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Per María José Navarro
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Cómo hacer un TFG sin morir en el intento

    Me despierto sudorosa, he mal dormido, inquieta, dándole vueltas a una idea que de repente me ha asaltado.

    Miro el despertador. Son las cinco de la mañana.

    No es hora de levantarse, además anoche me acosté tarde cara al ordenador... ese apéndice que, hace algunos años ya (desde que empecé la carrera), me persigue a todas partes, como si fuera una extensión de mis brazos... Siento que me he hecho adicta a él y no veo el momento de desintoxicarme, pero aun no puedo hacerlo. No hasta que no culmine mi grado de Educación Social.

    Decido levantarme, a pesar de la hora y el sueño, pues necesito transcribir esa idea que me ha despertado y que formará parte de mi Trabajo Final de Grado o TFG. Ese trabajo que finiquitará este proceso en el que me embarqué hace casi cinco años...

    Escribo esa idea, antes de que se me escape y vuelvo a la cama, aunque no consigo conciliar el sueño, pensando en todo lo que tengo que hacer... casa, médicos, prácticas, familia, barrio... así que me levanto, definitivamente, para comenzar mi día, pensando que ya queda menos para acabar, aunque es una idea que me provoca sentimientos encontrados, ya que por un lado están las ganas de culminar mi carrera y por otro aparece esa nota de nostalgia ante el final de algo que ha sido muy gratificante.

    Y es que cursar unos estudios superiores a los cincuenta reporta muchas satisfacciones, ya que, a pesar del estrés por la carga de los trabajos, de los nervios por los exámenes, la memoria de pez, y las mil y una tareas cotidianas que requieren nuestra atención, todo se ve compensado por la satisfacción personal por los logros, los compañeros y compañeras, los profesores/as buenos y mejores (aunque de los malos también se aprende) y, sobre todo, ese aumento de la autoestima por haber sido capaz de ir superando curso tras curso... pero...

    ...tengo que seguir redactando mi Trabajo Final. Dándole vueltas y más vueltas, buscando y leyendo documentación, mientras tengo que atender, además, las 400 horas de prácticas del último curso, la casa abandonada, una familia olvidada, un barrio descuidado que hay que reivindicar, tutorías, reuniones, eventos...

    Sé que lo conseguiré, como lo han conseguido todos mis compañeros y compañeras de fatigas, aunque mientras eso llega yo seguiré quejándome (también como lo han hecho los y las que han pasado por este trance), seguiré durmiendo poco y mal, y seguiré estando enganchada a este artefacto infernal, aunque tan valioso, desde el que escribo estas líneas.

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