Manolo Granell Galarreta, nos deja un ejemplo de cómo saber vivir y morir
Aunque lo intente, no voy a poder ser objetivo en mi análisis al repasar los últimos sesenta de años de su vida y de la mía, en los que hemos tenido el placer de conocernos.
Las coincidencias de la vida y nuestro paralelismo vital, empezó el mismo día de nuestro nacimiento, ya que los dos llegamos a este mundo el mismo día, un 9 de Septiembre de 1944, él en Burriana y yo en Sueca.
Tardamos diecisiete años en encontrarnos por vez primera en el Centro España, el lugar que nos acogió a algunos de los estudiantes de la Escuela Técnica del Comercio Frutero, que vinimos a los Salesianos a completar nuestra formación.
Desde entonces, nuestra relación de amistad, familiar y afectiva se ha ido consolidando de una manera excepcional, porque así lo quiso la vida.
Nos fuimos al Servicio Militar al Sahara, lo cual aunque parezca curioso, creaba otro lazo importante en la percepción de la disciplina y los sacrificios que nos impone la vida en momentos determinado.
Nos enamoramos de dos mujeres excepcionales, nacidas de dos hermanos gemelos en el seno de unas familias (las de los Blanch) en las que como los “mosqueteros”, siempre caminaron “todos para uno y uno para todos”, circunstancias que nunca se alteraron durante la generación de nuestros mayores ni de la nuestra.
Después de esta presentación, para que puedan entender el efecto tan especial que siempre he sentido por Manolo y su familia (que es la mía también) tengo que decirles a quienes no nos conozcan, que nuestro carácter siempre ha sido muy diferente y quizás por eso nunca hemos chocado y siempre nos hemos complementado.
Pero ahora toca hablar del Manolo que yo he conocido y disfrutado sobre todo durante los últimos veinte años de mi vida, que resido permanentemente en Burriana.
Ha sido afable, servicial, bondadoso, fiel servidor público tanto profesional como políticamente, cuando ejerció de Concejal de Deportes.
Tolerante, dialogante y excelente amigo de sus amigos y puedo decir con voz bien alta, que nunca he oído a nadie quejarse de sus actitudes ni posicionamientos profesionales o políticos, que él sabía separar perfectamente.
Ha cultivado la amistad como nadie, sin filias ni fobias escuchando a todo el mundo y ayudando a quien podía.
Ha sido un creyente profundo, sin demostraciones públicas, he compartido muchas conversaciones muy largas sobre todo en los últimos meses, que me han ayudado muchísimo a mí.
Era consciente de lo deteriorada que estaba su salud desde hace medio año más o menos, pero su fe y la fortaleza de su carácter han conseguido superar momentos muy difíciles, hasta que su cuerpo exhausto de tanto esfuerzo y sacrificio, acabó agotado.
Ha sido para mí una lección permanente de saber vivir y en los últimos tiempos de resignación inteligente ante los inevitable.
Así que no tengo más remedio, querido amigo Manolo que desearte (aunque no lo necesites) un sitio de honor en el Cielo, sitio que te has ganado en la tierra con creces y que si como yo creo sigues ganándote la amistad y el cariño en la Corte Celestial, nos recomiendes a mí a nuestras familias.
No tenemos prisas, pero no te olvides Manolo.
Un abrazo y hasta pronto mi querido amigo.