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Violetas en el jardín

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    Violetas en el jardín- (foto 1)

    Cuando niños, cuando leíamos lecturas instructivas o cuentos de los viejos que era muy a menudo, aún recuerdo el de la reina de las flores. Rezaba más o menos así: Érase un ángel enviado por Dios que bajó a la tierra a nombrar a la reina de las flores. Ya en el jardín y reunidas todas, comenzaron a discutir entre ellas para ver cuál era más bella y fragante. Así que la rosa y el clavel se enzarzaron en disputa, después el gladiolo y la dalia, así todas ellas incluidos los geranios y demás. El ángel paseaba y veía como ninguna se ponía de acuerdo, pero de pronto olió un perfume maravilloso casi divino, preguntó quién era y nadie respondió, al apartar su manto vio a la violeta que estaba pisando y le dijo tímidamente que ese perfume tan sutil y delicado, era suyo. El ángel, la nombró la Reina de las Flores por su perfume y por su humildad,  al no proponerse orgullosamente ni disputar con nadie ser candidata al reinado.

    La “Viola Olorata” ha sido muy común en nuestros huertos hasta hace bien poco. Es una planta que necesita mucha humedad y soporta mal el sol directo, por lo que arraiga en las umbrías. Cuando la villa estaba rodeada de huertos por todas partes antes que el cemento lo tapara todo, las violetas podías verlas y olerlas por doquier. Uno de los enclaves más llamativos era la zona de la Cubanita a ambos márgenes del barranco del Viver, hoy Jardines de la Villa. Aquel barranco que desembocaba las aguas de la gran Balsa de riego, de forma permanente, rodeado de fuentes y escorrentías, era el solar apropiado para esta planta. Toda la carretera de abajo custodiada de grandes plátanos, la Borja, el Sol de l’horta, la Huerta la Vila, todas albergaban esta humilde planta que se extendía como manto tapizado por doquier. Si el amigo lector peina canas, aunque se las tiña, lo entenderá rápidamente.

    La violeta presenta hojas acorazonadas de color verde intenso. Los cinco pétalos exhiben un color morado bellísimo con la particularidad curiosa de tener dos de ellos hacia arriba. De estas flores se extrae una esencia muy apreciada en perfumería, cosmética y medicina, también se utilizan para obtener colorantes y aromas naturales. También su utiliza como remate de platos en la moderna cocina de fusión. Las violetas estuvieron muy presentes en las mitologías griega y romana, en el último caso eran un símbolo de duelo. Para el cristianismo el color violeta se asocia a la penitencia y la humildad de la Cuaresma.

    La violeta puede ser nombre de mujer y por extensión vinculada al mundo de la poesía y del arte. En la primera mitad del siglo XX la película “Violetas Imperiales”, protagonizada por Luis Mariano y Carmen Sevilla, constituyó un éxito notable en el mundo cinematográfico español. En la misma línea “La Violetera” de 1958 con la inefable Sara Montiel y Raf Vallone, basada en un cuplé de José Padilla que rezaba aquello de: “Como aves precursoras de primavera, en Madrid aparecen las violeteras…”esta copla no hace muchos años, se escuchaba tras los grandes cañizos que guardaban los portones de las casas. Pero fue la llorada cantante Cecilia que compuso en 1974 la canción “Un ramito de violetas” la que triunfó soberanamente con una letra que hacía alusión a un marido crapuloso y amante secreto, que cada nueve de noviembre le regalaba un ramito de violetas, como devoción amorosa nunca manifestada. Versión un tanto aflamenclada que también popularizó Manzanita.

    En otro orden de cosas, fueron muchos los poetas que miraron con atención a las violetas para plasmarlas en sus versos, Gustavo A. Bécquer, Rafael Alberti, Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Manuel Acuña, Rosalía de Castro, Medardo Silva, José Martí, Amado Nervo, García Lorca, Antonio Machado, etc. la mirada del poeta siempre suele ser tierna y sensible, máxime hacia esta diminuta flor que exhala un perfume tan profundo y exquisito.

    Pero por estos lares corren malos tiempos para las violetas, para su cultivo y su simbología. Llueve poco o casi nada, luego los humedales propios de esta especie umbrosa son escasos. Sus espacios naturales son depredados por el urbanismo rampante que se asienta sobre viejas huertas años ya estériles, que en su día albergaron cosechas ubérrimas de frutos y flores desaparecidos. Y en cuanto a la simbología, hoy ya no se nombraría a la violeta como reina de las flores por su humildad, sería la rosa roja pasión, o la orquídea o vaya usted a saber si hay alguna más pomposa y llamativa. En la sociedad del pelotazo, lo inmediato, el griterío, el sectarismo, la telebasura y el césped artificial ya no deja espacios vírgenes ni mimados para esta humilde planta, de flores violáceas y perfume embriagador que ha cautivado a tantas almas sensibles a través de la historia.

    A mí, sinceramente, me gustaría enormemente escribir crónicas en positivo y recrearme en la satisfacción de poder reposar unos instantes sobre un manto de violetas en un huerto cercano, que alguna vez de niño he llegado a hacerlo de forma inconsciente y sin poder saborear aquella pequeña maravilla extendida y hace muchos años, a nuestro alcance. Como tantas otras cosas perdidas, que quizás por eso hoy las recordamos con ahínco y evocación. Pero es lo que hay, y no más. Y puestos en materia violeteril, la gran duda, nunca sabremos quien la escribía versos, ni quien, cada nueve de noviembre y como siempre sin tarjeta, le regalaba un ramito de violetas. “Flores sunt oculi Dei”

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