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Por Ángel Padilla
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«Entreparéntesis. Poemas de la cárcel», de Alberto García-Teresa. Reseña por Ángel Padilla

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    «Entreparéntesis. Poemas de la cárcel», de Alberto García-Teresa. Reseña por Ángel Padilla- (foto 1)

    Una niña, de apenas dos años.

    Una niña de apenas dos años encerrada en un ala de una cárcel. Que es hija de una presa, la presa es la protagonista de esta historia real contada a ritmo de verso vertiginoso y prosaico, en un sentido narrativo del contar. Hija y madre encarceladas, padre de la niña y marido de la presa también encarcelados, la cárcel como un protagonista más, quizá el más poderoso, de una obra interesante y muy curiosa, de la que voy a hablar ahora.

    Porque "Entreparéntesis. Poemas de la cárcel", de Alberto García-Teresa, publicado por A.C. Agita Vallecas en 2022, en una edición muy bonita tanto externa como internamente, Poemario finalista del Premio Asterión, es el relato escalofriante de lo que ocurre dentro de esos mausoleos tremendos que usa la sociedad humana desde hace siglos para apartar a todo aquel o aquella que traspasa la línea de lo legal alterando el orden comunal y/o generando violencia grave, crímenes y 'altercados' de todo tipo. En la cárcel estuvo André Gide, de hecho estuvo muchos años, fue apodado por ello en Francia como "el poeta ladrón". Realmente, hasta en las casas de sus amigos, no podía dejar de robarles cosas, a quienes lo mantenían un tiempo, pero eso ocurría también con Dylan Thomas, llamado por sus conocidos "el gorrón", quien también robaba todo lo que podía de las casas por las que pasaba porque consideraba que la condición de poeta te otorga el derecho a coger del mundo cuanto quisiera, porque su "grave oficio" es el más alto y necesario para el mundo, decía a quien quisiera escucharle. El escritor un dios, el poeta, un dios, en cierta y muchas formas.

    Los dioses no habitan las cárceles. Sólo el infierno, un árido infierno. No obstante, hay estudiosos de la sociología y la historia humana que consideran las cárceles como un mal menor. De lo contrario, nos interrogamos, ¿qué se haría cuando se caza a un cazador de niños o de mujeres (violadores, asesinos, etc.)?

    Ese mal menor de las cárceles, en ocasiones -tantas- observa ingresar entre sus onerosos y lúgubres muros a inocentes. Este es el caso, nos cuenta, el autor de la historia real narrada, la historia penitenciaria de la que allí dentro llamaban "la Nena", una mujer que, enredada en una situación extraña de la que no se detalla demasiado más que el hecho de que hubo una gran algarabía, disparos, y ella fue, entre el tumulto de personas y una confusión descalabrada, detenida.

    Partimos de esa premisa, del reo inocente. Así lo creo pues conozco a Alberto García-Teresa y lo considero un poeta íntegro, incapaz de cantar, como ha hecho en este libro, con rabia y dulzura una injusticia social de tremendo calado en una época (la más convulsa después de la guerra civil y la muerte del Dictador) de esta España siempre atrasada cultural y moralmente, la tragedia de la protagonista, la cual desea que su nombre no aparezca y quedar en el anonimato, pues así se lo pidió al autor, que después de trece años de encierro y otros muchos más, en la libertad, de ser estigmatizada no deseaba seguir en el foco, para serlo más. Sencillamente. Así me lo contó Alberto, que se pidió en firme el anonimato más estricto de la protagonista, y él lo aceptó a rajatabla.

    Así, sin poder enunciar el nombre del protagonista de una historia, se presenta el recuerso mejor, el que el poeta escogió, para contarnos esa vida y esa historia, el de la prosa poética, en imagen vemos poemas en el libro, pero estamos ante una prosa poética, y de enorme tensión dramática e interés creciente. Puedo decir que el libro me lo leí casi de una sentada.

    No quiero hacer spoiler ni desentrañar cosas que el lector debe vivir cuando lea el libro, pues son inefables, porque son demasiado tristes, demasiado intensas, tan reales que espantan, sobre todo porque muestran cómo transcurre el tiempo dentro del constructo oxidado y asfixiante denominado cárcel, con sus carceleros, su soledad y su tiempo muerto, y bien muerto.

    Sólo puedo decir que "la Nena" encontró en su martirio carcelario un buen puñado de amigas, llamado "la Comuna", que resistió por su niña, una hija que pudo disfrutar durante unos cuantos meses (la hija podía estar en la cárcel porque era menor de seis años, se nos cuenta) pero que la madre quiso que fuera alejada de la putrefacta y mortal cárcel cuanto antes y así se hizo.

    Nos cuenta García-Teresa, sobre la hija de "la Nena" (la que en una de sus muchas huelgas de hambre llegó a pesar sólo 27 kilos), que:

    En el patio, la niña,
    abrumada por los altos muros,
    por las nubes segadas por las alambradas,
    comenzaba a dar vueltas
    buscando la salida.

