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Per Enrique Masiá Buades. Coordinador del Foro Sociedad Civil de Alcoy y su Entorno
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Alcoy, empresas y empresarios

    A raíz de las desafortunadas manifestaciones de miembros del Gobierno de España sobre la figura de varios empresarios, calificándolos de “capitalistas despiadados”, se ha suscitado un debate decimonónico, entre personajes que aún tienen pendiente la asignatura de la “revolución social”, su prensa palmera y el mundo empresarial. Conocemos la respuesta del Presidente de la CEOE, D. Antonio Garamendi, en defensa de dichos empresarios y de la figura del empresario en general. Y el propio Presidente de Cámara España, D. Josep Lluís Bonet, hizo lo mismo, aquí en Alcoy, esta semana pasada, con ocasión de la II Gala de los Premios Cámara de Alcoy, en sus palabras posteriores a la entrega de la Medalla de Oro a nuestro apreciado Enrique Rico Ferrer.

    A raíz de ello, y con el fin de posicionar al empresario en el lugar social que le corresponde, recibimos un vídeo “… pero no nos conocen …” del que nos hemos hecho eco en el Foro Sociedad Civil de Alcoy. Lo difundimos y publicamos en nuestros perfiles y redes sociales, bajo el titular “La riqueza de la sociedad la crean las empresas”. Y las viscerales reacciones a la contra, no ya del vídeo, si no de la figura del empresario, publicadas en forma de comentarios al mismo, por exaltados personajes del mundo social alcoyano, me motivan a escribir estas líneas. En un intento de clarificar conceptos, centrar el debate y plantear una importante reflexión sobre cómo este tipo de actitudes influyeron, y siguen influyendo, en la situación socioeconómica de nuestra Ciudad. Argumento éste – la animadversión, cuando no odio, hacia el mundo empresarial - que ya incorporé como una de las causas, no la única, por supuesto, de la debacle de la manufactura en Alcoy, en las décadas 70’s a 90’s del siglo pasado, en la serie de artículos publicados sobre la misma. (“Las causas que profundizaron la crisis.” en Crónica de una muerte anunciada. (y IV). El nostre finde. pág. 32. 19 octubre 2019).

    Empecemos por aclarar conceptos, separando los de “empresa” y “empresario”. Términos que, sorprendentemente, confunden como idénticos los más fanáticos defensores del progresismo (¿?) social. Confusión principio de estos males.

    Empresa: “Todo grupo humano que trabaja unido por conseguir un fin común”.

    Empresario: “Persona que lidera una empresa, y que decide qué debe producir, cómo producirlo y para quién debe producirlo.”

    El empresario, por tanto, es parte de la empresa, pero no es toda la empresa. Y, a su vez, una empresa no es el empresario. La empresa económica es un conjunto de personas y recursos con una única finalidad común: crear valor para la sociedad, produciendo bienes y servicios.

    Y ese conjunto tiene dos subconjuntos: Uno, el más valioso, el de las personas internas a ella: el empresario y los empleados. El otro, no siendo tan importante, sí es imprescindible: el de cosas. Los recursos materiales e inmateriales necesarios para producir los bienes y servicios objetivo de la empresa. Al que los economistas denominan el capital de la empresa. En su acepción técnica y no política: “bienes de producción, producidos y que sólo sirven para producir”: oficinas, naves, maquinaria, herramientas, know-how, etc.

    Pero hay un hecho innegable: no existe empresa sin empresario. Veamos porqué. La importancia de la figura del empresario radica en que es la única persona que decide qué producir (qué bienes y servicios), cómo producirlo (con qué medios y de qué forma - know-how - obtenerlos) y para quién producirlo (en qué mercados venderlos, y a qué precio). Aportando y arriesgando para ello su capital, su trabajo y su prestigio a la empresa. Por esta razón tiene todo el derecho a recibir su recompensa, sin reproche social alguno: el posible beneficio empresarial. En el caso de que lo haya.

