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Por Miguel Bataller
Columna de Michel - RSS

Drogodependencia emocional

    Hace pocas décadas, cuando se escuchaba o leía la palabra “droga” o cualquiera de sus derivadas, nos poníamos a temblar, ya que las sustancias adictivas se llegaron a convertir en una de las principales causas de la mortalidad de jóvenes y adolescentes.

    La heroína en un principio y la cocaína poco más tarde y aún ahora, son un azote muy preocupante para padres y abuelos de dos o tres generaciones recientes.

    Hoy parece ser que las pantallas de ordenadores, videojuegos, teléfonos móviles y otros artilugios modernos, han ocupado ese sitio de privilegio en las preferencias de nuestros jóvenes, adolescentes e incluso niños pequeños.

    Dese mi perspectiva de abuelo y padre e incluso amigo de mucha gente, me sorprendo al vernos (me incluyo yo también) como esclavizado por las nuevas tecnologías y tengo la sensación de que no puedo salir de casa sin llevar conmigo mi móvil e incluso una vez llego a casa, una de mis primeras visitas es a mi despacho para consultar cualquier nimiedad en mi ordenador personal.

    Mis amigos, se sorprenden también a veces y me recriminan el hecho de recurrir a varios artilugios de estas  especies simultáneamente.

    Hemos sustituido las sustancias tóxicas para nuestro físico, por los medios más diversos para hacernos vivir en un estado continuo de ansiedad, que inconscientemente no nos permite vivir sin ninguna tensión los largos y abundantes “tiempos muertos” de los que afortunadamente disponemos los jubilados.

    Yo he sido un lector impenitente durante muchos años, pero el sentido de la vista, aparentemente también se me ha hecho perezoso y los textos de la mayoría de los libros editados, tengo la sensación de que están editados en unas letras muy pequeñas y me suelo cansar muy pronto.

    Esa es otra de las razones, por las que prefiero mirar pantallas de tabletas y ordenadores personales o televisiones de amplio espectro, a fijar mi atención en la letra de un libro.

    En la mesita auxiliar de mí salón, desde hace ya algunas semanas, veo siempre el mismo libro, El Castillo de Barba Azul de Javier Cercas, que parece reprocharme mi pereza como lector.

    Sin embargo me paso mucho tiempo en el sillón que hay junto a la mesita, sin prestarle la menor atención al libro y pendiente de las novedades que me pasan por whatsaap que a veces las llego a recibir y remitir varias veces al día o viendo series de televisión que ya vi en sus ediciones antiguas y ahora me vuelven a una reeditada juventud o madurez.

    Quizás se me considere exagerado por dar la categoría de droga emocional a esa manera tan abusiva de recurrir yo mismo a lo que tanto critico entre los niños, adolescentes o jóvenes actuales.

    Pero me consuelo pensando, que sigo siendo en esencia el mismo niño, adolescente o joven que he sido toda mi vida, pero ya con casi ochenta años.

    No hay nada mejor que reírse de uno mismo y actuar como aquellos a los que suelo criticar, pero es costumbre española “ver la paja en ojo ajeno y no ver la viga en el propio”.

    Hasta la semana que viene amigos.

     

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