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Por Vicent Albaro
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Els Pelegrins de les Useres

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    Els Pelegrins de les Useres- (foto 1)
    Els Pelegrins de les Useres- (foto 2)
    Els Pelegrins de les Useres- (foto 3)

    Trece hombres santos a San Juan de Peñagolosa. Me he preguntado muchas veces, qué tozuda inquietud ha llevado a “Els Pelegrins de les Useres”, a sostener ese camino de plegaria y sufrimiento, en esa ruta penitencial desde su pueblo, al ermitorio del precursor de Cristo. Esa pregunta no ha dejado de atosigarme, máxime cuando realicé la misma ruta con ellos, sin el silicio que compone el severo y marcado ritual del consueta, al que están voluntariamente atados. Aquella peregrinación de lluvias y truenos, la otra de viento desmesurado, la del sol implacable, o de nieve tardía que cruje bajo los pies desnudos, mientras procesionan descalzos en la noche oscura con la imagen del Bautista y el acongojante cántico del :“Deus tuorum militum”. Qué misteriosa secuela provoca tamaño sacrificio humano, físico y espiritual, que comienza con el desarraigo del hogar, para volver al útero del pueblo que no es otro que su iglesia parroquial, al segundo día, con el cuerpo molido, cabellos y barba hirsutos, la cara desencajada y los ojos ojerosos como elevados a la mística del regocijo espiritual sin saberlo y muchas veces, ni proponérselo. Pero es así, tal cual.

    Qué cúmulo de calamidades tuvo que soportar esa comunidad de les Useres, en el Alcalatén profundo, para que unos diputados emprendieran esa aventura por montes y collados, por sendas destartaladas y a merced de los elementos, a implorar al Altísimo su favor y clemencia. Pues podríamos imaginar aquellas terribles epidemias de peste negra o cólera morbo, la interminable sucesión de guerras por ejemplo, que arrasaban nuestros pueblos con criminales efectos sobre las gentes. Solo hay que ponerse a pensar si en el lugar donde uno vive ahora, fallecieran en pocos meses entre el 40 y el 50% de sus habitantes. Da horror solo imaginarlo. Y qué pensar de aquellas sequías pertinaces, que abortaban cosechas y a falta del pan, llegan los dramas del hambre, de la enfermedad y de la muerte. ¿Y quién puede auxiliar en su puerca miseria al ser humano? ¿Quién puede salvar a ese hombre que nace desnudo y desvalido, y acaba desnudo convertido en polvo y aire? El Dios trino y Uno. El Verdadero Dios: O Vere Deus. Y en esa humildad de saberse pequeños y vulnerables, aquellos hombres igual que otros, en lugares dispares, iniciaron estos actos de sacrificio personal, para salvar al resto de la comunidad de males insoportables. Son en realidad mártires o héroes que se sacrifican por los demás, y por ello hombres santos.

    Y solo los sencillos y puros de corazón pueden verlo. Como aquellos masoveros y pastores solitarios, que años ha, se arrodillaban a su paso, rezaban con ellos, les besaban las manos y eran agasajados con un pedazo de pan bendito, como mayor premio a una devoción tan secular y antigua, que se pierde en el tenebroso mar de los siglos. Seguramente habrá muchos, que se dejarán llevar por el encanto de misterio y estética plástica, que toda esta procesión conlleva. Y que sin dudas la tiene. Puede que algún peregrino se haya motivado por ese preámbulo, o por seguir la tradición popular y costumbrista, puede. Puede que le atraiga de sobremanera, la fama y proyección que este acto ha ostentado en los últimos tiempos. Pero ese hombre joven o viejo, que viste hábito azul y sombrero negro raído, que se apoya en un bastón para soportar actos de humillación y cansancio inimaginables, consciente o no, va a convertirse en santo.

    Al menos mientras dure su vinculación con el evento. Al menos mientras sea consciente y acepte, la terrible responsabilidad que provoca el hecho del caminar en un ritual iniciático, que nos traslada de manera clara y rotunda a lo más profundo de la Edad Media. No conozco modestia aparte, y mira que tengo amplia perspectiva, y me repito, no conozco nada parecido, con tal carga de conciencia religiosa, silencios, humildad y sacrificio físico, extensible en muchas horas como dura esta procesión. Posiblemente las haya habido en el pasado, con total seguridad, pero no ha trascendido hasta nuestros días, por lo tanto no existen comparativas. Ese voto del pueblo que se plasma en el rostro asceta del peregrino, es algo más que una costumbre, una fiesta local, una excursión por parajes bellísimos, o unas jornadas de convivencia al aire libre. Es el clamor de una sociedad sufriente al DIOS Vivo y Resucitado de la Pascua. “Jesu Christe audi nos”. Y eso es cosa seria, muy seria, rematadamente seria que merece mucho respeto y honda consideración.

    Quien vive o ha vivido situaciones de padecimientos por enfermedad propia o de familiares, esa lotería inmisericorde del mal incurable. Que toca cerca o en carne propia. Ese accidente imprevisto, que destroza las vidas de golpe como hachazo inmisericorde. Esas relaciones truculentas cuando no imposibles, por egos inflados e inmadurez en la convivencia elemental y llevadera. Esa soledad cada vez más extensa. Ese paro a los cincuenta y tantos, que le hace a uno un paria de la sociedad laboral, y que acaba siendo un desperdicio social irrecuperable, sino interceden familiares, amigos o vecinos. Etc. Etc. ¿Alguien puede dudar a esta hora, de que las machaconas súplicas del: Danobis, salutem, pacem et pluviam de coelis”, puedan tener hoy, pervivencia y significado? Si cambiamos la lluvia por el trabajo, estamos pidiendo al Dios Vero de la Trinidad con angustia vital: Danos salud, paz y trabajo. ¿Qué más necesita el ser humano para desarrollar su normal existencia?

    Pero hoy, inmersos en una sociedad hedonista, frágil y melindrosa, cobarde y comodona, en suma egoísta y suicida, que no quiere saber nada del Dios cristiano, aunque la bandera de la Unión Europea ostente las estrellas de María Santísima, se ha propuesto renegar de sus principios más sagrados, aquellos que le dieron vigor y consuelo para sobrevivir en tiempos horribles y peligrosos. Fuerza, para resistir las calamidades y el consuelo para aceptar lo irremediable. Aquellos antepasados a quienes solemos vislumbrar desde la distancia del tiempo, con cierta superioridad intelectual y sonrisa un tanto compasiva; ahora resulta que eran más fuertes que nosotros, con más agallas y arrestos para encarar las dificultades que les tocó vivir. Y la procesión “dels Pelegrins de les Useres”, en su conjunto y complejidad, es la mejor prueba de ello. Es una gracia de Dios haberla conservado en el tiempo, a pesar de los pesares. Para que sirva de ejemplo viviente en el día de hoy, a la desnortada sociedad postmoderna, que el cordón umbilical entre la vida y la muerte es muy sutil, debilísimo y frágil. Que dejar al hombre sin Dios y al niño sin religión, se le hace un daño irreparable. Pues al matar la FE y su conocimiento, se le debilita emocionalmente, además de secuestrar la memoria histórica como el precioso legado de sus mayores, que es.

    Solo hay que presenciar als Pelegrins en su pureza, despojarlos de la teatralidad o la emotividad sensiblera, bucear en su esencia primigenia al escuchar todos sus cánticos, por ejemplo “Ne recorderis pecata mea, Domine…dum veneris judicare saeculum per ignem” Catequesis pura a pie de calle, y no solo antropología humana, que también. Bon camí, pelegrí.

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