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Por J. P. Enrique
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Leyes que yo no necesito

    NO NECESITO la ley del divorcio porque gracias al azar de la vida o al instinto  o a las circunstancias o a las casualidades o al destino, ¡vaya Ud. a saber! acerté (acertamos) al compartir vida en común mi pareja y yo. Nunca nos vino a la cabeza hacer uso de esa ley y nunca  pensamos  en el divorcio antes de que existiera en los cincuenta años de vida matrimonial. No necesito esa ley pero quiero que esté ahí porque hay parejas rotas por una convivencia imposible que necesitan poder rehacer sus vidas y volver a empezar por caminos divergentes. La ley del  divorcio está ahí para quien la necesita pero a nadie le obligan a utilizarla. Es otro problema si su religión o su moral se lo impiden.

    NO NECESITO la ley LGTBI porque la naturaleza me ha hecho  nacer heterosexual,  sin que yo haya intervenido en la decisión, y no me pide vivir la sexualidad de otro modo, pero sé que hay muchísimas personas que tienen otros sentimientos y por ello me parece bien que ese derecho exista para que las leyes las protejan. La ley está ahí pero a mí nadie me obliga a utilizarla.

    NO NECESITO la ley de libertad religiosa porque no comparto creencias en las que tantas personas creen a las que consideran verdades absolutas e indiscutibles. Unas creencias y unas verdades que muchos necesitan para hacer más llevadero el misterio de la vida y su final.  La ley está ahí pero yo no tengo creencias que considere emanadas de un ser superior que necesite seguir y difundir. La ley está ahí, y me parece muy bien que exista, para que haya colectivos  muy dispares que tengan derecho a creer libremente en lo que creen.

    NO NECESITO la ley de Partidos políticos que regula como crearlos, sus principios, etc. No la necesito porque yo no  pienso fundar ningún partido ni pienso militar en ninguno de ellos ya que por mi condición humana y mi forma de ser  me alejan de someterme a una disciplina de partido que me resultaría imposible de soportar. La ley está ahí pero a nadie obliga utilizarla si no la necesita.

    NO  NECESITO la ley de muerte digna, al menos de momento. En el futuro no sé si sufriré una enfermedad degenerativa incurable o dolores insoportables que la morfina no pueda  mitigar. No me gustaría tampoco vivir como un vegetal sin esperanza. En estos casos se trata de mi vida, la única propiedad personal  y única,  por ello considero que está bien que exista una ley que me permita acabar mi historia, si yo lo decido, sin que ninguna religión o partido o creencia pueda obligarme a sufrimientos incensarios. Y en ese caso está bien disponer de una ley que facilite mi adiós a la vida en un tránsito por el que todos estamos obligados a pasar. La ley está ahí, pero no obliga a nadie a  utilizarla si no quiere. Dejo claro que otros deben respetar mi libertad como yo respeto la de  quienes decidan acabar su vida con sufrimientos  “naturales“  o decidan emular la crucifixión de Cristo  puedan hacerlo, como también respeto a quienes deciden esperar su reencarnación  sentados al lado del Ganges tras invertir sus escasos recursos en la compra de leña para encender la pira que ha de llevarles a convertirse en una pulga, un rinoceronte o en rey de Botsuana.

    Podría seguir con la ley del aborto que está ahí  para resolver embarazos no deseados o traumáticos sin necesidad de prácticas clandestinas o el desplazamiento a clínicas del extranjero no accesibles para todos. Podría seguir con la ley de extranjería, la ley de la propiedad intelectual,  etc. pero está muy bien que estén ahí para defender determinados derechos, de determinados grupos.

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