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Por Vicent Albaro
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Pongamos que hablo de corrupción

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    Pongamos que hablo de corrupción- (foto 1)
    Pongamos que hablo de corrupción- (foto 2)

    El asunto de la cabecera está más de moda que nunca. Tv, radio, periódicos, tertulias, redes sociales, etc. tienen crónicas, documentación, opiniones, sentencias y exabruptos sobre la cuestión. La última sobre los EREs de Andalucía, esa bendita tierra donde nadie es forastero aunque se lo proponga. Y según el parche en el ojo de cada opinante, unas son más o menos justificadas y las de los otros, absolutamente condenables. En algunos escenarios públicos se largaron ácidos improperios tiempo y tiempo de los unos, metiendo en el saco hasta el gato de animal de compañía como cómplice necesario, pasando de puntillas o silenciando bochornosamente las pestilencias de los otros. Mal está lo que mal se hace, venga de la parte que venga. Y la sociedad tiene mecanismos para defenderse de ello, o al menos debería tenerlos. A fin de cuentas, estos aventadores del fuego a conveniencia, viven de ese piromanismo orgiástico y son famosos y multimillonarios, aunque lo escondan de cara a su devota galería.

    Aquí lo más curioso del caso, ya no es que, según el parche pirata en el ojo derecho o izquierdo, se magnifique o amortigüe la cuestión por conveniencia. Lo que más duele de todo este asunto, es la ligereza y entusiasmo con que se critica, se acusa y se ajusticia a los reos, por parte de los opinadores de todo pelaje. En las redes sociales es una continuada orgía de espavientos. Sea o no sea cierto. Sea o no sea de la magnitud alardeada que se exagera, y el presunto culpable, ya puede darse por liquidado, pues la pena de telediario ha acabado con su reputación, la de su familia y allegados, y será objeto de escarnio público y muerte social. Si sale absuelto por la justicia, la mayoría de los que lo lincharon, no dirán ni mú, ni escribirán cuatro letras de desagravio. Hoy la mejor manera de liquidar al político contrario, es pillarlo en algún afaire (errare humanum est), exagerar y repetir la cuestión en delirantes reiteraciones y si es un mirlo blanco, se le inventa lo que sea para ensuciarlo, machacarlo y llevarlo al muladar. Claro que en esta cuestión, hay una parte de los del parche en el ojo, que son veros maestros, genios de la propaganda y la agitación callejera, a la que por cierto, saben alentar con facilidad y de la que viven muy confortables.

    Con estas premisas aún hay algún inocente que se pregunta, por qué gente válida y competente no se tira de cabeza a la arena política, donde hoy impera y campea la más absoluta mediocridad, salvando las siempre honrosas excepciones, que las hay. Pues eso. Aún alguno se empeña en justificar y argumentar, que el mundo de la política es así. Pues va a ser que no. La Cosa Pública, es decir, asistir y velar por el bienestar de tus conciudadanos, debería ser una cuestión noble, solo al alcance de espíritus poseedores de esa nobleza para actuar en consonancia con la justicia social y la equidad. Pensar que lo normal es ese embarrado charco, a veces putrefacto, en que lidia y politiquea a navajazo limpio el gremio elegido en las urnas,  demuestra el grado de envenenamiento general que estamos soportando.

    No hace mucho me entrevisté con un colega de profesión, y me contó una anécdota que vivió en un seminario de motivación profesional. En un momento de la sesión, el ponente preguntó a los allí congregados, a tenor de la siempre latente corrupción, si en sus trabajos habían ocurrido ciertas cosas. Por ejemplo, preguntó: “Os ha faltado en la oficina algún instrumento de trabajo, llámese folios, bolis, grapadoras, etc… levanten la mano”. Todos levantaron la mano. ¿Y calculadoras de bolsillo? Manos arriba. ¿Y llaves inglesas como la 10-11 ú 11-12? Manos arriba. Hasta papel higiénico. Y no hablamos ya de ordenadores ni piezas más voluminosas. Continuó el ponente: “Todas esas personas que sustrajeron los bolígrafos, folios de papel, etc., seguro que viven tranquilos en su casa y son honradas y todo eso. Ahora preguntémonos, si estas personas normales que choricean un bic cristal en la oficina, accedieran a un cargo público y pasaran por sus manos miles de euros a diario, sin un riguroso control… ¿Qué harían? Ahí queda la pregunta. Pero el final de la cuestión es, que las personas que nos gobiernan son parte de la misma sociedad que los vota, trabaja, hace vida normal y mete en su choche la llave del 11-12 de su empresa para hacer sus chapuzas en casa. Todo es cuestión de oportunidad y el mal es endémico. Porque quien saca un producto de extranjis de un supermercado, está también en la lista, que si me pongo a enumerar, ésta sería demasiado larga”.    

    A finales de verano pasaron por el camino de mi finca un grupo de caminantes y les dio por coger higos, les llamé la atención y una me contestó que yo, ya tenía muchas. ¿Eso es un Ere  higueruelo? Otro día, otro grupito se enamoró de mis caquis/palosantos, es una desgracia tener la finca a la vera de un camino rural, convertido en ruta del colesterol. ¿Era eso una Gurtel palosantera? Evidentemente estoy jugando a la ironía con esta crónica, pero a lo que voy, es que antes de ladrar deberían muchos lavarse la boca.  Y todos, entre los que me incluyo, hacer acto de contrición –aunque eso ya no se lleve, como me dice algún lector que me sigue- y ver la viga antes que la paja. La puñetera corrupción está en todos los sitios. Forma parte de nuestra sociedad a escala de oportunidad personal. Eso no quiere decir que no haya que combatirla, que sí, pero poner parches al dique de una presa que se está reventando, es un brindis al sol.

    Habría que analizar cómo hemos llegado a este estado de degradación y falta de respeto a lo ajeno y al prójimo. A este mundo de egocentrismo donde impera el mientras yo esté bien, los demás que revienten. A esta sociedad que se rasga las vestiduras por algunas cosas ñoñas y superfluas, y de lo mollar y fundamental pasa olímpicamente. No seré yo quien le ponga tiritas al paredón agrietado del pantano.  A lo sumo, seguiré podando la higuera y abonando el palosanto, aunque me birlen los frutos gente honorable que quizás, solo quizás, saquen espuma por la boca, cuando los Eres, Gurteles y demás corruptelas salgan por los medios. Desde mi jubilación pública, admiro cada vez más a las gentes que trabajan con denuedo sin espavientos, ni exhibicionismos vanos, que también las hay. Y a los que por su cargo electo, luchan por mantenerse impolutos en el lodazal y arenas movedizas de su entorno, que también los hay. Y del resto del mundo mundial, tras lo dicho y que no pinta nada bien, pues doctores tiene la Iglesia. Y nunca mejor dicho.

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