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Por Ángel Padilla
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Las fases de "La Bella Revolución"

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    Las fases de "La Bella Revolución"- (foto 1)

    Hola a todas/os. Aquí me tenéis, desnudo como el viento. Sólo un alto en el camino para decir.

    En estos días estoy terminando mi obra poética La Bella Revolución. Se podría decir que ya la he terminado. Pero cuando se acaba una obra y aún se está en caliente, hay que esperar unos días, o un mes. Según la obra, uno sabe cuánto tiene que esperar para tornar a leerla, con distancia entonces y como lector, lo más cercano a un lector, quiero decir, ya que siendo el autor poca distancia se puede tener. Hay obras que si se dejan reposar mucho tiempo, para la última lectura del ok definitivo, es contraproducente, porque el tiempo ha hecho que cambiemos algo nuestra mirada, y podemos tener el impulso de cambiarles cosas sustanciales, generando una obra distinta, al final. Eso me ha ocurrido ya con muchas, sobre todo las de mis inicios. Hoy, con más oficio, escribo en caliente, con enorme inspiración, sin ella no hago nada. Y sé, mientras escribo lo que escribo, que es lo que quería decir porque yo mismo, mientras lo veo escrito a mano rápida en el papel me sorprendo de que "me gusta" y de que me sorprende. (Si no te ocurre a ti, que escribes, no le ocurrirá al receptor.) Y cada vez más, en esta forma, creo la única, de hacer arte, estoy de acuerdo con la frase juanramoniana de "No le toques más, así es la rosa." Sé, más que nunca, cuando la obra me expulsa.

    Juan Ramón, él que era un archiretocón. Quienes al final de su vida le hacían las antologías definitivas de su obra, temían. Tenían pavor, Juan Ramón siempre devolvía el mismo poema retocado en algo, mejorado según él. Hasta llegar a su etapa de poesía pura, que llamó a una poesía carente de adjetivo, ornamento, de palabra limpia como el aire y por tanto -según su teoría- en pleno vigor de belleza, Juan Ramón era el toc de manual. Siempre que se cambiaba de piso, que lo hizo muchas veces en su vida, se afincaba en un lugar cerca de un hospital o lugar sanitario, donde viviera un médico cercano. Tenía pavor a la enfermedad, si notaba su frente caliente, por el calor natural, ya creía haber contraído fiebres, temía a la enfermedad, temía a la muerte. Y temía a la errata. Como Cernuda. Los mayores enfados por las erratas que han estallado en este país son los de Cernuda, las ígneas cartas ceñudas de niño decidido a separar caminos entre editorial y autor, por las erratas... leer las cartas de Cernuda a los editores es una delicia. Muestran cuán amor se ha de tener a la literatura, en consecuencia, a la palabra.

    Nuestros mejores autores y autoras sabían del poder de la palabra, de su capacidad redentora, movilizadora. Sabían de la literatura como algo vivo.

    Y como viva al fin veo La Bella Revolución, es como digo: la he terminado.

    En la larga trayectoria de libros escritos -menos publicados de los que aún reposan, ordenadamente en sus carpetas de colores, en mi habitación-, después de "La guadaña entre las flores" y "Mundo al revés" y su larga y hermosa trayectoria hasta ahora, La Bella Revolución es, siempre lo he entendido así, mi obra más... ¿relevante? No encuentro adjetivo. Quizá, si he venido para algo, además de para escribir los demás libros, es para escribir La Bella.

    Con La Bella Revolución llevo más de 20 años seguro. No sabría decir cuánto más de esta cifra, habría que remitirse a mis cartas, que en tiempos pretéritos los escritores, y las escritoras (o sea todo el que escribía epístolas), nos comunicábamos con el papel que iba por las calles en la saca del cartero, en camiones, en sacos llenos de otras voces, adentro de un griterío indescifrable, voces que separadas y ya entregadas a puerta de destino, la nuestra encontraba ya su punto, y el receptor conectaba con nosotros. Allí seguro conté en alguna nota del inicio de mis mejores visiones, las de La Bella Revolución.

