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Per Ángel Padilla
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Consideraciones sobre «La Bella Revolución» (la liberación inmediata de todos los animales) II

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    Consideraciones sobre «La Bella Revolución» (la liberación inmediata de todos los animales) II- (foto 1)

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    TODOS LOS ANIMALES DEBEN SER LIBRES

    Como se dijo, incluso entre los teóricos y filósofos que han abordado la tesis animalista, aun todavía entre los más abolicionistas, ninguno ha dado el paso de convocar, con el trueno inmediato y destructor con que viene dicho fonema, si está tan enfadado de siglos como la vida de los animales entre los humanos: libertad.

    En el abolicionismo animalista se habla de la liberación animal en tanto a realizarse ésta en modo progresivo, lógico, racional. Nuevamente la razón se incrusta en la palabra libertad como una nueva banderilla a un toro torturado en el ruedo eterno del dañarse y dañar. Más adelante hablaremos más largamente sobre la tan consagrada y reverenciada razón, como instrumento inútil y el destrozo que ha generado en, ya se dijo, nuestra forma de concebir el mundo y, sobre todo, en aras de un buscado bienestar humano que, todo hay que decirlo, nunca se ha conseguido más que para aquellos que se sitúan, en la pirámide de amos y dominados, en las partes más altas, esos pisos desde donde se preparan todos los planes para la humanidad y el planeta, en la forma en que el visionario Orwell tan bien describió en su 1984. La confusión social como herramienta, el divide y vencerás, el adormecido pueblo es más instrumentalizable, pero los libros que los calman como La Constitución, etc., donde en lugar de las mentiras que aparecen se entrevén frases como ésta del mismo autor antes citado, ésta de su obra Rebelión en la granja, “Todos somos iguales. Aunque unos somos más iguales que otros.”

    Buscamos la palabra libertad en la RAE y nos encontramos con una gran sorpresa, esta es su definición de la palabra: “1. Facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos. 2. Estado o condición de quien no es esclavo”.

    Interesante el anexo 2. Aceptamos la naturaleza de esclavo en este mundo como una condición que se ha dado a lo largo de los siglos, tanto entre humanos como de ellos hacia los animales.

    Veamos qué se dice de esclavo: Persona que, por estar bajo el dominio jurídico de otra, carece de libertad.

    Vemos entonces que se esquiva nombrar a los animales no humanos como sujetos que pueden experimentar libertad, como derecho natural, que es del hombre (y la mujer, pues son personas, ya que según el antropocentrismo, sólo merecen poseer entidad de persona los animales humanos); y que también se les esquiva a la hora de enunciar qué es un esclavo, porque siempre es libre, o esclavo, para la docta academia, un hombre.

    Lo sibilino de la construcción del lenguaje, las rejas que ya contiene, lo soez de las interpretaciones de las palabras con las que el humano se comunica, ningunean al resto de los animales. Sin embargo sí los hacen esclavos, y también, sin embargo, sí se les secuestra de una libertad de la que son poseedores.

    Los convierten en esclavos porque jurídicamente se convierten en propiedad de otro, y pueden situarlos en estado de libertad cuando, después de ese estado de esclavo jurídico, son liberados.

    Esclavo es sinónimo de reo. Reo: […] tiene su origen etimológico en el vocablo latino reus; suele emplearse con referencia al individuo que, por haber cometido una falta, debe ser castigado o efectivamente se encuentra cumpliendo una pena.

    ¿Qué falta o delito ha cometido un elefante secuestrado para ser esclavo jurídico por un circo, para que esta empresa gane dinero a costa de que el animal, contra natura, realice funciones haciendo el payaso, saliendo y entrando de una jaula minúscula, entrenado mediante violencia mental y física?

