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Por Miguel Bataller
Columna de Michel - RSS

Desde la cara oculta de la luna

    Me siento tan decepcionado cada día, de cómo se hacen las cosas en el mundo, que por momento me  expatriaría de este mundo, para vivir mis sueños en otro muy diferente.

    A veces desearía irme a vivir a esa cara oculta de la Luna, a ese “mundo feliz” que cada uno intenta imaginarse, cuando se cansa de ver, que ya nada en nuestro mundo se corresponde a todo lo que se nos inculcó de adolescentes y jóvenes.

    Aquellos valores en los que fuimos educados, dejaron de tener la menor importancia para las nuevas generaciones y conceptos como la bondad, la solidaridad, el amor al prójimo, la responsabilidad, el respeto a los mayores, el derecho a la vida y aceptar nuestros errores humanos y sus consecuencias cuando los cometemos, han pasado a un segundo plano, sin que a nadie le chirríe la voz de su conciencia.

    A veces pienso que nos hemos deshumanizado y vivimos víctimas de nuestros egoísmos, en una carrera sin fin en busca de todo aquello que creemos que nos va a llenar de felicidad, sin percatarnos de que la felicidad de cada uno la encontraremos mucho más fácilmente, en aquellas cosas que dependen de nosotros mismos, de nuestros sentimientos y de la forma de vivirlos, de todas las cosas que no valoramos cuando las tenemos y sin embargo nos sumergen en una profunda tristeza, cuando el paso del tiempo nos priva de ellas.

    No sabemos comprender, que disfruta mucho más del amor (de toda clase de amor) el que lo da,  que el que no sabe recibirlo ni apreciar lo que recibe.

    Ahora me doy cuenta de que amé profundamente a mis padres, pero no estoy seguro de que supiera hacérselo sentir a ellos con la misma intensidad con la que ahora que les he perdido, estoy viviendo aquel amor que les di.

    Tampoco yo lo percibía exactamente igual de ellos, porque cada uno de ellos me amó, me cuidó y me educó lo mejor que supo hacerlo y sin embargo para mi aquel amor no era interpretado como un regalo, sino poco menos que como una obligación.

    Me crié en un entorno familiar muy amplio, con mis padres, mi hermano, mis abuelos, mis tíos y primos, tanto paternos habitualmente, como maternos en períodos vacacionales, en los que la unidad familiar se multiplicaba y todo era de todos.

    No había televisiones, ni redes sociales, ni teléfonos móviles que distrajeran nuestra atención cuando estábamos juntos y nunca olvidaré nuestras tertulias familiares alrededor del hallar en invierno, donde niños y mayores charlábamos y opinábamos de lo divino y lo humano siempre entre sonrisas y una felicidad natural basada en cosas tan elementales como la vida diaria, nuestra evolución escolar, la economía familiar que se sufría mirando al cielo, por si llovía o granizaba, por si se helaban las naranjas que eran el complemento imprescindible para nuestra educación y formación cuando terminamos el bachiller, pero sin “necesitar ni exigir” nada extraordinario, porque desde muy jóvenes sabíamos que nunca se podía estirar el brazo mas allá de donde nos cubría la manga de una economía limitada.

    Como mucho un “balón de cuero” para Reyes, una merienda con los primos y algún amiguito del vecindario para nuestro santo y unas estrenas de unas pocas pesetas en Navidades, que solían acabar en el bolsillo del señor que tenia los futbolines o billares entonces.

    Yo no conocí una discoteca hasta poco antes de los veinte años y lo más parecido que había visto antes, fueron las verbenas callejeras en los barrios de Carcagente o las de verano en las playas del Perelló o Les Palmeres, en las que se respetaba el palmo de rigor entre ellas y nosotros mientras bailábamos un pasodoble o un vals, porque aun no se había inventado la moda de bailar sueltos.

    Puedo decir que he sido un hombre de una sola mujer, ya que conocí a mi esposa cuando yo tenía casi veinte años y ella no había cumplido los dieciséis y en tres meses cumpliremos nuestras Bodas de Oro de casados, con dos hijos tan deseados como disfrutados y admirados ahora por nosotros y dos nietas y un nieto en el que me veo reflejado en muchos aspectos, aunque su niñez y adolescencia tengan muy poco que ver con la que yo viví.

    No cambiaría nada de lo que he vivido, porque he sido inmensamente feliz con mi entorno familiar siempre y en lo laboral he disfrutado muchísimo, hasta el punto de decirle a mi esposa muy a menudo, que de haber nacido multimillonario yo habría pagado por poder hacer el trabajo que hice durante la mayor parte de mi vida laboral activa.

    Desde esta utópica atalaya en el lado oculto de la luna, intento comparar lo que fui con lo que soy y me resulta imposible aceptar un mundo tan absurdo como el que se vive actualmente, en el que todo se magnifica o minimiza en función de intereses políticos o económicos, que nos utilizan y manipulan impunemente, sin que seamos capaces de reaccionar ante el cinismo, la mentira, el egoísmo y la contradicción continua de un puñado de desaprensivos, que se niegan a ellos mismos en cada momento.

    ¿Cómo pueden dormir tranquilos gente tan nefasta y carente de principios éticos y morales?

    ¿Podrán sus hijos recordarles con el mismo amor, cariño y comprensión con el que yo recuerdo a los míos y deseo ser recordado por mis hijos, nietos, familia y amigos?

    ¿Tendrán unos amigos con los que poder reunirse periódicamente, para disfrutar de su amistad y compañía reviviendo los momentos felices y divertidos vividos a su lado?

    Mucho me temo que no, porque no podrán mirarles a los ojos y sostener su mirada, sin avergonzarse.

    Espero que puedan disculparme esta semana, por no ocuparme explícitamente de ningún tema en particular y por haberles desnudado en esencia mi propia vida a grandes rasgos, pero he querido expresarles que para ser feliz hacen falta muchas menos cosas de las que perseguimos a lo largo de nuestras vidas.

    Basta con amar lo que se tiene, poner el corazón en personas que sepan valorar lo que les das y ofreces sin pretender de ti más de lo que eres capaz de darles y a la vez saber apreciar y valorar todo lo que recibes.

    Esa es mi forma de ser feliz:

    NI ENVIDIOSO NI ENVIDIADO, SINO FELIZ Y ENCANTADO

    Hasta la semana que viene amigos.

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