    Ya cuando comencé a tener amistad con Manuel García Viñó, ya partido hacia la espera de que sus fantásticas novelas se recuperen por una crítica libre -que hoy no la hay-, recuerdo que el concepto de La Bella, como revolución en que un día, de un futuro lejano, se abrirán todas las jaulas de todos los reos animales en el mundo, la tenía en mente. Comencé a saber de ese futuro desde muy joven, cuando comencé a escribir mis primeros y peores libros. Esos libros, unos 30, que encuadernaba con tapa dura en una papelería, los poseo bien guardados. Como muestra de mi evolución, hay cosas buenas, la mayoría malas, pero se puede escudriñar la evolución, la simiente, hacia dónde ya iba mi decir, sin oficio, claro, allí. Tengo cartas con Manuel, el terror de los y las novelistas actuales de Planeta y del consorcio del libro objeto, una cuadrilla de entretenedores de no lectores. Desde su revista La Fiera Literaria, Manuel, junto a otros colegas, ejercía una crítica temible, "crítica acompasada", la bautizaron: consistía en, básicamente, ir anotando las incongruencias, negligencias expresivas y errores tremendos de comunicación, en cristiano, de hacerse entender, de los novelistas que desde la Fiera llamaban "del Sistema". En esa época, donde los responsables de La Fiera fueron invitados para un especial del "Negro sobre Blanco" de Dragó, para hablar de la histórica revista. Allí ya yo tenía las flores salientes de mi cabeza y los caminos de la Bella, cuando en otro programa de TVE en que Dragó invitó a otro escritor, no recuerdo cuál, de los "del Sistema", y ante las risas y bromas malas del autor, Viñó se levantó y le dio una bofetada que salió en todos los zapping después.

    De esos primeros treinta libros desechados, de los que hablaba antes, no quiero nada, son sólo documentos y nada más. Son como los primeros aleteos torpes de un ave novicia.

    Francisco Alonso Fernández, en su libro "El talento creador", que recomiendo mucho -lo releo, también "El genio y la locura", ambas obras altamente recomendables-, explica, según los estudios que se han hecho sobre las vidas de distintos creadores de diversos ámbitos artísticos, cuánto tiempo se requiere para ejercer con eficiencia cualquiera de las artes, los músicos son los más precoces, de muy pequeños ya pueden, como por generación espontánea, grabado en su gen, seguramente, tocar un instrumento en pocos días y tornarse generadores de sinfonías, a los conocidos casos de creadores de temas clásicos me remito. Para la novela y la poesía Alonso Fernández sitúa una condición, hay que estar escribiendo con constancia al menos diez años, hasta que la voz particular aflora con fuerza y ya se tiene el oficio. Esto es sólo una orientación, por supuesto. Hay casos de autores de una sola obra, que han escrito sin haber creado nada literario antes, y que ha resultado un clásico, tipo el Frankenstein, de Mary Shelley. En general no es así, para alcanzar una voz, tu voz propia -si la tienes-, has de escribir mucho y tirar a la papelera más. Y sin tesón, no hay nada. Me suele escribir gente preguntándome qué tiene que hacer para escribir un libro. Cuando me dicen algo así ya tengo la respuesta, pero prefiero no decirlo.

    Como decía Jesús Lizano, escribir es una misión, conspiración, íntima. Y no se necesita cómplices, ni preguntas. Se hace y ya está. Tropiezas solo. Te frustras solo. Te hundes solo. Te tornas a levantar solo para escribir por enésima vez un libro de inicio a fin. Hasta que crees que lo tienes. Y al mes, lo vuelves a leer y dices: ¿cómo podría creer que esto era bueno? Y así, somos Sísifos llevando la roca arriba y cayendo esta en el pico, hacia abajo, y nosotros mirándola, con ojos de minero cansado, triste, sin blanca en los bolsillos y en el alma, y nada más. Para escribir hay que tener un aguante considerable. En general, admirable dicho aguante porque, vuelvo a Francisco Alonso, la escritura es de las artes más duras, más sufridas. Entre los creadores, los pintores y pintoras son de los más sanos mentalmente, luego las patologías mentales emergen más entre los músicos, los alcoholismos se dan mucho en los novelistas y poetas, y finalmente el artista que peor queda en sus estadísticas es el poeta, es quien más patologías mentales suele padecer y la "profesión" artística donde más índice de suicidios hay.

