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Por Vicent Albaro
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El gran Camilo Sesto y algo de mí

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    El gran Camilo Sesto y algo de mí- (foto 1)
    El gran Camilo Sesto y algo de mí- (foto 2)

    La muerte del cantante alcoyano ha conmovido a la sociedad que gozó con sus canciones y su música. Una vez más, el zarpazo de la parca nos deja un poco más huérfanos de seres queridos y admirados. Porque aunque no lo parezca, el dolor por un amigo cercano que fallece es terrible, pero también el de una persona como Camilo y otros más, con los que quizás nunca cruzaste palabra, pero que se adentraron en tu intimidad de forma esplendorosa, a través de su música, hasta formar parte de ti. (Te vas amor, pero te quedas porque formas parte de mí). La banda sonora de nuestras vidas está repleta de canciones como las de Camilo Sesto, que los años convirtieron en himnos grabados a fuego en el corazón. El caso de Camilo, son las letras de sus canciones en forma de poemas de amor, la música melódica y sugerente, y su calidad interpretativa junto a una potentísima y modulada voz, hablando del amor y sus consecuencias. De ese amor que enervaba y se sublimaba en una época dorada, de respeto y veneración a la figura de la mujer.  

    No voy desde esta página a ponderar las bondades de este gigantesco artista, en estatura y calidad musical, pues hay otros medios más cualificados para hacerlo. Ni a enumerar sus irrepetibles éxitos como artista, ni sus fracasos personales que como todo ser humano, también los tuvo. Voy a centrarme en esa parcela más íntima y cercana, esa que renueva la magia del buen artista, que aún lejano, puede entrar en tu más secreta intimidad a través de unas canciones melódicas, narrando sentimientos humanos universales.

    Corría el año 1972 y los jóvenes de aquellos años escuchábamos mucho la radio, era un instrumento de información que amenizaba las horas muertas, en esa edad de aburrimiento y mucho tiempo libre. La TV era un objeto de lujo en los bares. En esos años, lo común de un domingo por la tarde en el pueblo, era ver el paseo lleno de gentes del cuartel a la plaza Loreto y vuelta a empezar Hasta la hora del cine o el baile, con las terrazas de los bares llenos, y las barandillas de la travesía repletas de jóvenes en pandillas, charlando, fumando o lanzando piropos a las chicas, que en grupo pasaban por el paseo, parejas de novios y otras gentes variopintas, con el transistor pegado a la oreja escuchando los partidos de la liga. La radio, siempre la radio.

    Y fue en esa radio cuando comenzó a sonar una melodía nueva, distinta, llena de fuerza, melosa y potente como su voz: El “Algo de mí” de un tal Camilo Sesto. Fue al final del verano, esa época en que te embarga una especie de melancolía  porque intuyes que algo se va. La luz del verano, los días largos y cálidos, vacaciones, amigos, playas y tiempo libre, y los más mayores, con algún amor perdido en la distancia. Yo aún no tenía edad para esas disquisiciones amorosas formales, pero imaginativamente los amores eran fantasiosos y tan quiméricos como múltiples e imposibles. Era muy fácil caer en la fascinación de las películas del cine en Cinemascope y color, de la incipiente y gris televisión, enamorarse platónicamente de todo lo bello que era mostrado con recatado e implacable pundonor. Cara a la galería todo era pulcro, limpio y honesto. La trastienda no la conocíamos nadie.

    Con ese patrón amoroso crecimos casi todos. “El amor de mi vida has sido tú” o sea un amor para toda la vida, como el de tus padres, abuelos y vecinos. La ruptura de una relación amorosa en aquellos días era como una tragedia griega. Todo debía de ser indisoluble y eterno. Y si se rompía el amor, quedaba una amargura de por vida: “En mi casa y en mi alma, hay un sitio para ti”. Cuando los del pueblo “bajábamos” a Castellón en el auto de línea de la Hicid, aprovechamos el día de compras, de aquellas cosas que no teníamos en las tiendas y colmados locales. Recuerdo entrar en Simago Prisunic, en la calle mayor y caerte la baba, de tantas cosas como allí se mostraban al público. Y en una estantería mirando a la plaza Cardona Vives, Discos y Casettes. Y allí estaban Camilo Sesto, Nino Bravo, Roberto Carlos, Demis Roussos, y otros muchos más.

