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Por Enrique Benavent Vidal, arzobispo de València
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Vivir cristianamente el descanso

    La llegada del verano y el fin del curso académico supone un cambio en la vida de las familias y de las parroquias, que programan actividades pastorales distintas a las que se realizan habitualmente el resto del año. Es también la época en la que intentamos buscar tiempo para el descanso, para encontrarnos tranquilamente con familiares y amigos, para disfrutar de la naturaleza y realizar algunas actividades que, cuando estamos sometidos al ritmo habitual de nuestras ocupaciones, a menudo no nos resulta fácil hacerlas. Tanto el trabajo como el descanso son necesarios: el trabajo nos lleva a vivir en el mundo sin olvidar que somos cooperadores de Dios en la edificación de una sociedad más justa; el descanso nos recuerda que el trabajo no es un fin en sí mismo y que no podemos dejarnos esclavizar por un ritmo de vida que nos deshumaniza. En estas últimas palabras del curso permitidme unos consejos para que este tiempo nos ayude a reemprender el trabajo del próximo curso con ánimo confiado y alegre.

    En primer lugar, os invito a no olvidar a las personas que no pueden disfrutar de un tiempo de vacaciones, bien porque no tienen trabajo o porque durante estas semanas trabajan para que otros puedan descansar. La Iglesia nos enseña que tanto el derecho a un trabajo digno como el derecho al descanso son necesarios para que el ser humano puede crecer como persona. Sabemos que muchos no pueden ejercer plenamente estos derechos, bien porque no tienen trabajo o porque sus condiciones laborales son tan precarias que no les es reconocido el derecho al descanso. Uno de los objetivos fundamentales de todo ordenamiento social y político ha de ser que todos tengan un trabajo digno, que no se da si no se ofrece el trabajador la posibilidad de un descanso digno.

    Para aquellos que pueden determinar por sí mismos el ritmo de su trabajo porque no dependen de otros, el descanso es, en cierto modo, una exigencia moral que puede ayudar a liberarse de la tentación de la idolatría del dinero, de considerar la eficacia como valor absoluto en la vida y de la esclavitud a un activismo que deshumaniza, porque nos lleva a olvidar el deber de ofrecer a Dios el culto que le es debido y de estar atentos a las necesidades de los demás. La obligación del descanso semanal y la enseñanza de Jesús sobre el sábado, que había sido establecido para el hombre, nos ayudan a valorar las cosas en su justa medida.

    Las vacaciones no pueden ser un paréntesis en el esfuerzo por cultivar los valores que nos ayudan en nuestro crecimiento personal. Hay quien cae en la tentación de vivirlas como un tiempo de excesos que no son positivos para la persona. Para los cristianos es un tiempo para avanzar en la propia santificación. Poder disponer de tiempo libre nos permite tener espacios para la reflexión, el silencio, el estudio y todo aquello que favorece el crecimiento en la vida interior y cristiana, y que nos permite disfrutar de las cosas buenas que el Señor nos regala cada día. Que en todo sepamos descubrir los signos de su amor. Felices vacaciones a todos y hasta el mes de septiembre. Recibid mi bendición.

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