largo plazo una situación óptima por completo a los animales que nada tienen que ver con nosotros ni a nuestro lado quieren estar, excepto las denominadas -especistamente- mascotas, que son animales que mediante cruces y amansamientos, han sido obligados a habitar nuestras casas y ahora han establecido un vínculo emocional real con nosotros, hablamos de los gatos y los perros, animales que en casas adecuadas y con humanos que los quieran como merecen, pueden ser enteramente felices; aunque debe decirse que la liberación animal avanza para desarticular el concepto de mascota, su patentización, quiero decir, mediante la castración de las colonias de gatos y de los perros, para reducir sus poblaciones, como un mal menor, ante la realidad de los continuos abandonos de éstos en las calles, donde pasan auténticos infiernos. Conseguir prohibir la compra y venta de animales, como si de bienes muebles se tratase, sería un fin importante para ir borrando de la historia el animal cercano al humano, e ir habilitándoles lugares naturales donde puedan ir recordándose como no dependientes de nosotros, es el fin a lograr para prepararlos cuando llegue, más adelante, la liberación de todos, el sueño, lo Justo más justo realizado en esta tierra: la Bella Revolución.

    Porque las mujeres no desean vivir en el campo, al menos la mayoría, o en los mares, o en los cielos, como los animales cuyos territorios sí son los nombrados y no las ciudades. Exigen iguales derechos a los que tienen los hombres, por mero sentido común y por justicia. Se busca también educar en empatía hacia otras razas, desde la blanca, para erradicar los racismos -todo sea dicho, se da también hasta entre mismos individuos de colores de piel, según los territorios de donde nazcan, creen que son mejores y los otros peores, superiores y los otros inferiores-; el mayor mal endémico en esa lucha de clases perpetua se da el machismo, el estado patriarcal, donde sea en la raza que sea, las que siempre pierden en el ajedrez de peones o reyes, las mujeres, donde son consideradas inferiores al hombre en toda cultura y país, en algún aspecto o de manera gravísima en lo ontológico.

    Aunque como decimos, después de las luchas de las primeras admirables sufragistas, y de los delicados y admirables libros escritos por las fundadoras del feminismo moderno, la mujer ha roto el yugo más grande, pudiendo estudiar, que le era prohibido, y pudiendo ser libre con su sexualidad, que también se le reprimía tal mundo tan importante para la higiene de las mentes, para ser en el mundo sin ser observado ni criticado; la crítica es flor pútrida únicamente naciente en el animal humano, siempre atento a todo menos a lo que le es natural, a lo que le construye.

    No obstante, rotos los eslabones más grandes de las cadenas más vergonzantes de pensamientos epocales que tanto daño han hecho y tantas muertes han procurado, las luchas por lograr los derechos plenos por parte de las mujeres, esa equidad entre sexos en todas las esferas a las que todavía se sigue a años luz, esa equidad de derechos en sociedad entre individuos de distintos colores de piel y nacionalidades, derrotadas todas las barreras más duras, todavía sigue latente su imposibilidad completa. Continúan los derechos mal repartidos, los privilegios.

    Pobres y ricos, mayores privilegios para unos que para otros, por criterios y razones espurias pero vencedoras y operantes.

    La mujer, el negro, el homosexual, buscan ser considerados, cada individuo sea la particularidad de su condición cual sea, como un igual, aquí, en este mundo humano.

    No así el no humano. Que no desea derechos aquí, sino su derecho fundamental: ser devuelto a su pueblo, a su hogar, a su casa verde o azul.

    La diferencia es muy fundamental. Para esta liberación de las otras naciones de flora y fauna, no se pueden usar las mismas varas de medición y debate, las mismas comparativas, que para las luchas sociales entre los seres humanos.

    En tanto exista el mercado, ya por completo globalizado y dominado por unas pocas empresas mundiales, ese capitalismo que todo lo controla como un Gran Hermano con sus cámaras en las calles, sus satélites y sus documentos personales y códigos de barras, poco bueno se puede suponer a las luchas sociales; el ser humano, aquí, está condenado a sufrir pulsos intestinos eternos, puesto que no barre de su mente que la competición no es buena, cree que hay mejores y peores, cree que deben haber gobernantes.

    Ningún animal acaba cogiéndole cariño a un domador, ni diría nada bueno de él. El ser humano, sí. Por eso este circo con animales humanos nunca se prohibirá porque nadie lo pide, creen vivir en un circo abierto. Ah fieras vestidas ridículas y sumisas desde el nacimiento: el humano estúpido, dando vueltas a su ego sin florecer, condenado por sí mismo.