    ¿Qué falta o delito ha cometido el cerdo que nace enclaustrado y es destinado a una esclavitud forzosa en un barracón hacinado e insalubre con otros cientos de cerdos y lanzado a una muerte cruenta, o el macaco o el perro beagle torturados en laboratorios de vivisección, atestados de sádicos que para ocultar su sadismo se hacen llamar científicos?

    La respuesta es evidente: el diccionario humano, aquel compendio que acapara las cosas existentes, inertes y vivas, esquiva deliberadamente aquello que no le interesa nombrar, que es de lógica, porque opera, en todo este bagaje de cultura pedestre y miope, otro concepto que no definiremos porque todos conocemos lo que significa y cuánto mal ha hecho: el antropocentrismo, hoy devenido, en una afortunada y nueva consideración semántica, especismo.

    Alrededor de dicho término es como se ha construido el mundo que el humano llama civilizado y desde el cual se opera con carta de moral (humana) sobre todo lo que existe. ¿Qué es el especismo? Dicha palabra todavía, en enero de 2022, que es cuando arranca este texto, no se ha integrado en el diccionario, aunque circula poderosa y para quedarse, en todos los ámbitos: el especismo consiste en considerar inferior a la humana cualquier otra especie distinta a ésta.

    El diccionario es especista. El Código Penal es especista. La Cultura humana en general es especista y su moral, en definitiva, es especista.

    Cabe concluir este inicio de poner bajo la luz de nuestro sol y sobre las palmas hacia arriba la verdad de los conceptos existentes y los que se obvian, para poner a igual nivel de denigración y vergüenza ajena intolerable el especismo, el racismo, el machismo, el sexismo... (estos últimos todos superados, aunque todavía en litigio para limar muchos flecos, pero el especismo latente, hoy, como una flor del mal viva y embrionaria en todo el orbe, para beneficio del humano e infierno sin posibilidad de remedio de los animales que no son humanos).

    La estafa cultural eterna, la podíamos denominar. Sobre esto expresa el filósofo animalista Jesús Mosterín que “La consideración moral de los animales no humanos ha sido sobre todo negada en la tradición judeo-cristiana-islámica, así como en sus epígonos presuntamente secularizados de la tradición kantiana y contractualista (que toma el contrato social idealizado entre humanes como única base de la moral). […] El abismo entre los humanes y el resto de los animales queda ya marcado en el mito bíblico de la creación (el Génesis): Entonces dijo Elohim: “Hagamos al hombre a imagen nuestra (…) para que domine a los peces del mar, a las aves del cielo, y a los ganados, y a todas las bestias salvajes (…)”.

    La religión y la filosofía han marcado el rumbo de la humanidad, la llamada cultura está impregnada de abajo hasta lo más alto de credo y pensamiento razonado, esto es: a la medida de la visión del mundo establecida por los considerados sabios en cada época. Lo llaman ciencia pero sólo es hija aburrida de la filosofía. Lo llaman cultura pero ésta es siempre una misma cosa: un estado de comprensión del mundo entablado de certezas que, siempre, favorece a los más listos de los cada vez más grandes Clanes. No sólo el diccionario es especista, es que sigue siendo machista, racista, cosificador, sectario...

    Toda época tiene, al fin, un único nexo común camuflado de distintos trajes: el “dominantes y dominados” tan denunciado por el poeta anarquista Jesús Lizano. Para dominar, los dominantes mienten, con mentiras que creen o, sencillamente, saben que son estafas. Hoy en los libros de texto, los animales no humanos son inferiores a los humanos. Y todo por partir la visión antropocéntrica, falsa, tendenciosa, desde los estudios de Descartes y sus escritos hasta cada uno de los 'científicos' que ratificó sus 'certezas'. La razón, según la actual cultura humana, sólo la posee el humano, luego es superior al resto de los animales y por tanto puede usarlos. Cliché no sólo falso sino moralmente muy ofensivo. Pero con él, hacen y deshacen en el reino animal, amparados por la legislación.

