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Los cuernos

    Uno de los peores temores cuando comenzamos una relación de pareja es preguntarnos qué sucederá cuando la ilusión de los primeros meses se acabe y toque asentar una rutina sana. Una que permita constantemente estar conociendo cosas, por pequeñas que sean. Puede suceder, en cambio, que esa rutina sin la conexión suficiente, sin la comunicación necesaria, sin la confianza natural y sin el compromiso correcto se convierta en algo superfluo, trivial y vacío de aquello que en teoría nos unía a nuestra pareja.

    Esa rutina sin sentido y mal cuidada puede ser una buena fisura por la que las inseguridades entren y generen necesidades irracionales como una atención desmesurada, pensamientos destructivos, exigencias tóxicas, comparaciones, celos y sí, también el hecho de pensar que nos van a poner los cuernos. Qué triste es vivir el amor lleno de miedos que no nos permiten disfrutar de una de las mejores compañías que existen. Por eso, por encima de todo hay que quererse libres, cuidarse bien y portarse bonito (2022, Bad Bunny).

    Comencemos por el principio. La expresión ‘poner los cuernos’, según la Real Academia Española, es un modismo de nuestra lengua que lleva siglos en uso. Los primeros registros de esta expresión en español datan de 1729 cuando se definía como “faltar o hacer faltar a la fe del matrimonio”. Obviamente, en la actualidad, se extrapola a todo tipo de infidelidad en las uniones sobre las que exista un vínculo afectivo-sexual cerrado por las personas que lo conforman.

    Los cuernos son la traición a la promesa no dicha y al trato no firmado de fidelidad. Son faltar a la confianza que en muchos casos nos ha costado demasiado dar a alguien. O que nos han dado. Si no existe esa exclusividad, pues cada uno es libre de hacer lo que quiera. Pero cuando existe, cuando os consideráis pareja y más cuando os comprometéis, sea el contexto que sea, y suceden unos cuernos se sienten como un puñal frío traspasando cada fibra de un corazón que se rompe y descompone. Un dolor intenso que crece desde dentro. El cerebro crea la idea inmediata de que somos reemplazables, basura.

    Duelen en el alma, y pocas cosas llegan hasta ella. De hecho, yo misma fui consciente de que el alma está ahí (aunque sabía que existía) cuando tuve que curarla poco a poco de aquel cuchillo que me dieron y que no pedí ni merecí. ¿Cómo se cura el alma? No lo sé. Pero acaba respirando, creedme. Esa herida nunca va a cicatrizar, va a sangrar a días y el tiempo te enseñará a vivir con ella. Ojalá, Tamara Falcó llegue a leer estas palabras. No os hacéis una idea de cómo empatizo con ella.

    Es posible que te hagan dudar de ti mismo o misma. Porque una traición así no solo duele por el hecho, sino por cómo eso afecta a nuestro yo, a nuestro ego. Durante el proceso de aceptación y superación se vuelve pequeño y frágil. Duda de si ha sido culpa nuestra. Intenta hasta justificar; porque claro, nos comparamos con la otra persona y nuestra autoestima se muere sin lágrimas, en silencio. Como si se tratara de un vacío sin principio ni final. Todo se vuelve un círculo eterno de preguntas que nunca van a ser respondidas como queremos.

    Hasta que un día, simplemente agradecemos aquello que nos destruyó y nos cambió. Igual que las rupturas, al tiempo agrademos todo lo que pasó y lo que tuvimos que pasar. Porque eso mismo nos ha llevado a ser ahora quienes queremos ser, e incluso a estar con quien queremos estar. Sanamos, y sana nuestra alma. El corazón entiende que no podemos culparnos; que nadie nos robó nunca la esperanza, solo la apagaron o apagamos de forma temporal. Y si todavía no lo entiendes, si aun buscas culpables o echas culpas, ten paciencia que todo terreno reflorece.

    Las preguntas que nos hacíamos ya no tienen sentido porque no dejamos que condicionen nuestra vida. Hemos tomado decisiones -o las han tomado por nosotros- que nos han llevado hasta donde estamos. Quizás así tenía que suceder. Quizás así tenía que doler. Y no, no es darle explicación; es asumir que así fueron las cosas. No podemos volver atrás, solo seguir hacia adelante. Perdonemos o no, porque eso es solo cosa nuestra, hayamos hecho cosas mal o no, todo forma parte de nuestra historia todavía sin acabar.

    ¿Va a hacer eso que olvidemos el daño? No. Va a seguir doliendo (me). Pero es vivir con la angustia de lo que pasó o quemar mecha y continuar poniendo amor propio por encima del dolor. Y prefiero lo segundo, porque es lo valiente y lo que merecerá la pena. Avanzar con los objetivos y las metas del hoy. Sentimos que la vida se paraba entonces, y ahora ella misma nos empuja a vivir. Contando cada día que pasa. Tengamos presente que acaban llegando cosas mejores, de verdad.

    Querida lectora o lector: si te has sentido ofendido o han dolido algunas de mis palabras, los siento. Lo que nos espera en la vida son este tipo de aprendizajes. Si han recobrado en tu memoria recuerdos que no querías, también lo siento. Algún día todos ellos te harán sentir bien, recuerda que no dejan de formar parte de ti. Y si por alguna de aquellas has sonreído al menos con una palabra, enhorabuena porque estás o has sanado y porque comprendes que no hay nada comparable al equilibrio, a la paz y al perdón con uno mismo.

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