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Por José Luis Ramos
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Recuerdos de mi escuela

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    Recuerdos de mi escuela- (foto 1)

    Nací en octubre de 1950. Así que me crie en un ambiente cultural donde estaba mal visto que los niños jugaran con las niñas.  La mayoría pensaba que los niños que jugaban con niñas, eran “mariquitas”. Quien era señalado como mariquita, era rechazado y objeto de burla por el resto de niños. Los chicos que eran sensibles con las mujeres, eran calificados de poco hombre. Eso quería decir, afeminados y cobardes. Se creía que las chicas tenían que ser sensibles y femeninas, pero los chicos, duros y machotes.

    Recuerdo lo caro, que para mí y algunos amigos, resultaron los intentos de comunicarnos con chicas, en la escuela. Aunque solo fuera mediante ingenuos gestos, y a mucha distancia. Eran tiempos, dominados por la cultura del Nacional Catolicismo, que quería que España fuera la reserva espiritual de occidente. Así que las escuelas estaban segregadas por sexos.  En mi escuela, “Les Escoles Noves”, de Borriana, estaban situadas en la carretera de Nules. En la planta baja, estaban las clases de los niños, en el primer piso, las de las niñas. En el patio del recreo, las niñas jugaban en la mitad, y los niños en la otra la mitad. Los niños entrabamos por el este de la puerta y las niñas por el oeste. Tras el recreo, la fila de las chicas y la de los chicos de entrar a clase, se juntaban a unos pocos metros al cruzar la puerta de entrada. Ese momento era aprovechado por los niños para decir algo a alguna niña. Normalmente, mediante algún gesto. Don Máximo, un maestro con más de 100 kilos de peso, con unas manos que le cabía la cabeza de un niño, se situaba firme en medio de las dos filas. Vigilaba para evitar la comunicación entre niños y niñas. Cuando pillaba algún niño hacer algún gesto para comunicarse con alguna niña, le soltaba una hostia. Tenía una forma particular de pegar. Hacía el gesto de pegar a la cara con una mano, pero cuando el niño giraba la cara, para evitar la hostia, entonces te dada con la otra mano. Se producía un “retruque” de las dos orejas, entre las dos manos. Era tal su potencia que se te quedaba un zumbido en los oídos que te duraba un par de horas. Así que, entre que te decían mariquita y las hostias de D. Máximo, había que ser muy valiente para tener ganas de decir algo a las chicas.

    De párvulos solo recuerdo que había que recibir y dar los buenos días de pie a Doña Carmen y que rezábamos, el padre nuestro, para empezar la clase. Del primero y segundo curso, solo me acuerdo del mes de mayo que nos hacían cantar el himno nacional y rezar el padre nuestro. Los niños cantábamos aquello de “Viva España, mon pare te una canya pa pégame al cul, perquè soc un gandul, (…)”  y “Padre nuestro la cadira al puesto, la rata corría per baix la cadira, (…)”  Los niños formábamos en fila. Otra vez D. Máximo nos vigilaba mientras cantábamos. Él se situaba a la parte de detrás y avanzaba mirando de lado la vocalización de los niños. Cuando pillaba a uno que no cantaba lo que tocaba, le soltaba una hostia, que tumbaba a él, y dos o tres más, de detrás o del lado. Según pegaba de frente o de lado.

    En tercero, había un profesor conocido como “Cabotilla” que cuando no le parecía bien lo que habías hecho, te hacía poner la mano con los dedos juntos y mirando hacia arriba, y te daba fuerte con la paleta. Si tenías las uñas largas, dolía más, y tenías suerte, si no te rompía alguna. Debería gustarle mucho porque repetía mucho esa acción. En tercero llego un joven profesor novato, que se enamoró de una bella profesora. Se dormía en la clase y soñaba con ella, con voz alta que escuchábamos los alumnos. Continuamente le escribía notas que se las hacia llevar al alumno Juanvi Broch. Este veía como la profesora las tiraba a la basura sin leerlas. Su pobre corazón enamorado, debió sufrir mucho, por no ser correspondido. En cuarto teníamos a “D. Micalo”. Con la primera clase tenías suficiente para pensar que, si tenía el título de maestro, lo habría obtenido en la Tómbola. Estaba sordo como una tapia. Tenía una moto guzzi, que al principio la aparcaba fuera de la escuela. Los niños le metíamos papeles en el tubo de escape, Eso le impedía arrancar, por lo que se tenía que ir a pie a casa, arrastrando la moto. Luego la entraba dentro de clase. Entonces cuando se salía de clase, se la poníamos en marcha o le poníamos un papel a la bujía para que no arrancara. Es evidente, que los niños nos tomamos esa clase a pitorreo. Quienes decidieron enviarle a dar clase, no creo que esperan otra cosa.

    Recuerdo las amenazas de castigos cuando los maestros nos escuchan hablar, entre nosotros, en nuestra lengua materna (El valenciano). Solo había un profesor, D. Vicente Nadal, que no te decía nada. Por supuesto en clase, a los profesores, nadie se atrevía hablar en valenciano. Tampoco he olvidado el vaso de leche en polvo que nos dieron, cuando los USA la enviaron para agradecer la instalación de sus bases militares en España. No olvido que se inventaron dar una hora más de clase, de 5 a 6, por lo que cobraran un “duro” a la semana”. Duro que se tiraban los maestros al bolsillo, aunque era ilegal percibir ingresos de los alumnos, por desarrollar una actividad dentro de una escuela pública. Pero ellos, como eran los dueños, lo hacían. El caso es que hay personas que añoran esos tiempos.

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