    Por otro lado y como tan sabiamente dice el experto antivivisección Javier Burgos (mencionado de memoria): "Si fuera cierto que son inferiores, ¡deberíamos entonces cuidarlos y tenerles más piedad! ¡No aplastarlos! ¡Ni con esa tesis, el resultado en lo práctico tiene sentido!"

    En el “Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas”, de Arthur de Gobineau, este autor de cabecera del nazismo, explicaba, ponderadamente, cómo la raza negra está, en importancia, en lo más bajo, luego los individuos de “piel amarilla” y, en lo más alto, los blancos, la raza “aria”.

    Completó la barbaridad el “Hereditary Denius”, del científico inglés Francis Galton, en cuyo tratado el preclaro imbécil explicaba cómo, mediante una selección cuidadosa para procrear, se podrían generar grupos de individuos perfectos, puros. Su tesis giraba alrededor de su pregunta: “¿a quién se permite procrear? Su concepto de la eugenesia marcó mucho e incendió la brasa de los alemanes que ya odiaban a los judíos, pasando a odiar a la “raza judía” (compárese con la creación mediante mentiras del mal del especismo), hasta concluir en el terrible holocausto nazi sobre millones de judíos. Judíos, individuos de un pueblo concreto, que ya habían sido perseguidos desde siempre en la historia humana. En la Biblia el mismo Cristo los desprecia. Antes incluso del holocausto nazi hubieron sucesos que, quizá, animaron a Hitler a fundar su visión del exterminio. En la Rusia de la preguerra, en 1903 se destruyeron cientos de casas donde vivían judíos, muriendo 49 de ellos; tal expolio ruso se perpetró por la falsa y absurda acusación de que los judíos asesinaban a niños para utilizar su sangre en la preparación de panes para la Pascua. Recuerda esto a las mentiras de los cazadores para justificar su diversión de matar, que echan la culpa a los jabalíes o a determinadas especies de animales de generar males de tal o cual dimensión al humano, en sus propiedades, cosechas, calles, casas. Cuando la realidad es que todo animal salvaje que se acerca a lugares habitados por humanos es por culpa de la desorientación y dispersión, falta de referentes y nortes, donde los hace naufragar el humano con su devastación de los ecosistemas, y los cazadores con la destrucción sistemática e imparable de sus formas de vida naturales. Actualmente se ordenan matanzas de lobos en Asturias porque, se dice, hay muchos y matan al ganado. 'Muchos'. Bandos condenando. Las brujas fueron llevadas a la hoguera bajo juicios estúpidos. Todo en la historia humana se repite. Siempre el poder ha de generar matanzas, para ser respetado, y temido.

    Como indicábamos, antes del holocausto de humanos perpetrado por el nazismo en Alemania, por ejemplo, en Odesa, en 1905, se destruyeron cerca de 1.600 hogares de judíos y se mató a miles de judíos. Gente unida a gente, convencida por mentiras lanzadas desde el poder epocal, como zombis listos para matar, cada época, al chivo expiatorio.

    Este bombardeo constante de la demonización de un colectivo, raza o especie, nunca ha cambiado. Pero como dice Jesús Mosterín en su libro “Los derechos de los animales”, frente a todos los colosales derramamientos de sangre e injusticias variadas devenidas del paso torpe de siglos de una humanidad azotada por azotadores, la liberación animal “es la gran cuestión que se plantea a la ética contemporánea, ante la magnitud de la cual todos los demás dilemas morales palidecen como provincianos e insignificantes.” Porque “Así como las células que constituyen un animal (por ejemplo, un human) pueden analizarse en tejidos (muscular, óseo, epitelial, sangre, etc.) o en órganos (cerebro, corazón, pulmones, etc.), así también los organismos que pueblan la biosfera y constituyen la biota pueden analizarse en especies (que son como tejidos) y en comunidades ecológicas (que son como los órganos funcionales).” Esto es: la lucha por la Tierra y sus animales como un Todo vivo, es LA LUCHA. No hay otra. El gran cuerpo sobre el que nos movemos todos.

