Este domingo 12 de febrero se cumple un año de la llegada del obispo D. José lgnacio Munilla a la Diócesis de Orihuela-Alicante
“A día de hoy, me siento plenamente en casa, con el único proyecto de darme y desgastarme al servicio de cuantos conformáis esta diócesis oriolana-alicantina”
“Tengo que comenzar diciendo que estoy admirado, impactado y conmovido, al ver la acogida que esta Diócesis ofrece al pastor que llega en nombre de Cristo. Y soy muy consciente de esto último, que esta acogida se la hacéis a Cristo, a quien represento ante vosotros”. Con estas primeras palabras se dirigía Monseñor José Ignacio Munilla a los numerosos fieles congregados en la Catedral de Orihuela hace un año. Y es que precisamente este domingo 12 de febrero se cumple el primer aniversario de su toma de posesión como obispo de la Diócesis de Orihuela-Alicante.
“Al cumplirse un año del inicio de mi ministerio como obispo de nuestra Diócesis de Orihuela-Alicante, siento una necesidad imperiosa de expresaros mi gratitud por la acogida que estoy recibiendo de todos vosotros” afirma Monseñor Munilla en una carta de agradecimiento que ha escrito dirigida a todos sus diocesanos. “Quiero deciros que, a día de hoy, me siento plenamente “en casa”, con el único proyecto de darme y desgastarme al servicio de cuantos conformáis esta diócesis oriolana-alicantina” añade en la misma.
Han sido unos primeros doce meses muy intensos en los que el nuevo prelado de Orihuela-Alicante ha podido conocer muchas de las realidades diocesanas pero también empezar a impulsar cambios, centrados principalmente en la vocación evangelizadora, con la creación de la llamada Vicaría de Evangelización.
“No creo haber vivido en mis 61 años de vida un tiempo tan intenso como el de estos doce primeros meses. Aún así, hay todavía muchas realidades diocesanas que no he llegado a conocer. ¡Somos una Diócesis muy grande!” afirma el obispo Munilla en este primer aniversario de su llegada.
A su parecer los retos más inmediatos son la perseverancia y la importancia de testimoniar el amor hacia los más débiles. “Y, por último, estamos llamados a vivir sin instalarnos, en estado permanente de conversión, tanto personal como pastoral, manteniendo una necesaria capacidad crítica ante la crisis contemporánea” concluye.