    En cambio debemos sacar a los animales no humanos de los circos donde se les obliga a realizar actuaciones que detestan, porque sus anarquías vitales no casarán jamás con el circo social al que, si hay equidad, sí aceptarían todos y todas las indignadas con los sueldos a malabaristas, payasos y funambulistas.

    No el león. No la vaca.

    No la gallina, no el pez, no el buey, no la rata.

    No los hipopótamos y el oso blanco.

    O la orca y el pavo real.

    'No queremos derechos', dirían al unísono.

    'Queremos el derecho'. Que sólo es uno: el de ser libres, liberados si son reos. Libres en sus mundos naturales. No hay más debates.

    Se insiste: el humano que desea, nacido en las ciudades, continuar habitándolas, adelante (para nada interesa aquí averiguar si lo desea por miedo, por desidia o por fe verdadera en la humanidad).

    Es del más puro sentido común que en la lucha por la liberación animal lo que se busca es eso, su liberación. No su emancipación aquí, entre nosotros. Porque entre nosotros no puede existir emancipación posible. Las ciudades, el humano, son enemigos eternos de los animales libres. No hay más. Eso es todo.

    Dicho lo anterior, la lucha que se hace llamar animalista haría bien en dejar de pedir derechos para los animales no humanos, debemos luchar por el único derecho que, arrebatado en ellos durante siglos, todo lo moldea y mata: el de sus libertades.

    En tanto el animalismo no tenga una mente libertaria por completo, en tanto el luchador animalista, la luchadora animalista, no se sienta un ser libre, o sea un animal y no un ciudadano, y es más: no un humano (esencia repudiable); en tanto los luchadores por los animales que han de ser libres no retiren de ellos mismos sus cadenas de ideas a medias o mal construidas, no podrán ejercer de intérpretes completos y óptimos para la más grave y bella consternación cósmica y enfrentamiento y ruptura con la historia que se ha dado aquí: la apertura de todas las jaulas donde se encierran animales, la apertura de todas las naves donde yacen y mueren animales explotados, la apertura de todos los laboratorios de vivisección, la liberación de todo reo animal encerrado por el humano. Todo lo que se haga en camino que no se dirija hacia este fin a los animales no les vale. La mente animalista ha de sentirse anarquista, antisistema, antinacionalista. Un animalista que no odie las banderas y los himnos, el militarismo, el ordeno y mando que condenaba el poeta Jesús Lizano. Un animalista que hable de paz sin tener en cuenta que para liberar a los animales hay que ejercer la defensa propia que ellos no pueden ejercer y por tanto esa defensa propia en su liberación de la violencia que sufren en todas las formas, será denominada violencia por la percepción humana; digo, quienes no quieran pasar por esas críticas, quienes tengan miedo a ser denominados violentos, incluso terroristas, ecoterroristas (así llaman a los que liberan animales los especistas); quienes piensen que el animalismo tiene un buen nombre que hay que proteger y no que es sencillamente una forma de nombrar a personas conscientes que usan toda forma que a nuestras manos venga para sacar a la luz unos ojos oscurecidos por la maldad humana, esos, esas, no les sirven a quienes decimos proteger.

    Los reos nos llaman a una grande revolución que todo lo rompa, que por fuerza derramará mucha sangre, es lógico, nos susurran en sueños que entreguemos nuestras vidas y dejemos nuestras casas (como hablan en mi poema 'Decir de los silenciados', de La Bella Revolución), sólo esperan batallas y cizallas, salir, salir al mundo, y al fin los debates humanos les importan 0.

    El animalismo es un puño que ha de derribar una puerta.

    Si no es eso no es nada.

    No es una palabra que canta.

    O una voz que convence a los verdugos, en la noche de los verdugos y a la mañana los verdugos siguen siendo verdugos, y la voz se fue a casa creyendo que algún día convertirá al verdugo en libertador.

    No es esta lucha un martillo para las mentes.

    Sino par las puertas.

    Un fuego no para las mentes.

    Sino para los lugares de reclusión animal.

    Un terror más grande que el terror que sufren los animales. Nuestra poesía ayuda, pero sólo como un viento en la canción de la lucha, un viento fresco para seguir tirando puertas abajo con fuerza y sin fin, generaciones tras generaciones de libertadoras.

    A día de hoy, 25 de febrero de 2022 me hacen gracia las manifestaciones que los llamados animalistas siguen haciendo. La última una contra el 'maltrato' de los perros de caza por los cazadores. Fue 'pacífica', sólo esperaban tener prensa, mandaron las sosas y simpáticas al sistema notas de prensa e incluso como anécdota en la marcha de la manifestación se les coló un grupo de ultraderecha.

    ¿Es esto un conjunto de guerreras y guerreros por la libertad?

    De momento un parvulario escapado de los profesores, regalan bolsas de papas y cantan canciones al marchar.

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