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Per Vicent Albaro
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Las perdices de la abierta

    Andan los cazadores en estos días tras la perdiz roja, como pieza reina de la caza menor. Van los aficionados por ese monte denso de coscoja y áspero de aliagas punzantes, escopeta en mano, con su fiel perro de muestra a la búsqueda y encuentro soñado con la ruda gallinácea, para que le enerve el corazón en un lance épico, al que todo aficionado ansía. Pero lo cierto es que esos miles de cazadores se han encontrado con poca perdigana y un calor de agobio insoportable.

    He tenido oportunidad de conocer a través de mi hijo, el desaliento de un grupo veinteañero de cazadores que andan tras las perdices. A esa edad, es muy común andar tras cualquier cosa, pero como estamos en plan cinegético, con buenas piernas perseguir un bando de patirrojas representa una emoción inenarrable para los aficionados a esta modalidad de caza. Se quejaban los mozos de la escasa población de aves, y de lo intransitable del campo. Una densa y tupida maraña de restos de quemas, trenzada con arbustos hirientes de crecimiento rápido, que representan una dificultad añadida al paso de por sí ya complicado, lo que hace imposible transitar por un monte abancalado de siglos, con pronunciadas pendientes que quitan el aliento, y al mismo tiempo, segmentado de profundos barrancos de inhóspito y peligroso acceso. Y es que el monte está abandonado y es más, saturado de masa vegetal combustible y seca, a la espera de un Nerón loco y pirómano o un accidente fortuito, para que un pavoroso incendio lo chamusque todo y vuelvan hidroaviones y brigadas forestales a salir en la prensa y el telediario.

    Nuestros montes no tienen solución, más allá de los vividores del prismático, las sendas excursionistas de moda, o las pistas para los paseantes a motor y las BTT. Nuestro monte está condenado al fuego y a la esterilidad por el abandono de todos. De los particulares y de las administraciones públicas. Quedan pocos agricultores y los masoveros se extinguieron hace décadas. El abandono de los cultivos de secano por improductivos, han convertido en un erial nuestros campos, donde imperan especies inéditas hasta hace unos años, como el jabalí y la cabra montés, que acaban por desalentar a los pocos agricultores montaraces que quedan, ante la inutilidad de sus quejas por los desastres que generan estas especies. Los jabalíes liquidan en una noche huertas y frutales. Desgajan ramas para comer los frutos del almendro por ejemplo, destrozando su porte si es adulto, o matándolo si es plantón. Las cabras escalan los troncos de frutales y ramonean brotes y ramas, desarbolándolos, cegando su crecimiento y aniquilando la cosecha. Así que estas manadas de cabras, extra protegidas por intereses “Disney factory”, pululan a su aire arrasándolo todo. Hablen con viejos agricultores de nuestro interior, esos que cuando ven volar avionetas sentencian el fuego, y cuando advierten un coche oficial, fruncen el ceño con semblante escéptico.

    Volviendo a las perdices y a los jóvenes cazadores, que jamás vieron las fincas trabajadas y la vida rural que nosotros conocimos, sólo se me ocurre decirles que pocas perdices viven entre tupidas aliagas de dos metros. Que las especies cazables no las esquilma ningún cazador, por más que se ufanen en pregonarlo los subvencionados ecologistas sandía, sino la pérdida de su hábitat natural. ¿Y cual es el entorno de la Alectoris rufa o perdiz roja?. El mismo de siempre, ese que pateamos a diario pero domesticado por el hombre. Los cultivos de siempre en los campos de siempre, hoy desaparecidos. Como escribe la deliciosa pluma del maestro Delibes, la perdiz necesita laboreo y cereal. Mi abuelo también lo decía y jamás fue premio Cervantes, de ahí la grandeza del escritor vallisoletano.

    Lábrense campos yermos y siembren cereal, trigos, avenas y centenos. La tierra removida genera vida animal, insectos en brotes tiernos y toda clase de especies vegetales como dientes de león y jaramagos. No solo criarán perdices en abundancia sino que volverán los escribanos y trigueros, las alondras, terreras y totovías; y en el interior a más de mil metros, se recuperarán los pardillos y verdecillos. Lábrese con ufana labor, airéese la noble tierra hasta esponjarla, para que la lluvia penetre en sazón y no la erosione en sangrías de aguaceros.

    Y si los jóvenes cazadores quieren disfrutar de esas perdices, acudan a los viejos del lugar y pídanles que les localicen fuentes, manantiales, pequeños aljibes de intrincado acceso y olvidados. Será necesario desbrozar, limpiar y sanear para que el agua fluya nueva por los bancales y brille en destellos a la luz del sol. Y donde no haya esta riqueza líquida, trabajen haciendo bebederos artificiales para que la fauna sobreviva a los ardores tórridos del verano.

    Porque queridos jóvenes amigos, si queréis perdices para la abierta, tendréis que ganarlas con vuestro sudor. No son gratis, como tampoco lo son esas de pega, las de granja, que os sueltan las sociedades a modo de maná para taparos la boca, con animales sin fuerza ni instinto, que da pena abatir. El pollo aún está barato. Y no esperéis que esto lo hagan los ecologistas, esos están para achacaros todos los males del mundo y señalaros con el dedo para acusaros y haceros culpables de la extinción de especies. No os extrañe, de eso viven. De amedrentar al personal analfabeto de campo. De buscar culpables que les justifiquen las millonadas que cobran de las administraciones (dineros de todos), autoproclamándose salvadores. Y os lo digo, no son salvadores de nada, pero lo hacen creer a los ingenuos que se lo tragan todo.

    Amigos de mi hijo y cazadores, a él se lo he contado, ahora os lo cuento a vosotros. No hay fórmulas mágicas recordadlo, si queréis perdices aplicad la máxima: Laboreo y cereal. Si queréis zorzales: Olivos y viñas. Si queréis fringílidos: cardos y jaramagos. Lo otro, ensoñaciones vanas y lamentos inútiles, debéis pasar a la acción y hacer pasar a aquellos, a los que pagáis vuestros dineros, para que las perdices vuelen bajo los pies, con bravura y emoción el día de la abierta.

    Mientras los campos estén arruinados y perdidos, mientras los pinares anárquicos lo devoren todo, mientras las aliagas sean dueñas y señoras del yermo dominante, mis jóvenes amigos… no veréis ni una triste curruca revolar por los campos.

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    comentaris 2 comentaris
    Vicent Albaro
    Vicent Albaro
    14/10/2011 10:10
    El camp perdut

    Efectivament Vicent tens raó, l'esbarzer es més perillós que l'argelaga. S'agarra et puntxa, et talla i no pots llevar-te'l de damunt. Però aquest parent dels rosers, fa fruits saborosos per a l'home i els ocells. Milers de busqueres, capnegrets, pitrojos i altres, sobreviuen de vegades gràcies, a les dolces mores de l'esbarzer. I tens raó al dir que caminar per sendes emboscades en cacera porta el seu risc, encara que no conec cap cas d'accident per aixó al nostre terme.

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