    No era un juego.
    Quería abrirte una ventana
    para que volaras junto a ella.

    En una de las más largas huelgas de hambre que las presas y presos llevaron a cabo, el padre de esa niña, el marido de la protagonista, murió.

    Más tarde, cuando estaba a punto de cumplir condena y poder salir de la cárcel, la mujer protagonista tuvo una visita de su padre, que contento le contó que le esperaba fuera con el coche lleno de gasolina para volver a casa. Mas los trámites administrativos de salida de la rea se dilataron (en la cárcel todo es lento como la muerte que duerme sobre sus muros), y para cuando pudo salir a la calle, por fin, la Nena, el padre ya no estaba en este mundo. Una sucesión de marchas importante desfiló ante los ojos del corazón de la rea, durante sus trece años de reclusión. El furioso poema que Dylan Thomas escribió a la muerte de su padre, a quien amaba y veneraba ("No entres dócilmente en la noche callada"), de haberlo leído la Nena en ese momento habría mojado la hoja, con lágrimas de desesperación y ansiedad jamás calmada, bajo el sol.

    Hablando de poetas, yo creo que hubiera sido -aunque respeto profundamente la decisión de la protagonista de elegir el anonimato para quedar reflejada tan bellamente como la describe el autor- necesario que la Nena 'entregase' su nombre a las ligeras y a la vez regias manos del autor. Quizá me equivoque (porque hablo en términos de mera dramaturgia), pero un bardo que canta las penurias o los vuelos de un hombre o una mujer, la épica gana y el relato es más entero con un nombre. Además, y creo sobre todo, la mujer protagonista, en este libro tan generoso, tenía la posibilidad de, de la mano de un poeta, vengarse, rendir cuentas de todo el daño sufrido y del estigma del que se lamenta. Yo soy esta. Y lo seguiré siendo, a pesar de haber sido encerrada trece años en uno de vuestros lugares infectos.

    Pareciera que esa valentía que ha mostrado la protagonista en todos los hechos de la cárcel, palizas, huelgas de hambre, encierros en celdas de aislamiento, hubieran tenido una coronación poética mostrándose totalmente, a esto me refiero, no en la lonja del pueblo sino en el campo firme y libre de la poesía, que es reivindicadora y reparadora siempre.

    No obstante esto, el poemario se sostiene por sí mismo, la historia de una presa anónima que sufrió un infierno que sólo puede saberse de él viviéndolo, mas el poeta nos lo acerca con gran vividez, crudeza y veracidad echando mano del recurso poético chispeante cuando la tensión dramática lo sugería.

    Me gusta. Me gusta esta obra. Tiene un algo secreto que no lo tienen los otros libros de Alberto García-Teresa (que no lo tienen otras obras que se editan de poesía ahora). Se nota que, en él, el autor se ha desdoblado, se ha dejado llevar más desde la otredad, ha puesto su mano al arbitrio de los vientos. Cuando García-Teresa es más loco, es más bueno. Es muy loco en "Callejero de Manglar" (aunque allí se nota mucho el trabajo orfebre, que es impecable). Y con esta nueva obra estamos ante un autor que nos sorprende cada vez más, porque protesta. Y la poesía sólo puede transitar, hoy, por la protesta.

    En la cárcel a la Nena le llegó un libro de poemas de Miguel Hernández, y lo leyó como un tesoro. Hernández murió en una cárcel de Alicante.

    En la cárcel la Nena se sacó una carrera, cuestión que le valió que saliera antes del penal por "aprovechamiento de estudios".

    En la cárcel vio nacer un niño, una presa embarazada se puso a dar a luz, todas las demás presas gritaron pidiendo ayuda a los carceleros, que no llegaron más que mucho más tarde, pues no las creían, o eso dijeron. El carcelero, al llegar a la celda de la madre recién parida, exclamó: "¡Ah, pues es verdad!"

    Y muchas más cosas.

    Al otro lado de los muros. A este lado de los muros. Cuánto. Cuánto.

    En mi libro "La Bella Revolución" afirmo que:

    "Cuando no se levanten más muros / entonces 'estaremos' aquí." Porque una sociedad violenta sólo genera violencia, que luego se intenta contener entre altas paredes y concertina. Mas, al fin, quienes sufren más la estupidez y vileza de los adultos, siempre son los más vulnerables, los niños y los animales no humanos.

    Por su hija aguantó carros y carretas la protagonista de "Entreparéntesis. Poemas de la cárcel."

    Como resistió cuanto pudo Hernández, quien antes de morir por un proceso agudo de infección de una herida mal curada o no curada en el costado, en el insalubre camastro de la cárcel, escribió entre otros versos estos para su hijo, que la Nena supo y sabe que valen para su hija, y para todos los niños del mundo:

    Tu risa me hace libre,
    me pone alas.
    Soledades me quita,
    cárcel me arranca.
    Boca que vuela,
    corazón que en tus labios
    relampaguea.

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