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Por J. P. Enrique
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Las colas de la nueva normalidad/Líderes con virus

    Fueron famosas en los años del comunismo “real” las largas colas que formaban los ciudadanos para comprar un televisor, un reloj o un helado. Aquellas colas nos las presentaba la propaganda del mundo occidental, en los años de guerra fría,  como prueba evidente del fracaso del comunismo.

    En el mundo “libre” aquello era impensable y el televisor y el reloj se podían comprar en muchos sitios con la única condición de tener crédito o dinero en el bolsillo.

    Ha pasado mucho tiempo y aquellas colas han vuelto de nuevo a los países en donde nunca nadie pensó que pudieran existir.

    Por obra y gracia del virus, hoy, ir  correos a recoger un paquete o un certificado supone armarse de paciencia para esperar en la calle hasta que pasadas, a veces, más de una hora de espera a pleno sol, una persona logre ser atendida.

    Sucede lo mismo con los bancos. Las entidades financieras tienen desde hace tiempo, ya desde antes del virus, a una sola persona atendiendo en caja y los clientes intentan acostumbrarse a larguísimas esperas, unas esperas que en este caso  tienen el objetivo de que los clientes no molesten y que se acostumbren a realizar sus operaciones a través de internet. De ese modo, las entidades financieras reducen los gastos de personal y sólo se ocupan de facturar comisiones crecientes por apunte, por una tarjeta, por hacer una transferencia o por pedir un talonario de cheques.

    Pero no son sólo correos o los bancos los que obligan a hacer larguísimas colas, sucede también en organismos públicos y entidades privadas diversas; también en las entidades sociales a donde acuden cada vez más personas necesitadas, sin recursos y sin trabajo. Y cuando no quieren que se hagan colas, como es el caso del Ayuntamiento y otros organismos oficiales, te obligan a pedir cita previa para todo, también  para efectuar una gestión tan simple como la de  presentar una instancia. En el protocolo que tienen establecido, el interesado debe pedir hora facilitando su DNI, nombre, domicilio, su teléfono y su correo electrónico. Tras esa Biblia de datos, la cita te la pueden dar, como a mí me acaba de suceder, para el siguiente martes tras haberla pedido un jueves, es decir  cinco días después para efectuar un trámite tan simple como lo es el de  sellar  un folio. Asombroso! ¿no?

    Calculo que he perdido más tiempo en llamar, en que me cojan el teléfono y en que me tomen todos los datos, que parece les son muy  necesarios, que en ponerme un cuño sobre un escrito.

    A todas estas colas las llaman “nueva normalidad” ¿Serían también una normalidad las colas en los países del Este de las que nos hablaron en otros tiempos? Será normalidad y lo será por el virus, pero me atrevo a apostar que ningún organismo ni empresa pública o privada volverá a incrementar el personal para dar un servicio  rápido, personal y eficiente como sucedía hace tiempo. El virus va a ser la excusa  para reducir personal: Menos personal igual a más beneficios. La atención de calidad desaparece. Ya empezó a desaparecer, hace años,  en las compañías de telefonía.

    Por el camino de la normalización de las colas ¿llegará el día en  el que para tomar un café en un bar haya que pedir cita previa tres días antes? Nada es imposible.

    SE VAN INFECTANDO TAMBIÉN LOS MÁS CHULITOS

    Primero fue Boris Johnson, un desmelenado con ademanes de tabernero que se burló del virus y despreció a los científicos diciendo que  no era grave y que era  mejor dejarlo  a su aire para que se creara inmunidad de grupo y así no perjudicar a los negocios. 

    El segundo gran negacionista, Bolsonaro, con la vista en ganar dinero destruyendo la Amazonia, acaba de contagiarse sin que le haya funcionado la protección que decía tener de Dios, sin detenerse a pensar que Dios, un ser al que apuntan como inteligente no puede perder el tiempo en un líder tan nefasto como él.

    Ya solo falta sumar a la lista de celebridades a Donald Trump y confiar en que solucione el problema bebiéndose los desinfectantes que él aconsejó tomar.

    Con líderes como Johson, Bolsonaro y Trump infectados por un virus y con tratamientos que afectan al cerebro, según apuntan los científicos, no sé cómo puede acabar esto, partiendo como partimos de unos cerebros ya muy deteriorados.

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