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Castellón a los ojos de Pío Baroja: “La iglesia la han pintado de una manera loca”

Castellón a los ojos de Pío Baroja: “La iglesia la han pintado de una manera loca”
  • De Valencia dijo que le parecía "repugnante" y el "pueblo más antipático de toda España"

El escritor vasco Pío Baroja, referente de la Generación del 98, está volviendo a dar que hablar en el siglo XXI, pero no por uno de sus libros, sino por una conversación privada con un amigo.

Y es que se ha viralizado una carta que el guipuzcoano envió en 1902 a su compañero de profesión Azorín en la que contaba las vivencias de su paso por Valencia y Castellón.

La misiva se encuentra expuesta en la sala de la Fundación Caja Mediterráneo de Monóvar. En ella se puede leer un texto en el que cuenta que la capital del Turia le parecía "repugnante" y el "pueblo más antipático de toda España".

Hay que recordar que Pío Baroja estudió medicina en el cap i casal, donde vivió algunos años y visitó Castellón en varias ocasiones, donde su padre trabajaba de ingeniero de minas.

"Encontré Valencia tan repugnante como me parecía cuando tuve la desgracia de padecerla dos años y medio", explica el autor de Zalacaín el aventurero o El árbol de la ciencia, que posteriormente se desplaza hasta Castelló de la Plana.

Un viaje “latoso hasta la exageración” en el que estuvo acompañado de "una serie de conversaciones entre gentes de Gandia, Jativa y Bocayrente" donde "las mujeres eran las que llevaban la voz cantante” y criticaban a los jesuitas como “Mala chens, mala gente".

Ya en Castellón, según se explica en su misiva, se aloja en la casa de un amigo en la calle Mayor, 37, "al lado de un balcón con muchos tiestos".

Calle Mayor, 37 en la actualidad

Muy cerca de esta vivienda se encuentra la actual concatedral de Santa María (hoy reconstruida). "Hay una iglesia gótica estropeada, que la han pintado de una manera loca”, incluso “todas las columnas y capiteles" por lo que "no hay sitio para poner en la pared la punta de un alfiler".

"Esta maravilla la hizo en unos cuantos años un pintor valenciano", expresa el guipuzcoano respecto a la antigua iglesia de Santa María. Y es que el templo original, del siglo XVI y estilo gótico, estaba todo pintado en su interior, a diferencia del actual, reconstruido en la posguerra y de estilo más sobrio, con la piedra blanca a la vista.

La antigua Santa María poco antes del derribo. Foto: Archivo de la Diputación
La antigua Santa María poco antes del derribo. Foto: Archivo de la Diputación

En uno de sus libros, Camino de Perfección, ya da cuenta de cómo era la ciudad en aquellos días: “El pueblo es grande. Cuando llegué, las calles estaban inundadas de sol, reverberaban vívida claridad las casas blancas, amarillas, azules, continuadas por tapias y paredones que limitan huertas y corrales”.

“Se sentía en todo el pueblo un enorme silencio, interrumpido solamente por el cacareo de algún gallo. El pueblo está silencioso, las casas, con sus persianas verdes y sus ventanas y puertas cerradas, parecen abstraídas en perezosas meditaciones. De vez en cuando pasan algunas palomas, haciendo zumbar el aire ligeramente y con gracia con sus alas”, describe.

Un pueblo tranquilo, de 3.300 casas en aquel momento dentro de las murallas levantadas por las guerras carlistas y que, en aquel momento “se iban desmoronando lentamente”. Hoy solo quedan como testigo el trazado que se mantiene en pie en la plaza de la Muralla Liberal.

Una ciudad, escribe, de “49 calles, rectas, anchas y muy llanas, sin empedrar, con buenas aceras de noche alumbradas con reverberos al estilo moderno”.

 

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