    Pero la paga no llegaba para el casette. Así que a echar mano de la madre, que siempre están atentas y vigilantes hacia el hijo adolescente que empieza a descubrir mundo. Y como fuere, Camilo Sesto entró en casa aquel otoño del 72. La cinta fue un descubrimiento, que digo, un universo de sensaciones emocionales en aquellas letras penetrantes y melodías dulzonas, que sonaban mayestáticas fruto de aquella poderosa voz, aún hoy inimitable. Aquella cinta fue el himno de nuestra pandilla a la hora del guateque, a la hora de apagar la luz y bailar agarrado. Aquella cinta se fundió de tantas vueltas como daba en bobinado y rebobinado. Aquella cinta marcó el despertar de los sentidos de una generación, que fue aprendiendo las cosas del querer. De ese amor romántico y fiel, tan imposible que siempre acabó en desamor, aunque eso aún tocaba descubrirlo.   

    A Algo de mí, siguieron otras muchas cintas de casete de Camilo y otros autores que iban apareciendo en el panorama musical. Camilo fue como el primer amor, único e irrepetible. Muchos de los amigos de aquel tiempo lo recordamos con cariño y esa pizca de ingenuidad en la que nos movíamos todos. Porque el alcoyano seducía a las chicas como nadie, su planta, su melena, sus labios cantores, las letras, la música, la voz, la interpretación de los temas del que era autor y compositor. Un crac del momento y para siempre.

    El colmo de los colmos fue cuando se anunció al gran Camilo Sesto para las fiestas del pueblo. Aquello resultó un terremoto porque era el número uno en las listas de ventas y el más escuchado de las radios. Siempre la radio. Aquel verano de 1973, Camilo apareció en la Pista Jardín a finales de agosto. Aquella Pista mítica, sencilla y única, donde todo lo mejorcito del panorama musical hacía parada y actuación por fiestas. Camilo apareció en mitad del ruedo, sin protección, de negro y marcando paquete, micro en mano encandiló a aquella pléyade de fans de toda edad y condición. Recorrió el círculo de aquí para allá, se agachó hacia la juventud con una proximidad inédita, Camilo Sesto con su voz y saber estar, agrandó aún más su leyenda en aquella noche memorable, que muchos todavía recuerdan como una actuación irrepetible.

    Somos muchos los que sentimos la muerte de este gran artista. Como todo grande en este país, ha sido denostado, medio olvidado y jamás reconocido en su justa medida como un personaje único en su oficio (cantante, escritor, músico, compositor, productor, promotor…) donde más de una vez, tuvo que sacar la pancarta de: “PERDONAME” por conseguir el éxito con todo merecimiento. En esta España cainita se desprecia muy bien y se entierra mejor. Espero que tras la muerte, como un buen guerrero de les “filaes alcoyanes”, siga ganando batallas este artista inconmensurable que fue Camilo Sesto. 

    Descansa en paz Camilo Blanes, el sexto de los hermanos. El chico que se fue a triunfar a Madrid en la década de los mágicos sesenta. El hombre que vivió los placeres y dramas de la cumbre. Nosotros, mi generación y siguientes,  seguro que no te olvidaremos fácilmente. Sencillamente porque siguiendo el ritmo de tus canciones, no podemos hacerlo, “…te vas pero te quedas, porque formas parte de mí” de nosotros, que aún pintando canas y con el cuerpo magullado por la vida, recordamos con tu letra y música, los mejores años de nuestras vidas. De aquellos años gloriosos que ya nunca volverán. Y eso, Sir Camilo, ¡no tiene precio¡  Gracias por darnos tanto.

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