elperiodic.com
SELECCIONA IDIOMA
Castellano
Per Vicent Albaro
Camins de l´Alcora - RSS

Fantasmas de un pueblo

    FOTOS
    Fantasmas de un pueblo- (foto 1)

    No sé si es una percepción mía, o si imbuido por la largura anómala de la pandemia que nos desquicia a todos, nos hace ver fantasmas donde no los hay. No sé a qué es debido, pero concibo con una terca sensación de amargura, que mi pueblo se muere. Insisto, que quizás sea una personal visión de la realidad. En definitiva, todos nos tenemos que morir algún día. Y según el índice de la España Vaciada, ya hay muchos pueblos fenecidos por la ancha piel de toro. Lo que ocurre, es que esa decrepitud no se refiere al vaciado vecinal, que a la postre es, una huida, la que cierra las puertas de las casas y convierte a un conglomerado vital y cálido, en un enclave ruinoso, frío y preñado de cochambres. Como sueles atisbar por cualquier núcleo de masías cercanas, abandonadas en los años sesenta y jamás recuperadas. Ya sé que algún nostálgico las trajina, y pregona por las redes sus virtudes de vez en cuando, pero es una añoranza más de las muchas que jamás volverán, mal que nos pese.

    Cuando digo que mi pueblo se muere no me refiero a eso. Sino a algo más profundo e intangible. A esas cosas que casi nadie parece ver. Porque para verlas, se precisa una mirada especial, sensible y educada para ello. Educada en tiempo y forma, lejana a la superficialidad y banal avidez del momento. Todo se quiere para ya, o no sirve. Y hay cosas que necesitan de la parsimoniosa lentitud del tiempo. Y esas florituras son hoy por hoy, un lujo al alcance de bien pocos. Mi pueblo se muere. No porque la mayoría de sus casas del casco viejo estén en venta. O porque la pandemia lo ha sangrado, y expulsado a sus vecinos a los masets y casetas de campo, huyendo del contagio del Covid19. O porque las poblaciones vecinas nos han vaciado de las empresas cerámicas, -otrora motor y envidia de propios y extraños-, y tampoco porque la actividad cerámica a nivel local, está en franca decadencia. No, no es por eso. Podría serlo, ya que es un síntoma, pero no lo es.   

    Con las calles vacías y los bares cerrados, todo es un cúmulo de áspera verdad inyectada en la fantasía de una soledad interior. Hay que prodigarse para matar el vacío que nos corroe por dentro. ¿Y es necesario? Claro que sí. Somos seres sociales y necesitamos de la relación para seguir vivos. Pero también de la intimidad para reconocernos en ella. No es bueno abusar de ninguna de las dos. Y la pandemia está decantando demasiado la balanza hacia el aislamiento, y casi nadie está preparado para aguantarlo. La ventana lo suple todo, la ventana de las ondas televisivas, donde muchos marionetistas, conscientes de esa debilidad y perfectamente organizados, ya manipulan con descaro, las mentes enfermizas por la soledad y el aislamiento.

    Cuando digo que mi pueblo se muere, no me refiero a que no se programen o hagan multitud de actos por asociaciones de todo tipo, que las hay y muchas. Existe una especie de rivalidad competitiva por hacer cosas y más cosas. Es precisamente en ese capítulo donde más euforia existe, acunado desde las instituciones públicas en un sentido patriarcal, no exento de pago final en especias. Tampoco es la frenética maquinaria oficial, que se mueve con proyectos casi insondables y que esperemos sean de feliz término, para el bien común y sin demasiado coste impositivo. No me refiero a nada de eso.

    Mi anatomía va al interior de las personas que habitan mi pueblo. Que no son las casas, ni las calles, ni monumentos más o menos señeros. Los pueblos y ciudades los hacen sus gentes. Buenas, regulares o malas, y todas juntas. Y ya llevo demasiado tiempo observando que todo se ha convertido en un estrafalario Gran Hermano. Todos hurgando en la vida de todos, abandonando la constructiva superación de la propia. Todos opinando sin elementos de juicio exactos, sentenciando de oídas, lacerando a otros sin piedad ni misericordia. ¿Qué será esto, aún se preguntará alguno? Las redes sociales han significado dar voz a quienes, a veces, más deberían estar callados. Y no por imposición de nadie, sino por convicción y propio recato, honestidad y coherencia. 

