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Por Vicent Albaro
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La flor del almendro

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    La flor del almendro- (foto 1)
    La flor del almendro- (foto 2)

    Estos fríos sobrevenidos tras un otoño seco y caluroso les han hecho un favor a los almendros. Las temperaturas primaverales que se prolongaron hasta la Navidad y más, comenzaron a despertar sutilmente las yemas dormidas del almendro montaraz, que gracias a las últimas heladas han contenido su explosión floral que de haberse producido, nos hallaríamos ante otro año sin cosecha debido a las heladas que queman los pequeños frutos. Pero aun así, hasta que febrero no diga su adiós todo puede acontecer por estos pagos y de lo referido para nada bueno.

    La flor del almendro alegra nuestros campos llenándolos de luz. Los tonos pardos, grises, ocres y verdes de nuestro entorno natural se iluminan de la noche a la mañana de flores blancas y rosadas que alegran los ojos del alma. Son pequeñas nevadas sin agua ni humedad, sin frigidez. Son como árboles que se adornan con luces navideñas sin la mano del hombre, es más bien la naturaleza con su abigarrada fuerza eterna e invisible, quien regala un espectáculo colorista y arrebatador, que se desparrama por bancales, colinas, collados y planicies por donde campea este árbol noble y resistente que llamamos almendro.

    Esta flor sedosa y frágil es un símbolo de esperanza. Con su aparición se visten los campos de una nueva pátina, de un anuncio incontestable que vibra en sus trémulos pétalos sin estridencias, diciéndonos que la primavera está ahí, a la vuelta de la esquina. Que la estación en la que se renueva la vida, llama con campanillas insonoras y lumínicas que se acerca con toda su explosión vitalista a campar entre nosotros, y que los fríos y oscuridades quedan atrás dando paso a la luz y los días tibios.

    La flor del almendro es la sinfonía muda del trabajo callado de los hombres que lo cuidan por campos y soledades. Labrantíos, podas, quemas, abonados, tratamientos de cura de heridas y enfermedades, ese pulgón pegajoso y arruga hojas, un cuidado invisible para el profano, para que los almendros luzcan ufanos y altivos en su barroca floración que subyuga y extasía. Y que después se pintarán de un verde vivo y provocador para mostrar en abril, unos pequeños frutos blanquecinos que son la fragilidad latente y acuosa de lo que al final del verano se convertirá en la ovalada, dura, leñosa y sabrosa almendra.

    Una lección de vida como tantas otras. De esa flor tan frágil, con el tiempo se convierte en un fruto duro de pelar. Mientras la flor es motivo de recreación poética por su singular belleza, de admiración al paisaje que la contiene y hasta inspiración pictórica de grandes artistas, el árbol artífice de esta singular belleza necesita de la mano humana, primero para plantarlo y después para darle los cuidados precisos para su ciclo vegetativo. Poesía y practicidad van de la mano, y así deberíamos contemplarlo cada vez que observamos esta maravilla natural.

    La vida en el campo no pasa por sus mejores momentos. Este oficio tan viejo y honrado ha sido defenestrado, cuando no despreciado por quienes ven una bajeza, la dedicación profesional o virtuosa a la agricultura y al mundo rural. Desde la confortable ignorancia capitalina, se está haciendo un daño irrecuperable a las gentes que aún sobreviven por nuestros campos, y que son quienes modelan  estructuran el paisaje. Desde la mala fe de algunos individuos que legislan contra el mundo rural, sin haber pisado un labrantío en su vida, amenazan con arrasar con la vida campera que se sostiene a duras penas, por lo ingrato del trabajo y el poco rendimiento que procura. Que al final solo quedarán campos abandonados con árboles muertos dentro, en la Plana ya son unos cuantos.

    Desde las malas políticas de los gobernantes del ramo, que por interese oscuros, incompetencia en la gestión, o pare la mano y mire para otro lado, hacen que los productos nativos se pudran en los campos, o se deprecien en detrimento de otros llegados de fuera, de peor calidad y tratados con productos fitosanitarios prohibidos por la Unión Europea, y que dejan pasar con venda en los ojos y corruptela que apesta. No está el campo para florituras en estos momentos, se les niega el agua, se les complica de forma absurda su trabajo y los rendimientos finales no dan para una vida digna. Que alguien haga algo por favor, o comeremos piedras en menos que canta un gallo. La bella flor se convierte en almendra, que el labrador debe cobrar para seguir manteniendo sus cultivos.

    Disfrutemos mientras tanto de la flor del almendro, de la sutil polifonía de su presencia en nuestros campos. Seguro que en nuestros paseos campestres la gozaremos y nos llenará de vigor el espíritu del niño que llevamos dentro. Pero cuando contemples esas flores rosadas y blancas, piensa en quién está detrás del árbol que de buen seguro necesita de tu ayuda y comprensión, para que sigas observando esas bellezas por mucho tiempo. Que así sea.

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