    Sentado el preámbulo semántico que abre este capítulo, en que analizamos ciertos conceptos del diccionario -para comprobar el estafador sesgo cultural que, en sociedad, siempre existirá-; por lógica pura, apartada la estupidez de la fe, de la que nada diremos porque sola se fagocita como propuesta ontológica: la matemática resultante de lo dicho analizando los conceptos “esclavo”, “libre”, “animal”, “humano”, es que: como esclavos que son los animales reos, e inocentes y condenados sin razón, por no haber cometido falta o delito alguno, urge sean liberados de sus cárceles, jaulas, establos carpas, ruedos, caseríos, paredes, rejas y sogas de inmediato, pues en rigor y en moral natural, no hay nada que el humano pueda decir en favor de mantenerlos ni un segundo más como propiedad, puesto que ni tiene derecho a ello, ni es justo, ni es moral, y aunque jurídicamente sea correcto, desde todo sentido de justicia verdadera es una completa injusticia que se ha de reparar de inmediato. No hablamos, pues, de propiedades, sino de secuestrados. Ni de reos, sino de encarcelados a la fuerza siendo inocentes. Lo jurídico cambia a lo largo de las épocas, según la moral y el conocimiento humano avancen; no es nuestro objetivo esperar que el conocimiento humano avance, pues lo hace muy lentamente, ni que lo jurídico declare a los animales no humanos como libres de pleno derecho y, por tanto, declare ilegal enclaustrarlos, actuar en contra de cualquiera de sus intereses particulares, al fin. Nuestro deber es apelar y movilizar el sentido común, la inteligencia clara de la interpretación histórica de los conceptos y de lo que es lógico y diáfano como una brizna bajo el sol, como el hocico de un caballo, como el celeste del cielo, color que todos vemos de igual modo, en toda época.

    Lo blanco es blanco.

    Lo rojo es rojo.

    La esclavitud forzosa es una aberración.

    Todos los animales deben ser liberados de inmediato. No podemos esperar, ellos y ellas no pueden hacerlo, a que la lentitud mental de observación del mundo del humano empatice con sus vidas. Sus vidas son enteramente suyas y, claramente, todo animal confinado ha sido secuestrado porque no ha habido firma ni acuerdo contractual de ambas partes para esa situación.

    Se podrá decir que la argumentación anterior se adelanta a época y por tanto son presunciones no válidas, mas en derechos y libertades, en evolución -que siempre se adelanta al conocimiento de la época-, lo dicho es irrebatible y de absoluta urgencia.

    Cada segundo, y esto son estimaciones aproximadas, mueren en el mundo 2000 animales -estamos seguros que son muchísimos más-. No esperaremos a que dentro de veinte lustros se sienten los doctos antropocentristas de la Rae para redefinir el término antropocentrismo y para incluir la palabra especismo, y para preguntar al pueblo qué opina; ni a que el Código Penal tenga la misma punibilidad para los animales humanos que para los no humanos, los proteja por igual. Para entonces, quizá, ya sea demasiado tarde incluso para el propio planeta todo.

    Según la FAO, 345 millones de animales mueren al día, destinados para consumo humano.

    Al día.

    Estamos ante el mayor holocausto, y más destructivo para la vida de este planeta -incluida la del propio ejecutor, el humano- de toda la historia. Ejecutamos a diario un infierno que se adentra en nuestras casas y se catapulta hasta lo más lejos. Nos levantamos de la cama -ya con tridentes rojos en las manos- para con nuestros actos y palabras eternizar dicho infierno. Somos por igual jueces, carceleros y verdugos. Y creemos ser seres morales, sonriendo grotescamente al cruzarnos por la acera y decirnos “hola”, mirando el mundo desde detrás de los barrotes de nuestra propia mente.

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