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Por Ángel Padilla
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El sueño de los durmientes

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    El sueño de los durmientes- (foto 1)

    Y siguen señalando arriba. A un lugar impreciso de lo alto. "Mira lo que están haciendo con el mundo y con nosotros", protestan, con voces que sólo escucha el metro cuadrado de tierra que pisan, la tierra que escuchándolos decir tanta tontería siente vergüenza, pero también pavor.

    La Tierra, en peligro capital de muerte segura. La arrasadora humanidad le tiene el corazón muy frágil, y llora, está llena de ira, porque ella sólo ha entregado amor. Aire que respiramos. Cobijo para todo tipo de seres, agua fresca y sana, sus cielos, sus mares, sus valles y campos donde tan bien nos ha recibido de niños y lo sigue haciendo ahora, de adultos. Y ¿para qué?

    A la Tierra ya no le queda esperanza. Advierte que los más inocentes entre los inocentes, los animales y sus árboles, florestas y cúmulos gigantes de agua, son aplastados y envenenados a diario por cada uno de los humanos que la habitamos. Sobre todo, claro, los que menos respetamos la cadena trófica, los de los países llamados ricos, desarrollados, que ni de lo uno ni de lo otro tienen nada ya.

    7.500 millones de personas andando por aquí, y sólo un puñado de ellos decidiendo los destinos de todos, del planeta entero. Los gobernantes, los amos, los grandes ricos.

    ¿Cómo se llegó hasta aquí?

    Hay muchas teorías. Muy pocas explican con rectitud y claridad que lo que existe es un lavado de cerebro de primer grado, el mismo que padece alguien que cree que su cuerpo se levantará sano y en su mejor momento vital, después de la muerte física, en un lugar paradisíaco, hablo de los Testigos de Jehová; cuestión de fe, o sea de estulticia, de muerte completa del pensamiento crítico, de cualquier persona que profese con fervor una religión, los islamitas, machistas ellos, pero lo creen con fe, firmemente, que al morir abrirán los ojos en un Edén lleno de mujeres cosificadas para ellos, un gran burdel de esclavas sexuales. Estamos realmente ante enfermos mentales. Estar en una secta es tener lesionada realmente la razón, la capacidad de discernir, de pensar. De ejercer una crítica mínima a lo que de sentido común es estúpido. Los cristianos creen que Dios les espera a la muerte, entonces están tranquilos con lo que ocurra aquí, sea lo que sea, porque dios siempre perdona y su Reino celeste es magnífico, eterno, de fruto y felicidad interminable. Cuando se pare el corazón, comienza a latir en ese mundo feliz.

    Y se lo creen.

    Lo creen de verdad.

    Es para ponerse a gritar, sabiendo esto. Que millones de personas en el mundo creen estas idioteces, integradas en su vida como verdades de fe (dogmas, clichés), y por eso la indolencia colectiva, porque por aquí y por allá, pocos están sin abrazar a algún autoengaño vital, para superar el miedo.

    Todo es por miedo. Siempre he dicho que prefiero una verdad terrorífica a una dulce mentira donde no te das cuenta que te están apuñalando, ni notes tan siquiera el dolor.

    Eso tenemos aquí, no se percibe el dolor. El común y el del cosmos entero, y no se actúa.

    Creen, como digo al inicio, que todos los males son producto de la mala gestión de lo que llaman los gobernantes, y de facto lo son. Y realmente hacen una horrorosa gestión de todo, enfocada a hacerse ricos ellos y su entorno.

    Pero con el beneplácito de los ciudadanos y terrícolas, que son garantes de que esos gobernantes fabriquen e inventen guerras, matanzas por todo el orbe, hayan llevado con sus políticas medioambientales (la ausencia de ellas) la mayor parte de nuestra tierra. Garantes porque los votan. La primera impugnación contra el sistema sería retirar el voto. Pero a votar van como zombis, les pasas la mano por delante de la cara y no te ven.

    Los que nombramos la política como una parte más de la secta -desde la política habla el orador de fe-, somos tratados como poco prácticos, los utópicos.

    Tan dormidos están, aniquiladas sus razones, además de con capas y capas de mentira, con la sobresaturación de información de los medios, que todavía creen que en algún momento saldrá de un alcantarilla un hada mágica y con su varita revertirá todo el daño a nuestra casa verde. O qué se yo que creen. No ven, necesariamente, hacia adelante. Probablemente les da igual lo que ocurra en 50 o 100 años aquí -es lo más horroroso de pensar, que no les importa-, porque ellos ya no estarán para sufrirlo. Lo curioso es que buena parte de ellos tienen descendencia, sus hijas e hijos quedarán aquí, entonces el autoengaño consiste en que "alguien alguna vez hará algo".

    Y ese alguien, fatigosamente y de nuevo, lo sitúan "arriba".

    Sueñan. Soñadores durmiendo desde hace siglos, en la noche sueñan y en el día, duermen también. Si Platón y Sócrates vivieran hoy serían acorralados y hostigados hasta la muerte como Julian Assange.

    ¿Cómo despertar a tantos millones de durmientes y avisarles de que Jim Jones ya ha exterminado a casi todo Guyana y parsimonioso y oscuro viene a por todos nosotros, con sus más fervientes seguidores armados hasta las cejas, a nuestra cama, a nuestro lecho, y en sueños oiremos disparos...?

    Es el primer momento en toda la historia de la humanidad que el problema a atajar son tus propios vecinos.

    En que el concepto de "pueblo" es también el enemigo.

    Tiempo en que no cabe derribar un muro, como en toda lucha social (el del opresor), sino, hoy, dos. Dos muros.

    Y los despiertos, tan pocos, en mitad de ambos muros.

    "Si es bueno vivir, todavía es mejor soñar, y lo mejor de todo, despertar."

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