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Por Jordi Bort
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Vicente Enrique Tarancón: El cardenal de la libertad

    Coincidiendo con el aniversario de la homilía de la Transición, pronunciada por el cardenal Tarancón el 27 de noviembre de 1975, y el aniversario de su fallecimiento el 28 de noviembre de 1994, es una oportunidad para mantener viva la figura y el legado del cardenal Tarancón.

    No se puede entender la Transición política y social española sin leer, entender y apreciar la aportación del cardenal Tarancón, así como tampoco se puede explicar el actual proceso sinodal sin el empeño de la idea de una Iglesia renovada por parte del Papa Francisco.

    Si el cardenal Tarancón tuvo que hacer frente a los detractores de las directrices del Concilio por sus postulados aperturistas y de cambio, el Papa Francisco ha hecho lo propio frente a las reticencias y dudas que está provocando en un sector eclesiástico con motivo del Camino Sinodal. La Doctrina Social de la Iglesia no es de ningún partido, y siempre se pone al lado de la persona sea quien sea. Si Tarancón se puso al lado de aquellos que pasaban hambre denunciando el estraperlo en la diócesis de Solsona, Francisco calificó de vergüenza en Lampedusa el trato que el mundo civilizado da a los inmigrantes.

    Pocas figuras de la historia de la Iglesia española han suscitado tanta división de opiniones como Vicente Enrique y Tarancón, así como excepcionales fueron las circunstancias que le tocaron vivir. Dos Guerras Mundiales, Segunda República, Guerra Civil, post guerra, Franquismo, Transición y puesta en marcha de la democracia con sus respectivas consecuencias tanto a nivel social y político, como económico y eclesial.

    Tarancón empleó un papel inteligente, con firmeza y astucia, pero, la historia, a veces, tiene curiosas paradojas. Casi tres décadas después de su fallecimiento, se ha convertido en un eco lejano de un pasado que no pasa, un pasado actualizado y una voz que todavía habla, pero tampoco se le ha hecho justicia a su aportación en favor del bien común. Por ejemplo, ni en su ciudad natal, Burriana, han sido capaces de gestionar la apertura del Museo cardenal Tarancón. Un museo que su línea central es el Concilio, el instrumento que fue capaz de abrir la mente y el horizonte a muchos obispos y sacerdotes para colaborar en la gran tarea de la reconciliación a favor de la ansiada paz y convivencia pacífica y respetuosa entre españoles, poniendo fin a una larga relación entre Iglesia y Estado imposible de continuar en los términos que se habían llevado a cabo hasta ese momento.

    Esta cuestión no deja de ser insólita para una de las personalidades eclesiásticas centrales de la Iglesia española más importantes de la segunda mitad del siglo XX en relación al trato que ha recibido, siendo curioso que se le haya respetado, reconocido y valorado más desde ámbitos civiles que eclesiales. Si todos reconocen, al menos de cara a la galería, que el paso de una dictadura a una democracia era necesario e irreversible para acompañar a la sociedad en su progreso, no se entiende porque aquellas personas que ayudaron a construir puentes y unir caminos de entendimiento, sacrificando incluso aspectos personales de sus vidas, sean ahora apartadas o silenciadas, ignorando, olvidando y obviando su actuación. Pero aquello que es constatable y real es que la renovación conciliar ayudó a la reconciliación y pacificación social. Para Tarancón, el Concilio fue una llamada para que la Iglesia perdiera influencia política y ganara credibilidad social.

    Tarancón estuvo en el lugar adecuado y en el momento justo, no siendo un tema menor, descontaminando la Iglesia española del pesado lastre del franquismo, aplicando en su contexto un programa de acuerdo con el sentido elemental de la historia. No es fácil ser progresista, ya que el miedo al cambio, la pereza ideológica, el peso paralizante de las tradiciones o la propia rutina y automatismo del funcionamiento social favorece una cierta actitud regresiva, cómoda y inmutable. Pero Tarancón escogió claramente el bando de la libertad. Su formación fue la tradicional de aquella época en los seminarios españoles. No era una formación especialmente avanzada, ni las ideas del joven Tarancón tenían connotaciones radicales, pero fue astuto y perspicaz al intuir rápidamente que la Iglesia no tendría ningún futuro si se encerraba en ella misma. Fue un gran diplomático y conversador, posibilista y moderado con un gran sentido común. La postura que adoptó en su época era la única posible. La única razonable. Eran las directrices del Concilio contando con la plena confianza de Pablo VI.

    Tarancón encarna el deseo de cambio de la sociedad española de aquel momento, representando la figura de un sacerdote ilustrado, firmemente involucrado, hasta las últimas consecuencias en la aventura progresista del Concilio Vaticano II. Tarancón es el mejor emblema para resumir el convulso y contradictorio siglo XX.

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