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Per Jesús Montesinos
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Salario justo o salario mínimo

    La patronal de Diaz Ferrán lanzó el órdago esta semana para retirarlo de inmediato, pero avanzó tres puestos en el tablero de ajedrez que acaba siendo un pacto social. El jugador lanzó el anzuelo del salario mínimo a sabiendas de que la otra parte e incluso la opinión pública picarían por confusión con el salario justo. Y es que los últimos quince años han sido tan locos en España que hemos perdido las referencias metafísicas que incluso estaban presentes en las batallas sindicales del franquismo. Parecemos americanos que solo vemos las consecuencias prácticas de nuestras decisiones. Un salario mínimo para un coche nuevo, no una compensación por el trabajo bien hecho.

    Max Weber formuló hace un siglo su tesis según la cual el capitalismo y el catolicismo son divergentes. Ya saben, en los últimos años aquella famosa parábola del camello entrando por el ojo de un aguja un rico no puede entrar en el reino de los cielos ha llevado a los españoles a dejar de ser católicos; nunca a dejar de ser ricos. Por lo tanto, si somos ricos eso del salario mínimo es una ofensa, sea cual sea nuestro trabajo y sea cuál sea nuestro rendimiento en crisis o en la abundancia. Ese fue el anzuelo lanzado por los teólogos de Diaz Ferrán que ahora ven el terreno abonado para hablar del salario justo. Cuando uno va de progre de barra lo más probable es que te pase lo de Venezuela, lo de Cuba o lo de Willy Toledo, o pasarte de católico atacando el salario mínimo sin darse cuenta que así defiendes el salario justo, que es a donde quiere llegar la patronal.

    El salario justo es un invento escolástico frente al salario mínimo. En un magnífico artículo de Jesús Banegas sobre el pensamiento contemporáneo explica que el salario justo se determina igual que los demás precios. El salario mínimo nunca fue bien visto por los católicos de la Escuela de Salamanca, donde se forjaron los economistas españoles escolásticos. El salario mínimo producía injusticias y desempleo, mientras el salario justo estaba en sintonía con las necesidades del individuo, la familia o la sociedad.

    Es una confusión más de las derivadas de querer medir la sociedad de la próxima década con los mismos parámetros que la sociedad de los últimos decenios. Hay que cobrar por productividad, no por antigüedad. Y hay que indiciar los incrementos salariales a incentivos derivados de la competitividad del servicio o producto realizado, no al IPC. Hay poco que repartir y hay que hacerlo con criterios solidarios y eficaces entre quienes aportan o aportaron su trabajo. Ahora bien, si el debate se mantiene sobre los mismos criterios que sostuvieron el paternalismo del franquismo, para este viaje no hacían falta más alforjas. Ya estábamos bien con el Plan de Estabilización.

    Dice George Friedman (Los próximos cien años, destino) que esta parte del Siglo XXI va a estar marcada por un intenso conflicto social entre la cultura dominante en los últimos cincuenta años y la realidad emergente. Ya no vale un salario mínimo, porque a lo mejor se lo das a quien no se lo merece. Vale un salario justo en atención a la aportación del asalariado y sus necesidades reales, no suntuarias. Y que conste que me la sudan los escolásticos.

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