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Per Paco Ventura
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Una función natural

    Hacía tiempo que no me movía por los Organismos Oficiales de nuestra Provincia. Por necesidad, no por defraudación, tuve que acudir a la Consellería d’Hisenda que actualmente tenemos en nuestra vecina y hermana Ciudad de Vila-Real.

    Recibí un trato exquisito desde el mismo momento en que tuve que pasar por el “detector” y, justo es decirlo, a pesar de encontrarme en la Consellería d’Hisenda (lugar temido por mucha gente) a mí me fueron devueltas, sin excepción, todas las pertenencias “detectables” que había depositado en aquella cajita azul que, durante unos segundos, hicieron desaparecer de mi vista.

    La propia guarda jurado que me pasó por el “detector”, me indicó, con toda amabilidad, el camino para llegar al lugar en donde estaban ubicados los funcionarios que debían atenderme.

    Al llegar a la planta primera, después de confirmar mediante preguntas a uno de los funcionarios, que era en aquellas dependencias en donde debía ser atendido, pedí “la vez” por cuanto, a esas horas, ya había varias personas esperando ser atendidas. Mientras esperábamos, una señora solicitó, a uno de los funcionarios que se encontraba cerca de la escalera sentado frente a una pequeña mesa, le indicara el lugar en donde se encontraban los servicios. El funcionario, muy educado, le indicó: “En aquel pasillo de enfrente, la primera puerta a la derecha. Pero espere por cuanto debo acompañarla yo”.

    La mujer quedó sin habla un instante y nos miraba “acojonada”. Al reaccionar lo hizo increpando al funcionario por haberse dirigido a ella con tan “atrevida insinuación” ¿ Por qué debe acompañarme Vd.? ¿Piensa que no puedo ir sola? El funcionario, que ya se había percatado del “miedo” de la señora, le contestó: “Haga Vd. lo que quiera, pero tenga en cuenta que si yo no la acompaño, Vd. sola, no podrá hacer nada”. ¡Madre mía, qué le dijo!

    La señora, más “acojonada” todavía, se pronunció diciendo, ¡Faltaría más! Y caminando rápido, se dirigió hacia la puerta que momentos antes le había indicado el funcionario. Este, sin apenas inmutarse y seguro de que la señora no “se le iba a escapar”, la siguió con paso más bien lento, y guardando una distancia prudencial.

    De pronto, la mujer, sin darse cuenta que el funcionario “la seguía” quedó “clavada” frente a la puerta por cuanto ésta no se podía abrir ¡Estaba cerrada con llave!

    El funcionario, con una sonrisa que no había abandonado en ningún momento, sacó la llave, abrió la puerta y le dijo: “Ya puede pasar señora”.

    La señora respiró con profundidad y se metió en el servicio. Puedo pensar, por el tiempo que permaneció en aquel lugar, que la tranquilidad de ver que sus temores eran infundados y que el “acompañamiento” ofrecido por el bueno del funcionario, lo fue simplemente para cumplir con sus deberes, le soltó el cuerpo, aunque, eso sí, cuando salió, pude comprobar que había recuperado el color.

    Me di cuenta entonces, de lo mal que lo debió pasar aquella señora al interpretar erróneamente el ofrecimiento del funcionario, aunque es lo cierto que a mí no me hubiese importado que una señorita más joven que yo y funcionaria de Hacienda, me hubiese atendido con tanta cordialidad.

    Se la imaginan Vds. diciéndome : “Es la puerta de la derecha, señor, pero espere por cuanto debo acompañarle yo”. ¡Madre mía!

    Por todo ello, y por lo fácil que “me lo pusieron”, prometí al bueno de aquel funcionario que le dedicaría un artículo en mi columna y ¡Vaya por él!

    No obstante a los que se mueven por estos lugares y, en especial a las mujeres, quiero darles un consejo:

    ¡Señora!
    Si le aprieta la vejiga
    y no quiere padecer,
    pregunte usted en Hacienda
    donde se puede meter.
    Encontrará un funcionario
    que atento le ofrecerá
    acompañarla al servicio
    para que pueda mear,
    porque entre otras funciones
    esta es la más natural.

    ¡Moraleja!

    Si por la seguridad
    se cierra hasta el “urinario”
    deberemos de aceptar
    que para poder mear
    nos ayude un funcionario.

    Dedicado al funcionario que con buen criterio y
    de buen grado, aceptó aquella propuesta mía de
    dedicarle un artículo contando lo que le pasó con la señora
    que interpretó erróneamente su ofrecimiento.

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