    Ya que muchos no saben, o no quieren saber, porque no les interesa, que dicha recompensa - el beneficio empresarial - es el remanente que queda en la empresa después de cumplir con todas sus obligaciones contractuales (con empleados, proveedores y clientes) y legales (Impuestos: IVA, IRPF, Seguridad Social, IBI, Tasas, Impuesto de Sociedades, etc.).

    Y sigue sin interesarles el hecho de que el beneficio no está nunca, en absoluto, garantizado. Y que en numerosas ocasiones, muchas, el remanente es negativo (pérdidas). Pérdidas de las que no quieren oír ni saber nada ninguno de los stakeholders, es decir, las personas relacionadas con la empresa que no son el empresario (empleados, clientes, proveedores y el propio Estado).

    Por lo tanto, sin empresario no hay empresa. Y sin empresas todavía viviríamos en la sociedad medieval, donde enriquecerse se conseguía por la fuerza de las armas.

    Y no es ya que las empresas generen riqueza. Es que son las únicas entidades que generan riqueza en el mundo actual. Las empresas – privadas o públicas, en sus distintas variantes – son las únicas entidades sociales que generan bienes y servicios para mejorar la calidad y nivel de vida de la sociedad. No se ha inventado otra forma de hacerlo. Y para cumplir su cometido deben actuar en un régimen de libertad que permita realizar contratos de intercambio sin coacción de ninguna de las partes intervinientes. De ahí que vivir en un régimen de democracia liberal sea determinante para el buen funcionamiento económico social.

    Hasta que, a partir del Renacimiento, la sociedad europea no desarrolla y legisla el concepto de empresas, - primero mercantiles, y posteriormente, con la Revolución Industrial, fabriles, - la Humanidad no da un avance significativo en calidad de vida y en riqueza. Nunca, hasta entonces, tuvo acceso a un conjunto de bienes y servicios que satisficiesen las numerosas necesidades de la naturaleza humana. Durante miles de años, la única forma que podía enriquecerse, una persona o un país, era por la fuerza de las armas. La empresa moderna, ha sido un gran avance de la Civilización que no reconocen los intervencionistas. Además, al confundir empresa con empresario, suelen argumentar que el único motivo que les mueve es el afán de lucro. Y aunque pueda ser cierto en algunos caos, no es verdad que lo sea en todos ellos. La satisfacción de crear, producir y vender nuevos productos que cubran necesidades humanas, el contribuir al enriquecimiento de la sociedad, vía proporcionar empleos y sueldos, el reconocimiento y el prestigio social, el poder e influencia que se adquiere por el peso económico de la empresa que se regenta, etc. son otros motivos por el que se mueven otros muchos empresarios.

    Y todo lo anterior nos lleva a la situación de Alcoy. Asistimos a un debate público en el que la decadencia económica de Alcoy se atañe básicamente a la falta de suelo industrial. Sin negar este hecho, hemos argumentado en numerosas ocasiones que, más importante que esta causa, es la ausencia de suficientes empresarios en el tejido económico alcoyano la principal responsable de dicha situación.

    Que nuestra ciudad tiene un marcado componente social “de izquierdas”, fruto de su historia, es un hecho conocido. Pero que numerosos integrantes de esta masa social aun mantengan una decimonónica actitud con respecto a los empresarios, nos invita a plantear esta reflexión: ¿cómo pretenden estos señores que se creen empresas generadoras de riqueza y empleo en nuestra Ciudad con un clima social adverso, que, en su fanatismo, se empeñan en mantener?

    La primera condición para salir del bache en el que Alcoy se encuentra es que aparezcan jóvenes empresarios capaces de arriesgarse a crear nuevas empresas potentes, eficaces y eficientes. Es una condición necesaria, pero no suficiente. La segunda condición es que las condiciones de entorno en las que deban vivir estas empresas, y sus empresarios, sean favorables. Y no bastan las tradicionales: suelo industrial, comunicaciones, TIC, legislación administrativa favorable… Es imprescindible que el ambiente social que rodee al empresario sea, si no gratificante, al menos no agresivo. Y con un mínimo reconocimiento social objetivo a su labor. Reflexionemos, por favor, no hagamos las cosas más difíciles.

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