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Por Vicent Albaro
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El plan del viajante

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    El plan del viajante- (foto 1)
    El plan del viajante- (foto 2)

    Con esta subida del precio de la electricidad, te lanzan al marcaje de horarios intempestivos para ahorrar en factura. Gremio de noctámbulos enchufando aparatos. Ya vas acumulando en la chepa no sé cuántas prohibiciones y controles, que coartan nuestra libertad como nunca hemos conocido hasta hoy. Con ello, me ha venido a la memoria un buen amigo, ya fallecido, que me repetía con asiduidad su fórmula para no caer preso del consumismo que nos asfixia, y además visto lo visto, nos puede llevar al desastre.

    De profesión viajante, se ganaba la vida vendiendo cerámica por el norte de España, y se la ganaba muy bien, pues aparte de sus dotes mercantiles era de naturaleza amigable y extrovertida, lo que le convertía en un convencedor nato. Un vendedor de libro, que sin apenas estudios y huérfano de madre, tuvo que arrear en el mundo laboral desde muy joven. Pero ya se sabe que viajar enseña mucho, y si encima tratas con el personal de la calle, tu aprendizaje es de cargo o por fuerza. Mera supervivencia en la jungla mercantil de cualquier gremio, donde solo los más avispados y preparados salen más o menos ilesos de múltiples encontronazos. 

    Pues bien, mi amigo cuando regresaba de su periplo que solía durar semanas, se aferraba al terruño como un poseso. Siempre he creído que la industria cerámica ha sido el maná amargo de mucha gente. El campo no daba para vivir y la fábrica proporcionaba un sueldo fijo y seguro. No se podía pedir más. Sin embargo, la mayoría de fabricantes que he conocido, al menor hueco que les dejaba el martirizante horario fabril, lo vaciaban en el campo. Y daba igual que fueran peones, encargados que técnicos, la llamada natural no entiende de clases y subyuga por igual. Podría afirmarse que el contacto campero era como un escape, un bálsamo a las largas horas bajo la cubierta de fibrocemento. Fría en invierno e insoportablemente pegajosa y sudorífera en el caluroso verano.

    Y esos ansiados atractivos camperos iban desde la agricultura doméstica, la caza en sus múltiples variedades, la pesca, la cría o disfrute de diversos animales como perros, caballos, etc.  y además, la recolección estacional ya fuera de espárragos, caracoles blancos o lo que tuviera que ver con trajinar bancales y yermos. Aire puro y mirada en lejanía. Últimamente se han añadido las setas y hongos, cuyos adeptos son legión. Pero en definitiva, todo son ejemplos de escapadas y búsqueda de un provecho recolector.

    Mi amigo no estaba bajo ninguna nave de uralita, ni encerrado en una oficina, pero viajar largos trayectos agota, y negociar a diario con los clientes cada cual con sus manías, cada cual hijo de su padre y de su madre, no es que agote sino que en el lenguaje vernáculo, te deja “pansit”, hecho una uva pasa. Su búsqueda en la naturaleza obedecía a esa querencia ancestral que hace volver al hombre a lo primitivo, a lo más elemental y saludable. Como buscando la Arcadia feliz de los clásicos, la jubilación del general romano con sus cosechas en agraz, alejado de las intrigas e hipocresías palaciegas.

    Así que en sus cálculos de manual de supervivencia, mi amigo viajante había elaborado una enorme lista de productos naturales de cercana extracción, y que siempre habían sido utilizados desde la más remota antigüedad. Por ello era necesario cubrir la despensa de un buen acopio de plantas medicinales. Por estos contornos las hay en abundancia y muy buenas. Había que proveerse de árboles y plantas aclimatadas a estos contornos para recuperar la agricultura de supervivencia. Y debían ser árboles de mucha rudeza, los melindres no sirven en estos casos de extrema necesidad, léase higueras, almendros, nogales, moreras, algarrobos, madroños, membrillos, ciruelas, nísperos, así como vides de todas las variedades, tanto para uva de mesa como para elaborar vinos.  Mención aparte tenía la huerta para las verduras y legumbres y todo aquello que pudiera dar un pequeño bancal de regadío con aguas corrientes, ya que la electricidad debía ser adquirida por placas solares y nada de red, que era un cortijo de ladrones con corbata y políticos enchufados, según su tesis. Por supuesto un corral de gallinas y conejos. De toda la lista que me enseñó, podía decirse que no faltaba de nada. Incluso me atrevería a decir que mis abuelos vivían peor que todo lo que reflejaba ese “plan de supervivencia” de mi amigo.

    Yo mismo hoy en día, gozo de parte de esas recetas, la infusión de poleo frío en verano es una delicia. Los higos secos con almendra, son una debilidad. El dulce de membrillo te enerva los días de otoño. Incluso algunas verduras de la huerta, en fresco son  de un sabor y textura increíbles. Sigo elaborando aceite de hipérico por san Juan. Y más cosas que no caben aquí. Podría decirse que soy un alumno aventajado de mi amigo viajante, aunque no lo haga por despecho de nadie, sino por mera curiosidad intelectual,  por airear el espíritu y porque además, yo también fui presa de la nave de uralita en algún tiempo, del claustro de la oficina y de la intemperie de los viajes.

    Mi amigo puso en práctica su plan. Plantó árboles, viña, cuidó un olivar y se fue a vivir al campo al jubilarse. Nunca sabremos si hubiera logrado la independencia total de las multinacionales, porque esa era su meta. Murió una noche de un ataque al corazón. Se acostó y ya no se despertó. Una muerte dulce como suele decirse, pero fue una putada como una catedral, pues toda la vida trabajando como un energúmeno y va y se nos muere al goce de la jubilación. No hay derecho. Le recuerdo mucho aparte de llorarle como corresponde a un buen amigo. Pero yo creo que jamás hubiera logrado su plan completo.

    Y me explico. Para lograr esta especie de rebelión o insumisión contra el orden establecido, necesitas tropa. Y mi amigo estaba solo. Yo mismo estoy solo. Los hipies se extinguieron. Para subsistir con lo natural fuera del circuito comercial, necesitas recolectar y trajinar el monte. Hoy te ponen una multa por menos que canta una cigarra. A un pastor de la Alpujarra, lo querían llevar a la cárcel por cortar una manzanilla. ¡Ya ves tú qué cosas! Mi amigo murió antes de que los pijos de ciudad se apropiaran del campo. Y quería cazar zorzales y ponerlos en adobo en aceite, zorzales cazados de forma natural sin pólvora, con liga artesana, con cepos, etc. como toda la vida había sido, así a la antigua, para que los de la pólvora no le sacaran un duro en impuestos. Bendito sea Dios. Que te guarde entre sus ángeles custodios. Porque eres un Ángel y te fuiste antes de poder ver que tu plan, no es viable sino una utópica temeridad.

    Y no es viable, no porque no tenga alguien arrestos para ejecutarlo, sino porque no te lo van a permitir los nuevos señores feudales. Los dueños de nuestras vidas y haciendas. Los que van recortando nuestras libertades, a ritmo empático de bonsái para hacernos unos enanos mentales, y subyugarnos de todas, todas. Porque si suben la luz, el gas, el diesel, y toda la retahíla de impuestos que se ciernen, y los jornales no suben, la cosa se pondrá fea. Y si no puedes recolectar porque te multan, y no cosechas porque te roban…adiós plan. Estamos jodidos.

    Así que a quien Dios se la dé, san Pedro se la bendiga, o mejor dicho –aunque no se lleve- que nos pille a todos confesados.  

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