    Si eso le aclara algo a quien quiere escribir poesía y duda de si podrá, me alegraré. Porque uno sabe si nació para escribir novela y poesía, ambas o alguna de las disciplinas, se siente, y no puedes dejar de hacerlo aunque quieras. Lo contrario no se da. Explica Alonso Fernández que talento sin esfuerzo no llega nunca a nada. El genio -dice- es una mezcla entre un enorme esfuerzo, titánico, de trabajo diario, y una parte de talento. Pero el genio vago, como  lo llama él, jamás culmina su obra, es un sucedáneo, una especie de aborto de las artes.

    Quien haya llegado hasta aquí verá que mis palabras circulan como un río, libres, ejerciendo razonamientos pero como aves que van de copa en copa, comenzamos en un parque, al parecer, y en peregrinación por un cielo de razonamiento hemos llegado a un valle más amplio y distinto. A un otro lugar. No. Todo es lo mismo.

    Si tú, hermana, hermano, te fijas, he dicho en todo momento lo mismo: que todos estamos aquí para decir algo. Pero que si lo queremos decir tenemos que emplear todo nuestro coraje.

    El concepto de La Bella Revolución en verdad no se constriñe únicamente a este libro del que hablo que acabo de terminar. Si es que esto es así. El tiempo lo dirá (aunque, ya con mi oficio asentado y seguridad de mirada mayor, sé, con un alto rango de posibilidad de no error, que es así: Terminado. Crudo y bello, según estimo. Peligroso y poético, como quería. Que la poesía fuera peligrosa). Y decía, la bella revolución como concepto transita en toda mi obra, en los demás libros ya publicados, así he ido viendo cada vez con más claridad en el tiempo.

    Ya está en cierta forma enunciado en los compartimentos ficcionales de "Prisión Europa", "Funerales del caballo", "Camino/The Paht", el pronto a publicarse "Es tan culpable el que canta para no oír a los fusiladores que los fusiladores".

    En otros, éstos no publicados aún, como el "Daniela" va ya la bella, y en "Door To Hell", se diluye y sube, en las voces de "Noticias desde casa" y "Pegaso de estrellas", hablando en las novelas animalistas, en mis obras de teatro, tanto las inéditas como las llevadas a representación. En las danzas que se han hecho sobre poemas míos y en las canciones que diversos músicos han realizado sobre partes de mi obra.

    Esa bella revolución, un Canto, una marcha de cantos, está en marcha en todo mi decir poético, lírico. Mi noticia está en marcha desde que comencé a escribir, ahora lo puedo decir.

    Alguien dirá, qué poca capacidad de certeza. Pero el oficinista trabaja con luz, sabe dónde están los archivos. El poeta escarba, ahondamos tierra o caminamos en oscuridad, siempre. La oscuridad nuestra en tu día, sobre ella vemos nuestras visiones. Y nos equivocamos tantas veces.

    En ese equivocarse se encuentra la certeza, hay que saber verla. Un parque desierto lleno el suelo de hojas secas de otoño, entre ellas hay una amarilla luz, ésta es.

    Escribir es una profesión parecida a la del arqueólogo, comienzas a desenterrar y a ver los primeros huesos, crees que son de un animal pequeño, luego ves que es más grande, lo que piensas es de un animal pero al final se eleva, retirada la tierra, toda una ciudad, o todo un qué se sabe.

