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Per Vicent Albaro
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Abriendo sendas

    Treinta y siete tacos de mi vida, treinta y siete que se dice pronto, y sin interrupción. O mejor dicho, unas veces con más intensidad y otras menos, pero siempre ahí, dando la lata. Ocupándome y preocupándome de lo que no le interesaba (entonces) a casi nadie. En aquel tiempo, un servidor estaba ahí, al pie del cañón. Hoy lo sigo estando pero menos, la edad no perdona. Este pueblo era un solar, donde se ganaba pasta gansa en las fábricas siendo un humano corriente. Los viejos ahorraban, nunca se vieron en mejores horas. Los jóvenes gastaban en caros caprichos, fardando de nuevos ricos. Aquel era un pueblo próspero y bendecido por la fortuna, trabajando el barro como nadie y echando horas como ninguno. Hoy aquello es historia, y la miseria llama a la puerta como nueva y apestosa plaga.

    Lo dí todo o casi todo a cambio de nada. En cada rincón y esquina de este pueblo, hay un jirón de mi piel allí pegado. Una gota de sudor amargo, cual meada de perro marcando territorio sin saberlo. Un fervor sincero inundaba aquel frenesí incansable, decidido, inocente, afable y abierto. Pero me olvidé que estaba en mi pueblo, ignoré su principal defecto, las consecuencias a tanto “desafío” en esta España enferma de por vida. Sucia de rencor y de envidia, cobarde hasta la médula. La del por qué él si, y yo no; la que desprecia en su ignorancia y odia al que envidia. La que se retuerce en la cama pensando cómo pasar cuentas; la que solo se aquieta cuando toca billetes y poder, o se recrea viendo pasar el cortejo fúnebre del vecino, del que codicia la casa, el todoterreno, la mujer, la hacienda y el mejor parecido.

    Nadie dijo que fuera fácil, como tampoco nadie me enseñó que las oportunidades estaban en uno mismo, y no en los otros. Tuve que descubrirlo solo. Esos otros que te harían primero el rendibú, para joderte inmediatamente después. El mérito fue dar primero y abrir senda, el error fue no marcar territorio con muchas meadas no de perro, sino de lobo. Y han venido otros a mearse en mis reales sitios con profusas micciones, retransmitidas en directo y a todo color. Han ido borrando mis marcas a fuerza de meadas cada vez más malolientes y apestosas. Algunas de ellas, las que fueron labradas a cincel con manos encalladas, son tan profundas, que no han podido aniquilarlas sin que corriera peligro de derrumbe la pilastra y hasta el edificio entero, y eso les jode un huevo.

    Después llegó el frenesí munícipe, orgía de trabajos mal pagados y navajazos al alba. Aquí aprendí aquello de: “Cuerpo a tierra que disparan los míos”. Y ojo, que estos tiran a dar. A punto de finalizar voluntariamente, cuatro años de aquelarre, me miré en mis adentros para devolverme la sonrisa perdida, y endulzar la mala leche. Saborear la alegría de distanciarme de tanto borrego, y artista de sonrisa falsa. Y descojonarme, antes de que cualquier hijodeputa, pudiera fruncirme el ceño con el insulto, el desdén o el trato mezquino al que me ha condenado la secta ex gubernativa de barricada, que robó el poder y la identidad a sus colegas y mis nobles rivales de legislatura.

    Su regodeo de injurias y calumnias, cebado y proclamado, a raíz del desastre económico primero personal, hoy general y peligrosamente dramático. Fue un demérito, una victoria jaleada sin batallar. Pero mi candidez y ensoñación lírica, se habían perdido por el sumidero de un sucio retrete. De rodillas y mirando alrededor, pasé lista a todo aquello que me había ocupado y preocupado tantos lustros. Nada, todo vacío. La madurez me había llegado con un sonoro y repentino bofetón, un sopapo en público, de esos que marcan; una brutal caída del caballo con arrastre del pie al estribo, tan dolorosa como imprevista. La vida volvía a enseñarme que los malvados con sus insultos, con sus ninguneos, sus tragedias y sus reglas implacables, me despertaban del letargo. Los golpes habían precipitado y acrecentado mi ensoñada lucidez. Las lágrimas habían regado mi alma, y volví a los sabios, a los libros, a las escasas y reparadoras confidencias de quien menos esperas; al silencio y al recogimiento. A la entrega a la Fe incólume, mientras afuera rugía la marabunta en soflamas orgiásticas de honor y sangre, oyendo una voz profunda que me impedía desenfundar la espada.

    Ahora, meones de esquina, os miro y remiro y me dais pena. Lanzáis el cubilete a un pozo seco. Sequedad, que vosotros mismos propiciasteis en egoísta voracidad, y os revolcáis en el barro maloliente, aplaudidos por analfabetos desorientados y pelotas convulsivos. Sois pasto de grandilocuencias baratas, en manos de demagogos sin escrúpulos, jaleados por una masa inerte que busca su minuto de gloria.

    Yo por mi parte, seguiré en la brega. Admirando a la gente de dormir inquieto y viva, que le quita el sueño a los altivos con vara de mando, y a los carneros que les sirven y los encumbran. En definitiva, con la humilde azada en mano, seguir abriendo sendas.

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    comentaris 2 comentaris
    Vicent Albaro
    Vicent Albaro
    13/09/2011 10:09
    Humana debilitat

    Estimat Vicent, desde la diferència ideològica, pero amb el més profond respecte humá i veinal, com deu ésser, i per qué no dir-ho, admiració pel teu talant, cal dir te que soc de carn i os. Que darrere de un semblant adust i tal vegada seriós, hi ha un cor sensible que estima, plora, sangra i riu, i també s'equivoca. Se que no es el llenguatge utilitzat més adient, peró de vegades cal podar l'arbre ben fondo, per a que no es morga. I no voldria passar a la nòmina dels bandejats solitaris, que ja n'hi han massa malauradament, i tots son necessaris per millorar-sense massa pretencions-, el mon que ens toca viure. T'agradeixo, ben de veres, la teua consideració. No es gens fàcil despullar-se.

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