    La virtud ha huido por los cerros de Torremundo a no se sabe dónde. Las gentes con sensato criterio, han enmudecido o están ausentes. Alguno, escaso, en plan héroe de la Ilíada, de vez en cuando y solo de vez en cuando, alza la voz en plan Aquiles, pero se diluye en la maraña del encontronazo. La chabacanería y griterío rampantes. Cortesanos aduladores por doquier, prestos a servir de domados criados. Los héroes viven poco y reinan muy jóvenes en los camposantos. Es preferible vivir disimulando, y a ser posible congraciado con todos, por si acaso. Candidato certero al nobel de hipocresía, pues no se puede servir a Dios ni al Diablo.

    Temo por esa virtud muerta, ese arrojo impetuoso consustancial perdido. Ese sacrificado don, de salir para delante a pesar de todo y de todos. Esa vida espartana y sufrida que nos hizo grandes durante algún tiempo. Y ahora,  empeñados en reconstruirlo en un escenario. Algo es algo. Salgo lo justo de casa, pero salgo. Y cuando aparto la mirada de mis olivos centenarios, con sus grisáceas ramas ondulantes a la brisa,  me fijo en mi pueblo. Y no puedo remediárlo, lo veo como esa mansión decadente y oscura, que se eleva por encima de los tejados ocráceos. Con su portón ancho y escudo heráldico. Salas cerradas con muebles cubiertos de vaporosas y polvorientas sábanas. Relojes de péndulo parados en un determinado tiempo. Cocinas mohosas y chimeneas tiznadas con cenizas frías. Densas cortinas que matan la luz y oscurecen las estancias. Camas con doseles de otro tiempo, armarios con papeles desordenados y percheros inútiles, como las estanterías vacías de provisiones. Cuadros de antaño, fotografías en blanco y negro. Un lugar perfecto,  para que pululen los fantasmas del pasado.

    ¿En esas estamos? Pues si a ello nos atenemos, sería bueno recordar lo aguerridos y pioneros que fueron aquellos antepasados. Sí, esos ya fantasmas, los que de la nada levantaron un oasis para ganarse el pan y vivir decentemente. Los que pululan por esa casona imaginaria antes citada. ¿Vamos a recuperar su decorado, su hábitat? ¡Adelante! Pero si no somos capaces de revivir su espíritu, esto va a ser otra historia de perdedores. Otro sonado fracaso. Y ya van unos cuantos.

    Y cómo recuperar ese espíritu narrado. Cuando se esfuman los ánimos, siempre piensas en tus seres queridos, y máxime en los que ya desaparecieron. Piensa por un momento, que no están muertos, que viven en ti. Su carne, su sangre, su brío, su sacrificio y desvelos, son tuyos también. Heredamos su adn, sus virtudes, vicios y pasiones, somos sangre de su sangre, nuestros antepasados se han transformado en nosotros. Nos guste más o menos, somos su proyección a la vida, como nuestros hijos lo son a la nuestra. Si ellos, sin medios ni el conocimiento y oportunidades de ahora, fueron capaces de hacer algo grande. ¿Por qué nosotros, no? ¿Qué nos lo impide? Un interrogante de libro, pero asumo la certeza de que querer es poder. Y ellos quisieron y pudieron. Un pueblo no se muere, si sus gentes pierden el miedo, sacan el genio escondido, se unen y convierten la derrota en victoria.

    Creo que me he pasado con este escrito.  No me hagáis mucho caso, “los tabacos” a veces somos gente rara. 

    Elperiodic.com ofereix aquest espai perquè els columnistes puguen exercir eficaçment el seu dret a la llibertat d'expressió. En ell es publicaran articles, opinions o crítiques dels quals són responsables els mateixos autors en tant dirigeixen la seua pròpia línia editorial. Des d'Elperiodic.com no podem garantir la veracitat de la informació proporcionada pels autors i no ens fem responsables de les possibles conseqüències derivades de la seua publicació, sent exclusivament responsabilitat dels propis columnistes.
    Pujar