    Me quedo mejor, en arte, con el "todo un qué se sabe".

    Como en novela, es mejor sugerir que explicar, en poética es mejor -así creo- hablar de corazón a corazón que de razón a razón. Mejor aún, de rabia a rabia. De ira a ira.

    Y de amplitudes a amplitudes. No me gusta la poesía intimista, donde los poetas cuentan sus miedos y describen sus casas. ¿De qué me sirve eso?

    En mi caso describo cielos, y océanos sin finales visibles. Todo lo más grande que veo, que cada vez lo es más y no porque lo pida, sino porque mi mirada, ante mi asombro, se abre como la de los burros.

    Viendo ya cerrado el libro más "flor" de los que se me ha pedido escribir, toda mi cabeza es un único ojo.

    Y sé cada vez más que mi poesía es para marchar. No para quedar en los libros.

    Cuánto por decir, cuánto por contar, cuánto por saber y descubrir.

    En un tiempo en que se cuenta el mundo desde un único emisor, y siempre de manera fea e indeseable.

    Hay un barco esperándonos en el puerto, a todos. Nos esperará eternamente hasta que la última pasajera haya arribado a cubierta.

    El mar azul tan crispado parece hierba. Hay una palabra en nuestro pecho que ahora está hablando con más sonido y fuerza que nunca.

    No quiero contar nada sobre el interior de La Bella, pues es un libro que desde el inicio se me dijo que debe leerse cuando se edite, que todavía no es momento -cuando sea me será dicho-, y debe leerse por aquellas y aquellos a quienes está destinado. Además de leerlo todas y todos los demás, claro, para saber de lo que ocurrirá -interpretar lo que ocurrirá, si creen que será posible-. No hay método ni máquina capaz de medir la altura de lo que se acerca, y no temas, habrá mucha sangre, pero es para bien. No será roja esa sangre caída sino azul.

    Hay un poema de La Bella Revolución que he introducido in extremis, cuando ya estaba terminándolo, y es de él, pertenece a él, y en el lugar exacto en que lo he colocado, ese canto es "Laura los Pueblos", dedicado a mi sobrina Laura y en el que hablo a los jóvenes, al nuevo humano, deconstruido, reconstruido, sin países, fronteras, con mirada liberta. Toni Cotolí, uno de los mayores maestros actuales de la guitarra española, está creándole música a dicho poema. ¡Gracias, Toni!

    En Laura los Pueblos, uno de los poemas más abiertos que he escrito, uno de sus versos dice "Laura amanece, madre amanece, padre amanece."

    Me resulta imposible de sustraer de contar, ya para finalizar, una anécdota concurrida en el proyecto ya finalizado del videoclip desde el confinamiento, éste al fin para los animales no humanos, colgado ya en youtube y con nombre "Llora Britches (confinamiento 2020)", que ha emergido a partir del tema "Llora Britches", compuesto en 2007 por Lyvon y Eugenio Toribio, con letra mía y traído a la actualidad, insisto desde el confinamiento y con la problemática que conlleva esto, por varios músicos con el resultado [mejor aun de lo] esperado: potencia y belleza. Miembros de bandas como Azrael, SynlakrosS, Sylvania, Abismo o Electric Bang han cantado, y tocado, en la canción coral rediviva, más llena de luz y de pasión, escalofrío saber que animales humanos confinados cantan para el desconfinamiento de los animales que nacen y mueren así, en encierro. Lo anecdótico es que, entre los comentarios elogiosos del vídeo en el portal youtube, uno comenta: "sólo aparecen humanos!".

    ¿"Sólo" humanos? Y ¿de dónde cree ese buen señor que reclutaremos las milicias verdes para liberar a los animales, para esa bella revolución que dará de nuevo a la luz y a la hierba alta a todos los reos animales y a nuestros ojos, que nacerán al fin a una realidad que nunca sentimos ni vivimos?

    Nuestro animal humano es el que libertará, y nos liberará. No otra cosa.

     

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