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Por J. P. Enrique
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Trece rosas

    Cambiar la Historia o  tergiversarla hasta que la verdad quede oculta es el principio de la manipulación y el camino hacia la dictadura.

    En 1951 Hannanh Arendt escribió: “El sujeto ideal de un régimen totalitario no es el nazi convencido o el comunista comprometido, son las personas para quienes la distinción entre los hechos y la ficción, lo verdadero y lo falso, han dejado de existir”.

    Hemingway decía: “El fascismo es una mentira difundida por matones”.

    Y recientemente leía a Javier Cercas diciendo: “Winston Churchill, que contribuyó como pocos a derrotar el fascismo en Europa, escribió que los próximos fascistas se llamarían a sí mismos antifascistas. Nosotros deberíamos haber aprendido ya que los enemigos más peligrosos de nuestras democracias se llaman a sí mismos demócratas”.

    Poco hay que añadir a mensajes tan  rotundos  que  es necesario desempolvar en estos tiempos en los que los principios no cuentan, se manipula con la palabra y se miente sobre hechos históricos con total impunidad.

    Acabo de escuchar a Ortega Smith decir que a las mujeres a las que se las conoce como “las trece rosas”  “violaban, mataban y torturaban”.

    No, señor Ortega, no, ellas, junto con otros 43 jóvenes, la mayoría menores de edad, ni violaban ni mataban ni torturaban. Eran simplemente jóvenes con ideales que militaban en Juventud Socialista Unificada y que fueron  delatados por un disidente, Roberto Conesa, que acabó formando parte de la Brigada Político-Social del franquismo, una institución de “orden” en donde aprendió mucho Billy El Niño a cantar el Cara el Sol (lo que no me importa) y  a violar, matar y torturar (lo que sí me importa).

    A aquellos adolescentes les fusilaron, finalizada la guerra, una mañana del 5 de agosto de 1939 en una pared del cementerio del Este de Madrid acusándoles de “rebeldía”. Resulta curioso que quienes se rebelaron, con un golpe de estado y una cruel guerra civil, acusen de rebeldes a los que permanecieron fieles a la legalidad República.

    A sacar a la luz lo que sucedió ha contribuido una novela de Jesús Ferrero y sobre todo los libros de investigación del periodista Carlos Fonseca  “Trece rosas” y   “13 rosas y la rosa 14”. Con los datos allí  recogidos, el  cineasta Martínez Lázaro hizo una conmovedora película.

    La historia es enternecedora porque se recogen en ella documentos como una carta en la que una de ellas decía “que mi nombre no se borre de la istoria”. También se cuenta que una de las ejecuciones quedó en suspenso durante seis meses por un error en el mecanografiado de la condena.

    Tratar, a pesar del tiempo transcurrido, a los perdedores con desprecio y acusarles con  mentiras, ignominia, calumnias y odio, es algo que me resulta incomprensible, porque quienes perdieron merecen, al menos, un recuerdo cierto sobre lo que sucedió. Los otros, los que dieron un golpe cruel, los que ganaron, y continuaron represaliando tras la guerra, ya  tuvieron su premio y el reconocimiento a los sufrimientos de los suyos . Además de sepultura, flores y honores a sus viudas, a sus  allegados  les dieron estancos, administraciones de loterías y puestos de profesores en los colegios. No es justo cebarse con quienes siguen en las cunetas o sufrieron el exilio. No es justo seguir así 70 años después. No es honesto  cebarse con odio y con mentiras a las jóvenes trece rosas.

    Vivimos tiempos en los que se miente impunemente sin que ello tenga consecuencias de ningún tipo. Se miente prometiendo en campaña  electoral medidas que no se van a cumplir; y siendo mentira es una mentira digamos que tolerable. Lo que no es tolerable es  manipular y mentir sobre la realidad, algo que  sí debiera tener un castigo. Un castigo que para mí sería suficiente  con pedir perdón con una fórmula como ésta “Dije…y era mentira. Pido perdón públicamente”. Regular esa fórmula debería estar  en las leyes. La institución que podría encargarse de  obligar a rectificar  podría ser  la del Defensor del Pueblo.

     

    EL LENGUAJE SOEZ DE ALGUNOS QUE ESTÁN EN POLÍTICA

    ABASCAL: “Asesinos, maltratadores, secuestradores, criminales”. Mientras dice eso de quienes no lo son,  trata con algodones a los violadores  condenados de “la  manada” y  a  Franco, al que, para ser justo, debería ponerle muchos de los adjetivos de los que anda tan sobrado.

    GIRAUTA: “Lameculos, paniaguados mezclados con ladrones, pijos, traidores, acomplejados  e inmorales”.

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