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Por Ángel Padilla
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Cada vez queremos menos comunicarnos con el hombre

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    Cada vez queremos menos comunicarnos con el hombre- (foto 1)

    Me pongo a pensar, siempre tengo cosas que decir, cosas que considero importantes. No como las que dice Rosa Montero, Javier Marías o cualquier otro de los escribientes del sistema, en sus artículos del domingo, que aburren a los muertos, que molestan por su iniquidad completa de la inteligencia más básica, por la incapacidad expresiva que manifiestan -comunicación real, digo; querer decir, llegar, no únicamente parapetarse en esa intención que tienen y se ve a la legua de que la gente diga: qué ingeniosos!-, por la cortedad de miras que lucen, y felices de ello, y parece que sus lectores también. Lectores no lectores, claro, todo hay que decirlo.

    Yo quiero decir, como explicó Kafka para la novela (para la comunicación, en extensión), cosas como hachas de hielo que abran las cabezas.

    Últimamente, creo que por este asunto tan estomagante del confinamiento, se me paran las palabras en la rampa de la mente, a su salida. Pero no por ellas, ellas tienen alas, y vuelan de todas maneras, sino por el receptor.

    Ahí el rechazo y el desánimo: en el receptor.

    Quienes trabajamos en comunicación y en valores, en educación, en evolución moral al fin, cada vez constatamos más que los receptores son algo ya tan abstracto, tan pétreo, roqueño, que no sólo desconcierta, sino que al final te aboca a una certeza: ya no escuchan. Se han vuelto todos tontos.

    Hagamos un parón en ese todos: entre el grumo de indolencia y humanidad que cree el Teatro y lo vive del día y la noche, hay la minoría de la Resistencia.

    A esos siempre los tengo en mente cuando enfrento y denuncio al virus de la humanidad.

    La Resistencia, que casi siempre está entre los jóvenes, algunos, jóvenes que hacen la luz en sus frentes y dejan entrar las aves de la revolución ante una certeza molecular en ellos de que esto que ven y viven no es lo correcto y desean otra cosa, por justicia para ellos y para los demás habitantes de la tierra y por justicia para la Tierra por entero; para estos hay que escribir, seguir comunicando la voz de la hoja verde del mar de la vaca del gorrión, la voz verdadera de las casas, el grito verdadero de las ciudades.
    Ellas/os son el Clan, con quienes deberemos preparar el motín, por todo el orbe. Con la bandera de los bosques, y que nos sigan las flores y a cañonazos nos protejan las montañas, cañonazos de su visión que sea más grande que la de las ciudades.

    Entonces, con los vivos despiertos y con lo natural listo, ese día pensado, por señalar, avanzaremos y presentaremos la guerra. Una guerra sin tanques pero con un mayor fuego que las guerras de la Defensa de los humanos. Hay más fuego en la semilla, en la espina de la rosa, en el agua del río que hoy clama defensa, con esa antorcha alta deberemos avanzar sin detenernos.

    Entonces todo deberán ser hechos. Porque ya no escuchan. Oyen, pero no desean cambios.

    ¿De qué vale razonar -no es difícil- que este virus actual por el que se nos confina en las casas proviene de la anómala, cruel, relación que la humanidad, cada individuo implicado en la Demanda, mantiene con la otredad, ¿qué otredad?: nuestra otra parte: lo natural, el medio ambiente, campos, océanos, aires y animales vivos que desean sus vidas? Que si no se aplica un veganismo obligado desde lo particular a lo colectivo, la podredumbre de los martirios seguirá dando pestes y muerte que trae más muerte, sangre derramada que hace caer más sangre. El efecto mariposa. De cada cosa que se hace desde lo particular hacia lo colectivo.

    Hemos visto quienes llevamos décadas repensando las estrategias comunicativas que llegamos al final del camino. Nuestro receptor ya está alistado en las filas del enemigo. El Pueblo es hoy tan enemigo como el Estado. El pueblo aplaude a los militares.

    Entonces: Seguiremos informando, hablando la orca a nuestro través, en las plazas aunque casi vacías.
    Hablando los cielos a nuestro través de dedos azules de cielos clamantes, alzados los brazos gritando la verdad de las hojas y de las orillas, locos, locas, que piensen lo que quieran.

    Por otro lado, el importante. Digamos el relevante, con cuantos se vayan uniendo a la verdad, que intentan cubrir cada vez más con una mentira más ostentosa, prepararemos cuanta luz de mar podamos en un hogar de caballos.

    Prepararemos y esperaremos el momento en que los haces de luz de la libertad que a todos los toca y se ponen sombrero, nosotros recogemos como siembra de trigo, esa luz en fardos, ese fuego de mares, esa Idea que preparamos en silencio, en milicias de flores y secuoyas, por el mañana, qué día y qué hora lanzarlo por los cielos y las calles.

    Si has leído esto y no entendiste nada, aparta. Eres el Estado, eres la nada. Misma cosas son los dos.
    Si te gustó saber que existe otra cosa que esta miseria que nos venden, este rosario de mentiras con el que anochecen un mundo lleno de promesa e inocencia, escríbenos desde los caminos.

    Que te escucharemos en el viento.
    Y junto a los toros azules del mar y un sol sin cadenas y por fin nuevamente ilusionado, generaremos Hechos. Por el bien de la palabra.
    Por el bien de las vidas.

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