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Per José Luis Ramos
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IV. - Los choques culturales de la inmigración

  • (La convivencia en la fábrica)

Los primeros choques que recuerdo, de españoles con alemanes, fueron en la fábrica. El almuerzo y la merienda, unos 15 minutos, lo hacíamos a pie de máquina. Sacabas lo que tenías y te lo comías. Había un español, que en el almuerzo sacaba la típica navaja de Albacete, de palmo y medio. Era de las que, al abrirlas, hacen crac, crac, crac. Con ella abría las latas de sardina, cortaba el chorizo y lo que hiciera falta. La empresa le pidió que no llevara la navaja al trabajo, porque los alemanes habían manifestado que no se sentían seguros, sabiendo que tenía esa navaja en el bolsillo. Tuvo que dejar de sacar la navaja en público. Yo comprendí que se lo pidieran, pero hubo españoles que no lo entendieron.

En el comedor no había agua para beber. Yo entendí que los alemanes pensaran que no era necesario. Pues era verano y nos servían sopas frías de manzana, ciruelas y de otras frutas. Así que comprendí y me acostumbré, a comer sin agua. Pero me informaron que unos andaluces habían intentado entrar un botijo de agua al comedor, para su mesa, y no les habían dejado. Así que les pregunté qué día querían comer con botijo. Quedamos para el día siguiente y formamos un grupo de 10. Cogí el botijo, y seguido de los 10 al entrar al comedor, me dijeron que no podía entrar el botijo. Pregunté ¿quién lo iba a impedir? Miraron al grupo y se callaron. Mientras comíamos con el botijo sobre la mesa, en un par de ocasiones nos dijeron que lo quitáramos. No hicimos caso. Al ver la actitud, de los 10 españoles, se callaron y desde ese día un grupo de Andaluces entraban al comedor con un botijo, pero al finalizar la comida se lo llevaban.

En la fábrica éramos unos 1.000 trabajadores ubicados prácticamente todos en una única nave. Así que te veías y te relacionabas con muchos compañeros de trabajo. La empresa se dio cuenta que los españoles que tenían un problema, en vez de recabar la ayuda del enlace sindical alemán, venían a mí. Así que me trasladaron a una pequeña nave aislada que solo había un trabajador, con una maquina taladradora para piezas de hierro grandes. Era un alemán mayor, que en todo momento hizo como si yo no existiera, mientras me explicaron mí trabajo. El día siguiente, al llegar yo para sustituirle, por el cambio de turno, de nuevo hizo como si yo no existiera. Al darle yo los buenos días, metió la mano al chorro de la taladrina, que sueltan esas máquinas para facilitar el arranque de las virutas, (es un compuesto de agua y aceites que se utiliza como lubricante y refrigerante), y me tiró unas gotas de taladrina a la cara, sin mirarme. Estábamos los dos solos. Cogí una barra de hierro, me puse delante de él, y le hice comprender que le invitaba a que me tirara otra vez, la taladrina. Había terminado su turno, por lo que aprovechó para irse corriendo a casa. Por medio de un carretillero de la fenwick, hice llegar a la dirección que estaba sin trabajar. Al llegar la dirección, yo estaba sentado al medio de la nave para que de lejos se viera que no trabaja. Conté lo que había pasado. Les dije que no quería trabajar con un nazi al lado. Me contestaron que ellos tampoco querían comunistas en su fábrica. La verdad que, con 18 años, ni era, ni sabía lo que eran los comunistas. Pero desde entonces, me quedó claro. Quien se opone a injusticias o abusos, se arriesga que le llamen comunista, aunque sea de misa diaria. Insistí en no trabajaría con un nazi a mi lado. Al final vino el enlace sindical alemán, le expliqué lo ocurrido, y me dio la razón. La empresa y el sindicato negociaron. La solución fue sustituir al nazi por un italiano, y yo seguiría allí. Así la fábrica me mantenía aislado, y yo perdí de vista al nazi.

La media de las bajas laborales de los españoles era muy superior a la de los alemanes. Era así, desde que los españoles se enteraron que estando de baja cobrabas más que trabajando. Así era, porque mientras estás de baja no se cotiza a la seguridad social. Como la cantidad que dejabas de cobrar, estando de baja, era inferior a las cantidades que dejabas de cotizar, el resultado era más dinero al final de mes. Para la atención médica, te deban un talonario y tú podías ir al médico que querías. Te visitaban, le entregabas el talón, y el medico cobraba. Así que cuando un español encontraba un médico que daba la baja, con facilidad, la noticia corría como la pólvora. Se trataba de médicos, que estaban dispuestos a dar la baja por cualquier cosa, para tener más pacientes. Ya se sabe, sinvergüenzas los hay en todas partes y todas las profesiones. En esas fechas, yo vi a españoles estar horas reiterando un ejercicio forzando el hombro, u otra parte del cuerpo, hasta provocarse una inflamación que le aseguraba baja médica ante cualquier médico. En fin, lo dicho y otros casos, fueron problemas que se tuvieron que superar para que los españoles se integraran como un trabajador más.

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