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Per Vicent Albaro
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Malos humos

    Había un tiempo en que el humo de las alfarerías se adentraba por las calles de mi pueblo con un olor de plantas medicinales, perfumando las adustas casas de labranza. Era el viento de levante, que en otoño, empujaba las humaredas de los hornos morunos formando una densa niebla otoñal a ras de suelo, preludio de lluvias, zorzales y dulce de membrillo. Aquellos hornos árabes se alimentaban de “malea”, curiosa definición para nuestro rústico sotobosque, que contempla un anárquico aglomerado que va desde la punzante aliaga, la coscoja con sus hojas rizadas y quisquillosas, hasta el romero gentil y oloroso. Esa humareda pregonaba a gritos nebulosos, el nacimiento de nuevos y necesarios utensilios domésticos: cántaros, jícaras, lebrillos, tinajas, botijos y demás utensilios domésticos tan útiles como necesarios, en un tiempo donde no había casi de nada, pero todos vivían con lo que hoy nos parece imposible subsistir. Aquella perfumada humareda que aún he conocido, era riqueza y aportación económica para los lugareños en un oficio tan viejo como el tiempo.

    Años más tarde, los humos se alzaron en airosas chimeneas de las primeras fábricas de azulejos. Los primeros fabricantes pugnaban en su altura para demostrar la supremacía al competidor, insertando casi en la cúspide del monolito, la rotulación de la firma como un desafío intemporal de orgullo y poder. El combustible utilizado era el mismo que el de los alfares, por ello una legión de cortadores de “malea” daban trabajo a una ingente mano de obra, abastecían de combustible barato y al alcance de la mano a aquella próspera, aunque modesta industria, y mientras se limpiaban los montes huérfanos de los pavorosos incendios de hoy, sustituidos por pequeñas y controladas combustiones diarias que daban jornales y pan. Hornos de pasajes, túneles, monoestratos pasaron de la modesta “malea” al fuel-oil, al propano y hoy en día, al gas natural proveniente de Argelia, monopolizado por el gobierno que sube los precios en función del derroche y despilfarro patrio rampante, o los humores del dueño de la llave de paso al otro lado del mar Mediterráneo.

    La revolución industrial trajo bienestar y riqueza, prosperidad y cambio de hábitos. Los más llamativos y relativos a costumbres capitalinas, la transformación arquitectónica de sus edificios y el abandono de la vida agraria, dedicándose con total exclusividad a la producción cerámica y servicios derivados. El abandono del mundo rural por improductivo y sacrificado, ha supuesto también la muerte de toda la cultura aneja, por lo que el campo no supone, hoy por hoy, ninguna salida económica como no sea la virtuosidad lírica o la autarquía romántica de supervivencia.

    Durante la expansión industrial con el incremento del tejido productivo empresarial, por ignorancia, desconocimiento o mala fe, no se cuidó el entorno natural ni se reinvirtieron los pingues beneficios de la época en acondicionar el entorno destruido y transformado durante décadas. Las empresas, incluso la misma población se convirtieron en un panal de rica miel, a la que acudieron todo tipo de gentes hambrientas de ganancias económicas, pero que no aportaron demasiado a la localidad, sino más bien explotaban los recursos locales para invertir los beneficios fuera. Como decía un conocido mío, a Alcora se viene a ganar dinero pero no a vivir. Esa era la realidad y que contagió a los mismos lugareños, que por oportunidad o esnobismo, apostaron por invertir segundas residencias fuera del término municipal en un afán escapista del maltrecho entorno. Mientras la máquina de hacer billetes con la cerámica se cebaba con el entorno, todos se beneficiaban de esa bonanza desde el Estado con sus jugosos impuestos, hasta los desaprensivos que explotaron hasta el agotamiento el invento, abandonando después el lugar para parasitar en otro sitio.

    Mientras el sentimiento de abandono y explotación, prendía cada vez más en las mentes más lúcidas que veían cómo se abandonaba inerte y desahuciada aquella mina de oro de años precedentes, que naufragaba en una crisis tan dramática como inesperada. La industria está hoy en su mayoría destartalada, y es incompetente ante nefastas políticas de importación extranjera y por añadidura víctima de una recesión del consumo brutal, que amenaza con no dejar títere con cabeza si no se pone remedio y sigue encaminada hacia el desastre total. La consecuencia de la situación es un paro nunca antes conocido, que abarca desde los más jóvenes y preparados, hasta los mayores con experiencia que han perdido, ya no un puesto de trabajo, sino una posibilidad real de aplicar su oficio de toda la vida. Cuando mentas una teórica salida profesional al campo, suele aparecer la inmediata pregunta, pero ¿A qué campo y qué cultivo?. Con lo cual, la sensación de agotamiento de ciclo y percepción de angustia, es general.

    Con la industria a medio gas, el mundo rural abandonado e improductivo, con esa sensación de pesimismo y derrota generalizada, aparece de nuevo el fantasma de la contaminación, a tenor de la ubicación de una incineradora de residuos tóxicos y peligrosos a tan solo tres kilómetros del casco urbano, e insertada en pleno polígono industrial. Es como la guinda del despropósito para una población en decadencia y alrededores. Creo que nadie en su sano juicio puede estar de acuerdo con esta instalación. Los problemas derivados de esa actividad son insalubres para las personas y afecta en el deterioro de la salud y por lo tanto merma la calidad de vida. Los mesías anti incineradora, no se si exageran en sus proclamas o no, pero es que da lo mismo. Este sufrido pueblo, ya no puede aguantar más sangrías sin el lacerante peligro de perecer. Esta instalación –en el caso de ejecutarla-, supone la carta de defunción de la población. Esta ciudad ha sido siempre muy solidaria con el resto de sus compatriotas. Ha dado infinitamente más de lo recibido y durante muchos lustros. No se merece una dosis letal de cicuta para su jubilación.

    De momento, la algarabía y el malhumor están desatados. Unos se manifiestan con ardor, otros callan y asienten. Los indiferentes son unos inconscientes. Los menos están a favor, un jornal es un jornal, aunque sea a precio de la destrucción ambiental. De ahí que la quiebra social está servida más tarde que pronto. Es pintoresco el fotograma de políticos conservadores, junto a los de izquierda con puño en alto coreando casposas proclamas detrás de una pancarta. Pronto brillarán los cuchillos a la luz de la luna en reyerta de intereses espúreos. Entre todos la mataron y ella sola se murió. Qué sabio es el refranero.

     

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